De las mujeres vivas, una de cada tres es o ha sido violentada por uno o varios hombres. Nos dicen. Las estadísticas son así, se escupen para quien las quiera interpretar. Y nadie se atrevería a descreer de ellas cuando el tema en cuestión invoca a la conciencia social (aunque todos duden de ellas cuando los datos hacen referencia a circunstancias políticas). Así pues, habrá que interpretarlas. Sabemos, porque nos lo dicen, que la cifra en cuestión hace referencia a la población femenina mundial: una de cada tres es o ha sido violentada por uno o varios cabrones. Nos dicen. No sabemos, sin embargo, cuál es la diferencia de grado que hay entre países, ni cómo debemos entender exactamente el verbo violentar, ni sabemos la regularidad o la frecuencia con la que ese tercio de población mundial ha sido violentada, ni en qué circunstancias. Se sabe la cifra pero no los detalles. Pero ahí están, escupidas.
Olvidémonos de los países no civilizados. Más, pues: el año pasado fueron más de 70 las asesinadas en España. Ahora son 80.000 las mujeres que han denunciado a sus parejas y viven amenazadas, pero las estadísticas dicen que sólo denuncia el 20 %, por lo que debemos saber que son 400.000 las mujeres violentadas por unos canallas. Cifra alarmante, sin duda, pero que no se corresponde con esa otra cifra que hace poco se hacía pública en otro medio y que decía que una de cada cuatro mujeres era maltratada aquí en España (diferencia, por cierto, nada nimia y que debería inducirnos, seguro, a la reflexión: 400.000 no son 6.000.000).
Hace unas horas han sido asesinadas cuatro mujeres por sus respectivas parejas. La cifra, desde luego, es más que alarmante, pero no tanto porque lo sea en sí misma cuanto porque el incremento de asesinatos va parejo a un aumento de la concienciación masiva y el adoctrinamiento prematuro. Un político decía en un medio el mismo día de los hechos “se va hacer un esfuerzo para educar a los niños en la igualdad”. Y por otra parte, desde casi todos los lados, se incidía en que eso es lo que pasaba en una sociedad machista, por ser una sociedad machista.
De esta forma, tenemos por una parte un término, el del igualdad, que al parecer hay que explicar a los niños y por otra la de la asociación (político/mediática) del concepto de machismo (genérico) al de delincuencia (de unos asesinos). Pues bien, ésta es siempre la tónica después de los hechos en la medida en que responde a la estrategia seguida por los políticos y los media. Esa es la metodología que por tanto debe seguirse, siempre según esa Opinión Pública, en la educación de los niños: la de hablarles de igualdad y de machismo después de un asesinato. A todos los niños, claro, pero mirando fijamente a los ojos de ellos, los varones, los potenciales asesinos.
Toda explicación mediática y educativa, pues, tratará de inculpar al género que queda representado por los asesinos. La sinécdoque llevado al grado sumo de la perversión. Tal es la tónica, tal es la estrategia, la que día a día demuestra su perfecta ineficacia. Pero erre que erre, se insiste en la estrategia de criminalización de género. Y a nadie parece preocuparle demasiado las cifras de asesinadas (tan alarmantes realmente) puesto que nadie plantea la posibilidad de haber errado en la estrategia y a nadie se le ocurren otras opciones estratégicas más razonables. Concienciación no es criminalización, aunque la Opinión Pública no parezca saberlo.
En la educación infantil, todo el peso de la culpabilidad se encuentra dirigido al niño (varón), de la misma forma que en la sociedad adulta todo el peso de la culpabilidad se encuentra enfocado hacia el hombre (varón), que por eso “la lacra es”, dicen, “la consecuencia de una sociedad machista”. Y desde este punto de vista sólo hay prevención cuando se previene al hombre (varón) del mal que va a cometer. No hay mujer sospechosa, sólo hombres sospechosos. Esa es la máxima de la estrategia. Así, se conculca la igualdad en la teoría mediática, pero sin darse cuenta que con tal estrategia se crea la primera gran desigualdad, esa en la que el niño ya desde pequeño comienza a ser sospechoso.
El término igualdad es complejo, por lo que no es en absoluto el más apropiado para ser usado en la educación infantil. Necesitaría de grandes matices. No, la clave no se encuentra en la cuestión de la igualdad, sino en la del respeto y la autoestima. Ellos deben aprender a respetarlas a ellas (cuando la testosterona les explota) y ellas deben aprender a quererse a sí mismas (cuando comienzan sus capacidades electivas). Y por algo será que hay que enseñarles cosas distintas. Quizá porque no son iguales, quizá porque las hormonas no responden igual en un género que en otro ni a las mismas edades.
