jueves, junio 20, 2013

Obituarios

Obituarios
Cuando muere una persona con cierta relevancia suele ser habitual que surja la necesidad de generar artículos con los que homenajearle. Se trata de algo comprensible que pretende un cierto tipo de justicia. Pero habría que distinguir claramente dos tipos de escritos: los formulados por el profesional de las necrológicas y los formulados por los amigos del recién fallecido.

Los primeros suelen ser periodistas desconocidos pero especializados en el buceo de información pertinente. Su objetivo sería el de recordar al lector todo aquello por lo que se admiró al ausente y por ello suele dar lugar a textos asépticos y neutros y por ello, paradójicamente, emocionantes.

Los segundos suelen ser escribientes que “necesitan” homenajear a su amigo. Según mi punto de vista no siempre está claro su objetivo. Ni siquiera queda claro muchas veces si se trataba de un amigo verdadero.

Y es aquí cuando mi opinión se vuelve definitivamente controvertida. Así, cuando todo hacía presagiar que de estos segundos nacerían las necrológicas más auténticas, resulta que nos propinan, la mayoría aplastante de las veces, los peores textos de los que son capaces. Sobre todo cuando en ellos intentan narrar alguna anécdota surgida de la supuesta amistad. No se sabe muy bien por qué, en vez de rememorar la parte profesional del fallecido acaban haciendo vulgares crónicas de anécdotas ajenas por completo al interés del lector.


No hace mucho un prestigioso escritor le dedicaba al recientemente fallecido Querejeta un post de estas características. En ese texto se daban juntas todas particularidades que lo convertían en un encubierto gesto megalomaníaco. Qué coño me importará a mí si jugaban al futbolín o si les gustaba la zarzuela vasca, más aún si nadie se cree que fueran realmente amigos. Ya digo, nada como un periodista aséptico y neutro. 

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