lunes, junio 04, 2007

Buenismo

Se dice que los extremos se tocan. Y es cierto, un fanático es un nihilista y un creyente un desalmado. Los extremos se tocan porque estamos hechos de ellos. Las dualidades prevalecen como ley y los términos antitéticos se imponen. Así la cuestión no es si se tocan o no los extremos, sino el cómo lo hacen: cómo se tocan esos inevitables extremos que aturden al sujeto.

En cualquier caso, los extremos se tocan: a veces a través de las llemas de unos dedos y otras a través de unas ruedas dentadas. Dos formas diferentes de enfrentarse a la naturaleza humana. Es decir, a veces los extremos se tocan en un sujeto provocando en él una cierta consciencia de la inevitable tensión entre los polos, y aveces se tocan sin que el sujeto se aperciba de tensión alguna. La primera de las posibilidades configura sujetos de apariencia débil y la segunda sujetos de apariencia robusta. Por lo que nos encontramos ante una curiosa situación, pues la debilidad y la robustez son, además de términos antitéticos, términos neutros que necesitan un contexto para saber de su positividad. De ahí que hablemos de apariencia. Y de ahí que sospechemos, siempre, digámoslo ya, de los que se muestran a sí mismos como “robustos”.

Así, nada que objetar cuando en un sujeto los extremos se tocan a través de un punto que equidista de unos nuevos extremos, como cuando alguien duda de sí mismo. Sin embargo, cuando los extremos se tocan a través de un círculo cinético es cuando los extremos, además de tocarse, terminan por fundirse y confundirse, desaparecen las referencias y por tanto nada equidista de nada. Cuando esto sucede emerge la figura de quien se sitúa en contra de un extremo sin apercibirse de estar en el otro; que es el mismo... debido al contacto. O por decirlo de una forma vulgar: emerge el buenismo (con sus representantes), uno de los grandes males de nuestra posmoderna era.

Por entendernos (por fin): quienes por estar en contra de una guerra pronuncian a grito pelado “no a las guerras” son quienes se adhieren a un furibundo relativismo en cada discusión mientras creen firmemente en su su superioridad moral. Y su maniqueísmo les obliga a vagar por una cinta de Moebius que conduce a ninguna parte. Son gente que, muy probablemente, asocien (aún) propiedad (privada) a latrocinio. Y digo “muy probablemente” porque los buenistas están conformados por un 10 % de agua y un 90 % de reminiscencias.

O por seguir entendiéndonos (si fuera posible): quienes en referencia al problema vasco (que no es sino un problema de irracionalidad por una de las partes) dicen “diálogo, diálogo y diálogo” son, con toda probabilidad, quienes creen que las leyes las hacen los individuos y el derecho lo engendran los gobernantes. Y digo “con toda probabilidad” porque los buenistas no distinguen entre las amenazas que exigen el cumplimiento de unas necesarias reglas comunitarias y la amenazas de unos matones.

Addenda. Lo decia Alan Alda en una de las mejores películas de Woody Allen mientras sujetaba una vara y la flexionaba: “si se dobla tiene gracias si se rompe no la tiene”.

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