sábado, diciembre 31, 2011

Amor

Los políticos siguen poniéndose refitoleros y los medios de comunicación siguen queriendo politizar el asunto de las mujeres asesinadas por ¿sus parejas?, ¿sus maridos?, ¿sus ex maridos?, ¿sus amantes?, ¿sus ex amantes? ¿sus novios?, ¿sus ex novios? ¿sus compañeros? Ya no saben cómo denominarlo: ¿violencia de género?, ¿violencia machista?, ¿violencia doméstica?, ¿violencia de entorno familiar? Hace unos días se produjo un nuevo asesinato y de nuevo la cuestión fue noticia en TODOS los medios. Y en TODOS se notició el hecho partiendo de la duda que genera la misma denominación del hecho.

Así, tenemos por una parte el hecho (el asesinato) y por otra el relato del hecho (la noticia), que genera dudas entre políticos y periodistas. Así es como hemos llegado a esta situación en la que, ante la inevitable espectacularidad que les exige la Corrección Política, los media y los políticos se afanan por ideologizar políticamente ciertos hechos que en realidad no necesitan adjetivación alguna. Adjetivación que, en cualquiera de los casos y todo sea dicho de paso, se ha demostrado siempre obsoleta en cuanto a la amortiguación del problema que pretende combatir.

Lo trágico del asunto es que mientras el sujeto dilucida (privada o públicamente) acerca de cómo denominar el hecho la cuestión es que éste se sigue repitiendo mientras ignora, en cada ocasión, el problema de la denominación. Es decir, y por ejemplificar acudiendo al caso de estos días: antes de que se produjera el hecho (el asesinato), ni al andaluz asesino de 61 años ni a su asesinada esposa rusa de 28 años les había importado un comino la denominación del mismo; ni antes del hecho ni durante. Y si a ellos no les importó, ¿por qué debería importarles a todos los asesinos y víctimas reales? ¿Le sirve de algo a un potencial asesino y a la potencial víctima conocer con precisión la denominación de un acto que se cometerá en un momento de desesperación y/u odio? Por otra parte, ¿significa esto que la cuestión de la denominación es inocente? En absoluto, sólo significa lo que demuestra: que la necesidad de una (supuestamente) justa denominación es absolutamente ajena a la posibilidad de resolver el problema. Sobre todo, digámoslo ya, debido a la perfecta imposibilidad de abarcar todos esos asesinatos bajo un mismo adjetivo. El asesinato de una mujer es, siempre, un asesinato antes que cualquier otra cosa; es antes un asesinato que “un asesinato debido a…”. El asesinato de una mujer no necesariamente implica violencia de género, ni necesariamente presupone machismo por parte del asesino. Tampoco hay por qué considerar doméstico al asesinato producido en un descampado por el ex novio de la víctima. Un asesinato no requiere denominación propia para ser más asesinato. Pero si tiene denominación resultara sin duda más rentable.

Así, la obsesión por la adjetivación no sólo se encuentra abocada al fracaso sino que además nos muestra el verdadero interés de los media y los políticos: la criminalización del varón. Y para comprobarlo no hace falta más que ver los telediarios y leer la prensa después de cada nuevo asesinato. Todas las notificaciones que producen los medios después de casos como éste sólo demuestran que, como vengo observando desde hace tiempo, quien siempre gana es la Corrección Política; que sólo gana, todo se ha de decir, mientras siga pudiendo perpetuar la existencia de los problemas que justifican su presencia. Aun cuando para justificar su presencia tenga que demostrar su perfecta incompetencia, la que indefectiblemente mostrará a la hora de resolver los problemas que dice combatir.

Por otra parte, el periódico nacional de más tirada le dedicó al asunto dos páginas completas en las que SÓLO se hablaba de la necesidad de educar a los varones para evitar el problema. Dos páginas completas (una vez más) para culpabilizar al varón de todas las desgracias de la mujer. Asociaciones y expertos comentando lo importante de la educación de los varones en la infancia y de las terapias psicológicas de adultos en los casos de maltrato reconocido. Nada sobre las mujeres que eligieron como pareja a “sus” respectivos energúmenos.

Yo tengo la desgracia de haber sido íntimo amigo de una de esas mujeres que fue noticia en todos los telediarios. Un tipo le dio 18 puñaladas en un garaje en la zona franca de Barcelona. Podría decir de ella cosas maravillosas que de buen seguro se quedarían cortas en su simple enumeración. Pero podría citar de ella una característica que resultaba como poco curiosa: le gustaban los hombres, cómo decirlo, malotes, por usar el mismo lenguaje que utilizan muchas mujeres para reconocer públicamente ciertas debilidades de ellas (haciéndolo siempre con una medio sonrisa que espera encontrar cierta complicidad entre “las suyas”). A mi buena amiga le gustaban, en efecto, los hombres oscuros, turbios, duros, fuertes, chuletas, por usar adjetivos livianos y no demasiado precisos. Cuando la conocí se estaba separando de un canalla. Y por el camino hacia su “destino” tuvo problemas con otro capullo. Hasta que dio con el boss, que la mató. Los medios de comunicación dieron la noticia como mandan los cánones citados, pero yo me pregunto: ¿más allá de declarar malvados a los hombres que ella elegía, quién necesitaba, TAMBIÉN, una re-educación respecto al asunto de las interrelaciones afectivas? O por decirlo de otra forma, ¿es sólo de educación preventiva de lo que se trata? ¿Se trata en realidad sólo de prevenir?

Addenda. Es decir, nadie habla de amor. Nadie contempla la posibilidad de que sea de amor de lo que hay que hablarle a los niños. Supongo que porque les parecerá ridículo, si no cursi, a los educadores (que siguen jugando con consolas y preocupados con el último capricho tecnológico). Nadie contempla que sea amor lo que tienen que ver a su alrededor los niños. Nadie les quiere hablar a los niños de amor porque NADIE se encuentra con ganas de dar ejemplo. En vez de enseñar a los niños a controlar sus instintos se les prefiere enseñar suspicacia. En vez de preocuparse por modelar los patrones del deseo resulta más fácil a los educadores introducirlos en la microguerra, en las microguerras. Y lo que resulta más grave: nadie contempla la posibilidad de que la educación en el amor sea la solución porque el amor (o el bien, o lo bueno) no es rentable a instancias del Poder. Sólo son rentables las microguerras.

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