miércoles, enero 09, 2013

La palabra

Comencemos por una pregunta, ¿qué razones tienen los optimistas para serlo?
¿Existen realmente razones que puedan hacernos pensar que vamos a mejor? La verdad es que el futuro es el gran intangible del hoy a pesar de toda la tecnología. De hecho, aunque el pasado también pudiera parecérnoslo, desde luego no lo es en la misma medida. Existen formas retóricas de abrazar el pasado para de alguna forma transportarnos a él (el recuerdo), pero ni una sola para hacerlo con el futuro. Así que, definitivamente, pensar el futuro no parece una actividad muy productiva. Aunque sí pueda serlo el actuar con el fin de configurarlo, sobre todo si tenemos en cuenta que ese llamado intangible nos espera constantemente a la vuelta de la esquina. De hecho, es con nuestros actos del hoy con lo que construimos “el mañana” que declaramos intangible. Quizá se encuentre aquí la clave de todo este meollo de aspecto insalvable: en el sentido ético del tiempo vinculado al individuo. Veamos:
He coincidido hace poco con un curioso tipo al que habré frecuentado unas 5 0 6 veces desde que lo conociera hace ahora un año y medio. Nos encontramos en una celebración que congregaba a varias personas de diversas edades. Tras unos intercambios protocolarios de cortesía nuestra conversación toma rápidamente un inesperado tono de trascendencia que nos lleva a hablar del estado del mundo y del futuro que pudiera esperarnos, ahí es nada. Ante la sorpresa que me produce su optimismo  avasallador, me veo obligado a hacerle algunas preguntas ciertamente comprometedoras con el fin de demostrar su error, pero él, con una sonrisa parsimoniosa me viene a decir, “Alberto, la verdad es que no sé si tienes razón, de hecho tus argumentos parecen sólidos, pero si hay algo que sea verdaderamente sólido en mi vida es esa creencia que a ti tanto te sorprende”.
Ante mi insistencia por desbaratar una tan “bella” teoría recurro a argumentos casi estadísticos, pero él me interrumpe: “no sé si me he sabido explicar; la cosa es realidad muy sencilla: yo he decidido que el futuro depende de mí mismo, es decir, de nosotros mismos, lo que sin duda es algo que facilita mucho las cosas. Si yo todos los días hago un esfuerzo por ser mejor persona es probable que las consecuencias no pueda ignorarlas ningún devenir, pero lo que es seguro que cualquier devenir no alterará una cosa: que mi actitud fue la correcta. Así, y en cualquier caso, sucediera lo que sucediera, yo habría hecho lo que debía”. Yo me encontraba entre atónito y aturullado; no sé, comenzó a sonarme a uno de esos discurso new age al que le ponen música de ballenas.
Pero nada más lejos de todo ello, había plena convicción en sus palabras, que transmitía con una humildad indudable aunque con ese punto de ingenuidad que me hacía sospechar. Pero de nuevo me equivocaba: cuando le digo que todo me parece bien pero que nada de eso sirve realmente para evitar mi escepticismo, así él de nuevo: “es que tu escepticismo es lo de menos respecto al futuro, con él no hacemos nada. No cuenta para nada. Yo por mi parte me comprometí dándome la palabra. De esta forma es mi palabra la que actúa; mis actos son la consecuencia de esa palabra (de honor), esa palabra que actúa como promesa. Yo he adquirido el compromiso de ser mejor persona y he llegado a la conclusión de que eso sólo puede llevarse a cabo con rectitud, empeño y todo el sentido del humor que quepa”.
