lunes, enero 27, 2020

Premios Goya. O: Heterodoxia del Hoy


Entendidas en términos generales (no religiosos o económicos) ni la ortodoxia ni la heterodoxia son en sí mismas actitudes encomiables o positivas, y por tanto no existe superioridad de una sobre la otra. Tales actitudes son, pues, las que coexisten y conviven en cualquier estado o momento histórico. Y dadas las respectivas definiciones de ambos términos, el quid del asunto se encuentra, siempre y sólo, en las proporciones que definen la antinomia, de forma tal que la heterodoxia sólo pueda corresponderse con una parte pequeña de la totalidad. Así, todo momento histórico quedará ineluctablemente configurado por un número extraordinariamente elevado de ortodoxos y por un número casi despreciable de heterodoxos

No existe superioridad de una actitud sobre la otra, decimos, pero sí existen grandes diferencias entre la actitud de quienes pertenecen a un grupo o a otro. Hay algo en los representantes que conforman el siempre más reducido grupo de los heterodoxos que los define: el valor. Los heterodoxos son, por definición, individuos que se encuentran enfrentados a la mayoría, lo que siempre y en cualquiera de los casos conlleva un alto coste. El coste real que supone nadar contracorriente, valga la metáfora. Y digo enfrentados, y digo bien, y hablo de coste, y de coste real, porque nadie duda de las dificultades que entraña el hecho de no pertenecer a tu tiempo. Descartada la superioridad de una actitud frente a la otra sólo cabría analizar el sentido último que pueda tener nadar en contra de la corriente. Pero esto sería otro tema.

En cualquier caso, lo que fundamentalmente diferencia a un heterodoxo de un ortodoxo es la mayor y más intensa consciencia de la propia vitalidad del primero, pues sufrirá en sus carnes y de forma continuada ese coste que entraña el ir con la lengua fuera. Mientras que el segundo podrá ir de aquí para allá con su cinturón de seguridad y sin despeinarse. O por decirlo de otra forma: si un heterodoxo no posee una buena complexión y una buena genética muy probablemente viva 5 años menos que un ortodoxo (más allá de la complejidad de parámetros que rige la longevidad de los individuos).

Y es que si tuviéramos que hablar de libertad asociada a la antinomia, la conclusión no albergaría ninguna duda: sólo pueden saborear verdaderamente las mieles de la libertad aquellos cuya actitud no genera fácil reconocimiento social. El heterodoxo es más libre que el ortodoxo porque siendo consciente de los perjuicios que le genera su actitud no acepta complacencias tentadoras y con ello demuestra que verdaderamente hace lo que le da la gana. Nada que ver, por cierto, ni con la obstinación ni con el masoquismo, más bien al contrario lo que hace el heterodoxo con el ejercicio de su libertad es mostrar la alienación de los ortodoxos. Habrá muchos ortodoxos que se empeñen en decir que ellos también hacen lo que les da la gana pero eso sólo podrán decirlo a la defensiva y desde el río que les lleva.

Desde que Winkelmann y Baumgarten inventaran el “Inventario Sagrado” se instaló la creencia de que los artistas son los personajes que mejor representan a lo heterodoxo. Pero esto sería más que discutible, sobre todo en la actualidad de el hoy, donde el arte es entendido mayoritariamente como una herramienta de comunicación -y no poética-, tal y como demuestra la cada vez más alta injerencia del Estado en los procesos productivos artísticos de todo tipo. Por eso resulta preocupante -a la vez que desternillante, valga la paradoja- que mucha gente siga creyendo que los artistas (plásticos, teatrales, cinematográficos) son los adalides de la libertad, pues no hay mayor Gremio que mejor le coma la polla a Papá Estado (que pronto será Mamá y habrá que comerle otra cosa) y además con tanta naturalidad.

Pedro Almodóvar lo dejó claro ayer en los Premios Goya pidiendo al Estado mucho más dinero, es decir, mucha más injerencia, para la industria cinematográfica española, gastando ese gentilicio tan desasosegante cuando se habla de otras industrias, el de lo español. En un alarde de intelectualidad que Almodóvar sólo puede desarrollar cuando son los suyos quienes gobiernan distinguió entre Gobierno y Estado para poder clarificar que es el Estado quien debe poner pasta gansa en la industria cinematográfica española.

Pero si hablamos de industria todo el mundo sabe es que quien paga manda, como también sabe que existen mil y un trucos para aparentar lo contrario. Y es aquí donde los artistas, esos seres puros y libres (sic), aprenden a hacer sus misteriosos requiebros, los que consisten en adecuar sus proyectos a lo que el Estado DESEA, que no puede ser otra cosa que afianzar y agrandar sus fauces para zampar feligreses adocenados. Requiebros: ajustes que permitan conseguir la subvención; requiebros y ajustes que nunca sobrepasarán lo que sus sensibles almas libres estarían dispuestos a soportar sin contravenir esa su esencia pura y libre (sic). Así, los requiebros justos para no “ver” su pacto con Mefistófeles, ese personaje en el que dicen no creer. Resulta curioso ver la facilidad que tienen los creadores, en teoría tan puros como libres, para hacer, casualmente, los ajustes que les permitirán aprovechar las prebendas necesarias para expresar tanta sinceridad.

Que los artistas de el hoy son la pura heterodoxia quedó demostrado -también- en Radio Clásica el día anterior a la entrega de los Premios cuando en el programa Sinfonía de la Mañana Martín Llade entrevistó a los 3 directores (Garaño, Goenaga y Arregi) de la película En la trinchera, con 16 nominaciones. Pues bien, con la complacencia de quien como Almodóvar elabora análisis adolescentes el presentador del programa les dice a los directores respecto al haber rodado en Euskera, “Habéis roto un tabú [haciendo] algo que resulta más complicado” y concluye su elogio asociando esa decisión con el quijotismo, o sea con la ingenuidad más tierna e inocente. Y eso se lo dice a unos autores/directores cuya película tiene ¡16 nominaciones a los Premios Goya! “Quijotismo”, qué bueno.

Queda claro que tanto el presentador como los artistas pertenecen a su época, ésta, la de la Corrección Política; pertenecen a nuestro tiempo, el que se encuentra trufado de quejicas, víctimas y ofendidos. Los cuatro pertenecen a éste nuestro tiempo, tiempo donde los nacionalismos medran y no sólo a costa de la la izquierda tribal -no internacionalista-, no podemos olvidar que la derecha lleva años poniendo puentes de plata a todas esas comunidades con lengua propia. Los cuatro pertenecen a nuestro tiempo, ese en el que los lacayos del Poder se sienten revolucionarios haciendo, exactamente, lo que el Poder les reclama. Por eso, uno de esos directores, también ebrio de autocomplacencia, dice respecto al asunto de la lengua, “vamos camino hacia la normalización... se está volviendo cada vez más heterodoxo”.

¿Heterodoxo rodar en Euskera en nuestro tiempo? ¿Es la normalización propia de la heterodoxia? ¿Puede la heterodoxia considerarse normativa? ¿Qué hay de quijotismo en hacer lo que todas las Altas Instancias Políticas promueven? ¿O acaso ninguno de los cuatro sabe que lo que toca hoy es hacer cine el “lengua comunitaria”? ¿Ninguno sabe que lo que más cachondas pone a las Altas Instancias Políticas es hacerlo todo en “lengua comunitaria”? ¿Que donde más dinero ponen las Altas Instancias Políticas Comunitarias es es todo aquello que se haga en “lengua comunitaria”?

Para un verdadero heterodoxo pertenecer a su tiempo es una de las mayores humillaciones que puede infligirle la existencia.

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