Olvidémonos de los países no civilizados. Más, pues: el año pasado fueron más de 70 las asesinadas en España. Ahora son 80.000 las mujeres que han denunciado a sus parejas y viven amenazadas, pero las estadísticas dicen que sólo denuncia el 20 %, por lo que debemos saber que son 400.000 las mujeres violentadas por unos canallas. Cifra alarmante, sin duda, pero que no se corresponde con esa otra cifra que hace poco se hacía pública en otro medio y que decía que una de cada cuatro mujeres era maltratada aquí en España (diferencia, por cierto, nada nimia y que debería inducirnos, seguro, a la reflexión: 400.000 no son 6.000.000).
Hace unas horas han sido asesinadas cuatro mujeres por sus respectivas parejas. La cifra, desde luego, es más que alarmante, pero no tanto porque lo sea en sí misma cuanto porque el incremento de asesinatos va parejo a un aumento de la concienciación masiva y el adoctrinamiento prematuro. Un político decía en un medio el mismo día de los hechos “se va hacer un esfuerzo para educar a los niños en la igualdad”. Y por otra parte, desde casi todos los lados, se incidía en que eso es lo que pasaba en una sociedad machista, por ser una sociedad machista.
De esta forma, tenemos por una parte un término, el del igualdad, que al parecer hay que explicar a los niños y por otra la de la asociación (político/mediática) del concepto de machismo (genérico) al de delincuencia (de unos asesinos). Pues bien, ésta es siempre la tónica después de los hechos en la medida en que responde a la estrategia seguida por los políticos y los media. Esa es la metodología que por tanto debe seguirse, siempre según esa Opinión Pública, en la educación de los niños: la de hablarles de igualdad y de machismo después de un asesinato. A todos los niños, claro, pero mirando fijamente a los ojos de ellos, los varones, los potenciales asesinos.
Toda explicación mediática y educativa, pues, tratará de inculpar al género que queda representado por los asesinos. La sinécdoque llevado al grado sumo de la perversión. Tal es la tónica, tal es la estrategia, la que día a día demuestra su perfecta ineficacia. Pero erre que erre, se insiste en la estrategia de criminalización de género. Y a nadie parece preocuparle demasiado las cifras de asesinadas (tan alarmantes realmente) puesto que nadie plantea la posibilidad de haber errado en la estrategia y a nadie se le ocurren otras opciones estratégicas más razonables. Concienciación no es criminalización, aunque la Opinión Pública no parezca saberlo.
En la educación infantil, todo el peso de la culpabilidad se encuentra dirigido al niño (varón), de la misma forma que en la sociedad adulta todo el peso de la culpabilidad se encuentra enfocado hacia el hombre (varón), que por eso “la lacra es”, dicen, “la consecuencia de una sociedad machista”. Y desde este punto de vista sólo hay prevención cuando se previene al hombre (varón) del mal que va a cometer. No hay mujer sospechosa, sólo hombres sospechosos. Esa es la máxima de la estrategia. Así, se conculca la igualdad en la teoría mediática, pero sin darse cuenta que con tal estrategia se crea la primera gran desigualdad, esa en la que el niño ya desde pequeño comienza a ser sospechoso.
El término igualdad es complejo, por lo que no es en absoluto el más apropiado para ser usado en la educación infantil. Necesitaría de grandes matices. No, la clave no se encuentra en la cuestión de la igualdad, sino en la del respeto y la autoestima. Ellos deben aprender a respetarlas a ellas (cuando la testosterona les explota) y ellas deben aprender a quererse a sí mismas (cuando comienzan sus capacidades electivas). Y por algo será que hay que enseñarles cosas distintas. Quizá porque no son iguales, quizá porque las hormonas no responden igual en un género que en otro ni a las mismas edades.
Otra cosa sería hablarles de justicia social y de derechos ante la ley, pero estamos hablando de igualdad a partir de un asesinato no de una injusticia social. Los asesinos matan por aquello que los hace diferentes a las mujeres, no por lo que los hace iguales. Lo que por tanto habría que hacer es ahondar en la diferencia, analizarla y en función de los datos dirigir la educación hacia una prevención realista. Probablemente la causa por la que el 99% de los asesinos han matado a sus mujeres no se encuentra asociada a las injusticias sociales. Más bien se debe (y quien dude que mire las estadísticas) a algo más irracional, más vinculado a lo atávico, a lo genético, eso que tan poco gusta a los ultraambientalistas y a los que creen que todo el mal proviene de las convenciones sociales. Esto es, más vinculado a lo que nos diferencia a los varones de las hembras. Por lo que resulta peligroso además de erróneo insistir en lo de la igualdad. Exigir la igualdad podría, de este modo, servir para justificar que las mujeres asesinaran a los hombres, ya que, además, nadie dudaría de la maldad de ellos, las víctimas.
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