Después de varias réplicas intelectuales más, yo comenzaba a mostrar signos de fatiga, mientras él se encontraba como una rosa: “Ya te digo Alberto, es muy sencillo, yo lo único que hago es asumir que la queja no es rentable y que para no quejarme he de hacer el esfuerzo cotidiano que me permita ser menos egoísta, y a la vez más generoso y más comprensivo. Y cuando decaigo en algún momento me cambio la pulsera de muñeca. ¿Ves esta pulsera? Pues el objetivo es ese: no tener que cambiarse la pulsera de muñeca. O lo que es lo mismo: el objetivo es tener que cambiársela lo menos posible. Hasta ahora me he visto obligado a cambiarla más de lo que quisiera, pero es que estoy en pleno aprendizaje; seguro que algún día me la cambio de seis en seis meses, y otro día en el que me olvido de ella. A mí me funciona: mi vida ha dado vuelco en lo cualitativo, vivo más relajado. Lo que antes me generaba tensión lo vivo ahora desde la perspectiva que impone mi palabra dada, la palabra que tiene como objeto hacer más habitable mi micromundo. Yque sepas una cosa, cada vez somos más los que llevamos esta pulsera, de ahí mi optimismo”.
Como es sabido, estas celebraciones dan de sí muchos cruces sociales, no todos igual de bienvenidos, por cierto. Así, tuve la oportunidad de hablar con otras personas que allí se encontraban, todas muy pendientes de lo que el futuro les deparaba desde el punto de vista económico, claro. La verdad es que ahora no parece haber otro tema de conversación. Poco antes de que acabara la celebración tuve la oportunidad de hablar a solas con su mujer. Yo, de alguna forma dirigí la conversación hacia el asunto que tanto me había intrigado y ella no tuvo ningún rubor en entrar en él: “uy, no te puedes imaginar el cambio que ha dado José, es otra persona. Bueno, no exactamente otra, sino la misma pero mucho más sosegado, más… bueno. Ya no aflora tensión por ningún lado, todo se lo toma con calma y, no sé qué te habrá contado porque realmente está obsesionado con eso de ser mejor persona, pero la verdad es que sea lo que sea su actitud es desde luego mucho más positiva en todo. Y eso es algo que repercute en la familia al completo”.
Para acabar sólo decir que cuando las conversaciones se hacían más colectivas y todo el mundo daba su opinión (acerca de las crisis o de temas parecidos), él permanecía callado. Y yo diciendo las mismas tonterías de siempre, que eran por cierto extraordinariamente parecidas a las que decían todos.
Addenda. Me acuerdo de un álbum de Asterix y Obelix en el que un romano corre por las cercanías de la aldea gala con el honorable fin de prepararse para los Juegos Olímpicos de entonces. El romano es musculoso y se encuentra en plena forma y por eso corre veloz y atléticamente. Al verlo pasar Asterix y Obelix deciden que tiene algo que preguntarle, por lo que se dirigen hacia él hasta darle alcance en unos instantes. El atleta queda algo contrariado al verse rebasado por un viejo y un gordo, así que coge un rama de árbol y la lanza a modo de jabalina para mostrar su fuerza a la pareja intrusa. Pero Obelix, con la ingenuidad que lo caracteriza, arranca un árbol entero y lo lanza tan lejos que cae en pleno campamento romano. Los galos se marchan y el romano musculado, con las rodillas inclinadas y con la cabeza gacha dice textualmente y mirando al espectador: “soy un mequetrefe”.

1 comentario:

MAYODEL68 dijo...

Nos pasamos la vida pensando en el futuro atormentados con su oscuro porvenir,recordamos el pasado olvidando vivir el presente,olvidando vivir el instante, el momento , el aquí,el ahora, lo verdaderamente tangible y que aporta valor

Después de pasar la vida dando culto a la velocidad del día a día, olvidé vivir, saborear lo grandioso de cada instante,eliminar cargas para andar erguido, simplificar mi vida.

Fui consciente y dije ¡¡ BASTA ¡¡, desde entonces empecé a fluir,comencé a escucharme y este ejercicio dio el comienzo de la sencillez.

Mas fácil de lo que parece pero mas complicado de lo que se cree.

La decisión de dar ese paso y el ESFUERZO de iniciar el camino, es suficiente para disfrutar de lo que deseas proyectar en tu vida.

MAYODEL68 (Jose)