domingo, junio 06, 2010

El ínclito y la maldad del gerundio

Todo tiene un límite. De hecho es aquello que lo sobrepasa lo que nos advierte del exceso, de la desmesura, de la desproporción; es decir, detrás del límite, más allá del límite, es donde se encontraría todo aquello que se sitúa alejado de la virtud. Para entenderlo pondré un ejemplo. En el diccionario la palabra gordo sería definida de la siguiente forma: persona corpulenta.

Pero dadas las condiciones que (más allá de los casos patológicos) conforman la gordura (el sobrepeso), la palabra gordo podría definirse de esta otra forma: persona que estuvo engordando. Un gordo no es, al fin y al cabo, más que una persona que estuvo haciéndose corpulento. En efecto, como es bien sabido, un gordo no surge de la noche a la mañana. Es más, se requiere cierta constancia y algo de paciencia para llegar a tener un aspecto que induzca al calificativo de gordo ante una necesaria descripción física. Un gordo es, pues, una persona que fue ignorando aquello que se encontraba causando la gordura. Día a día, semana a semana, mes a mes. En un proceso del que se es inevitablemente consciente en la medida en que, día a día, se van creando conscientemente (que no voluntariamente) las causas que van induciendo a la gordura.

Desde hace más de dos años la cifra de parados ha ido aumentando a velocidades vertiginosas, día a día, semana a semana, mes a mes. En un proceso que no podía ser ignorado por el principal responsable (y causante) del mismo proceso, cuando no, además, el de su mismo origen. El brutal aumento de parados que se ha ido produciendo, día a día, durante algo más de dos años no es sino la consecuencia de dejar que día a día fuera creciendo el número de parados de forma alarmante. No puede ser otra cosa que la consecuencia de la incompetencia del causante de los hechos; causante en la medida en la que día a día iba ignorando las cifras que le señalaban como la causa del problema. Ignorando en ese día a día lo que en ese mismo día adía iba aumentando. El causante, el único responsable: el ínclito.

Durante su primera legislatura, el ínclito sólo tuvo dos objetivos reales: hacer política social y destruir a la derecha. Sólo esas dos. O sea, durante su primera legislatura sólo tuvo en mente una cosa: las siguientes elecciones. O por decirlo de otra manera más realista, sólo tuvo presente su Gloria. En efecto, y digámoslo de la forma en la que nadie se lleve a engaño: llevamos casi 8 años en manos de alguien cuya metodología de gobierno es la Guerra, pues toda Guerra consiste en la destrucción de un adversario como forma de acceso al poder de la Gloria, a la gloria del Poder. Y es la Guerra, esa Guerra por él instigada, la que le ha llevado a ese estado de catalepsia en la que sólo sabe de lo que sabe: de la Guerra. Lo sacas de la Guerra, esa Guerra en la que lleva 7 años inmerso por su propia voluntad, y sólo sabe balbucear. Le preguntas al ínclito por el paro y te responde “la derecha ser mala (punto) tenemos que encontrar el cadáver de García Lorca (punto)”.

Durante los primeros 4 años la máxima obsesión del ínclito fue, antes que gobernar, destruir a la derecha y por tanto "sólo gobernó" a los de su cuerda ideológica. El ínclito nunca quiso gobernar a quienes no compartían su ideología, le repugna(ba) gobernar a quien es (era) afín del partido que había que destruir. La máxima que le ha guiado durante estos 6 años ha sido la de creer “con convicción” que si moría el perro se acabaría la rabia y es por eso que había que “matar” al adversario y por supuesto a todos aquellos que el adversario representaba; así: la Guerra. Consiguió los aliados pertinentes para que todo fuera desarrollándose bajo esos auspicios. Y muchos le apoyaron en ese afán destructor. Ignorando con saña (despreciando) no tanto a un partido más o menos conservador cuanto a la casi mitad de los españoles que lo votaron. Así, no conformándose con ignorar a esa otra mitad a la que no cree (ni quiere) representar el ínclito necesitó humillarla. Y aun cuando ese esfuerzo le pudiera despistar en sus deberes primordiales, se centró en él mientras olvidaba día a día, semana a semana y mes a mes a todas esas personas que iban sumando a la desesperación.

Para el ínclito el mundo sólo sería habitable cuando desaparecieran de la tierra todos los votantes del partido que había que destruir. Y por eso se emocionó tanto cuando Obama ganó las elecciones, pero no tanto debido a lo que Obama podría hacer por su propio país (o por el mundo) cuanto por lo que él, el ínclito, podría hacer por Obama. Y se imaginó a sí mismo siendo el asesor del que iba a ser su gran amigo, Obama. Se imaginó a sí mismo siendo admirado por el presidente de EEUU. Así es nuestro ínclito. Así es quien nos gobierna con soberbia sonrisa mientras día a día crece el número de pobres en España.

Y no sintiéndose responsable de nada de lo acaecido desoyó todas críticas que desde durante dos años provinieron de sus adversarios (moribundos, eso sí). ¿Cómo iba el ínclito a escuchar los consejos de un ente despreciable (tanto en sentido cualitativo como cuantitativo); de un ente que sólo merecía la extinción? Y aquí es donde el ínclito se topó con su propio destino, como es sabido. El que en sus fantasías mesiánicas debía ser su amiguito del alma lo llamó por teléfono desde EEUU y le dijo, “y ahora vas a dar dos volteretas con tirabuzón, y después te vas a la cama sin ducharte”. Al día siguiente el ínclito dio dos volteretas alambicadas y chapuceras, remató con un tirabuzón tembloroso y dijo “y todo aquel que quiera ducharse después de mis volteretas es que no es un patriota”. Y así es que los cinco millones de parados son, para el ínclito que los ha ido amasando, unos antipatriotas.

Nota. Habrá alguien, seguramente no muy habituado a leer (o demasiado habituado a la TV), que habrá querido ver en el texto una defensa de la derecha. Y habrá alguien, quizá más malicioso, que habrá querido ver en el texto una defensa del Partido Popular. Nada más lejos de la realidad. Ni siquiera es, en esta ocasión, una crítica a la clase política, entre otras cosas porque aunque pudiera ser legítima e incluso pertinente sigo sosteniendo que los “políticos son nosotros”. No, este texto sólo hace referencia, no tanto a un político cuanto al ínclito, alguien con un espíritu mesiánico de magnitudes paranormales; alguien que día a día, semana a semana y mes a mes ha ido revelando su desmedida ambición, su perversa soberbia; alguien cuyo gabinete estaría formado, por decreto inclitiano, sólo por personas sumisas a su ego. En efecto, el ínclito no ha cambiado un ápice, durante estos dos últimos desastrosos años, su actitud política (respecto al problema laboral) aun cuando día a día y semana a semana esa actitud fuera destrozando vidas en progresión aritmética. Hasta que fue obligado, desde “fuera”, a cambiarla. Por eso ante la pregunta ¿pudo la derecha haberlo hecho mejor en lo que respecta a esta crisis laboral que de alguna manera fue engordada por quien tanto la negó? Y es entonces cuando hay que contestar, sin complejos, “por supuesto que sí, pero no tanto debido a la cualificación de sus representantes cuanto porque cualquiera lo hubiera sabido hacer mejor que el ínclito, el inepto, el prepotente, el maléfico”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena