sábado, agosto 16, 2008

Soy un cobarde

Ya lo advertí en otro post. Así que ahora me reafirmo.

No hace mucho Coetzee decía que no creía tanto en la verdad científica como en la literaria. O mejor, decía que llegado el caso podía ser más eficaz, en la comprensión del mundo, la verdad literaria que la verdad científica. Su aserto debemos entenderlo como una licencia… literaria: poética. Esto es, como una verdad. En cualquier caso, ha de apuntarse que la verdad nada tiene que ver con la objetividad de algo sino con el lenguaje. La verdad nada tiene que ver con el objeto, sino con el sujeto. Yo no sé si exactamente soy un cobarde pero yo digo que lo soy. A lo mejor mis actos me desmienten, pero a lo mejor no. Las licencias poéticas en las que tanto cree Coetzee, son para mí sólo licencias poéticas, maravillosas cuando son maravillosas, vulgares cuando son vulgares y necesarias precisamente porque sabemos de la imposibilidad de la verdad científica (objetiva). Creemos en la verdad poética, pues, porque no tenemos otro remedio. En cualquier caso, yo tengo mis reparos ante la magnificación de la verdad poética: me siento verdaderamente molesto, por ejemplo, cuando después de estudiar los problemas de la Historia (como disciplina que analiza y ordena el pasado); digo, me siento verdaderamente molesto cuando después de comprobar los problemas que encierra entender los términos Historia o historiar viene el poeta y me dice “la Historia es una secreción del universo”. Pero éste sería otro tema.

Al periodismo actual le viene al dedillo la confusión entre ambas formas de verdad. Los descriptores de la realidad se pretenden objetivos (y creen serlo) sin darse cuenta de que la realidad la fundan ellos con la noticia. Y la noticia, sobre todo en esta sociedad descreída y políticamente correcta, sólo puede ser expresada a través de la poesía mediocre. Y desde luego sin objetividad posible. El fin último que pretendía la imposición de la corrección política era exactamente ese: que ni siquiera ante la noticia nadie se sintiera ofendido, por eso el hecho, el acontecimiento, debía ser narrado (y descrito) a base de verdades poéticas mediocres, es decir, verdades melifluas, dependientes, contemporizadoras, inestables.

Por ejemplo, hace unos días se dio en todos los medios de formación de masas la noticia de que se había producido “otro asesinato por violencia machista”. Una mujer rusa de 26 años había sido asesinada por su compañero sentimental, al que ya habían localizado y metido en la cárcel. Hemos analizado en otras ocasiones el tema de la denominación (la asociación del término machismo al de crimen), así que no me pronunciaré al respecto de tamaña barbaridad. Lo verdaderamente definitorio de la noticia es lo de “otro”. Porque aquello de que News is bad news es, ya, absolutamente falso. Las noticias ya no tienen que ser malas para ser, sólo tienen que ser oportunas y punzantes. No adecuadas, ni apropiadas, sino oportunas. Y nada más oportuno que las afirmaciones, como esas que, a base de licencias poéticas, repiten y repiten una suerte de estribillo. “Otro” y “otro” y “otro” y “otro”… Beckett en dilatado y en vulgar. Pero produciendo muchos más beneficios económicos.

La noticia debe incitar, según sus inconscientes distribuidores, al compromiso social, pero lo que hacen con tanta licencia poética (burda) esos distribuidores de noticias (esos conformadores de la Realidad) es incitar al odio. Que es de lo más rentable. El periodismo actual se nutre de la perversa forma de comunicación que ha creado la corrección política. Tanto es así que tuvieron que pasar dos días para que en una coletilla de una pequeña columna de un solo periódico y sin titular significativo se dijera que habían dejado en libertad al (que fue) presunto asesino de la rusa, porque se había demostrado mediante autopsia que el acusado nada tenía que ver con la muerte de su compañera. Al parecer lo único que hizo para ser juzgado por policía y medios y ser introducido en la cárcel fue avisar de la muerte inesperada de su novia. Nadie en la televisión recondujo la noticia dada dos días antes. Nada de exclamaciones grandilocuentes en todos los telediarios. Nada, pues no hay noticia. Los grupos de presión callados como putas. El inculpado exculpado después de pasar dos días en la cárcel con el pesar añadido de la muerte de un ser querido, la muerte por la que se le acusa de asesino. Ni un solo titular, ni una sola exclamación de perdón. No sé si a pesar de todo se habrá contabilizado como caso de violencia género. Pero como la noticia estuvo ahí, escupida por todos los medios, no me extrañaría nada que así fuera.

El problema de la verdad poética pues, no se encuentra en que sea poética (ya que no puede ser de otra forma), sino en que sea de baja estofa. y en que deba ser punzante. Es decir, el problema se localiza en que no sepamos distinguir entre verdades poéticas dignas (por su relación con la belleza o la bondad, por su relación con la consistencia o la justicia) y verdades poéticas vulgares (si toda verdad es poética por definición lo único que resulta imperdonable es que sea vulgar, innecesaria). Pero entonces nos encontramos con otro problema, porque es la misma corrección política la que se encargó de disipar las ofensivas y antidemocráticas diferencias entre lo culto y lo popular, entre lo bello y el kitsch, etc., entre la misma verdad y la mentira, entre lo bueno y lo malo. El periodismo de baja estofa es pues el producto de la carencia de ética en la información.

Aun recuerdo yo aquellos primeros pasos de la corrección política que a mí me tocó vivir en la Universidad a principios de los ochenta. Los profesores posmarxistas que habían militado en el FRAP reivindicaban con ahínco la importancia superlativa de la Cultura Popular. Nos inculcaban, y lo recuerdo con precisión, fanatismo por las series Falcon Crest y Los ricos también lloran, porque decían que la verdad poética se encuentra siempre cerca del pueblo. Y nos inducían a la culpabilidad en caso de tender hacia lo apocalíptico (que siempre ocultaba connotaciones elitistas). Si hay diferencia entre la cultura elitista y la cultura popular –decían- es que la segunda es más democrática y por tanto más verdadera. De este modo quienes rechazaban toda verdad absoluta exigía la verdad verdadera. Así es como lo vulgar (no dicho de forma peyorativa en principio) se hizo con el poder que anulaba la posibilidad de acceso a algo superior por noble (como lo es la Verdad, o la Bondad o la Belleza. Sólo lo popular tenía crédito. Todo lo que no fuera popular era ofensivo.

Hace un par de años tuvo lugar un incidente del que todas las televisiones se hicieron eco aproximadamente 8 veces al día durante una semana. Un salvaje mucho más cobarde que yo le propinaba, en el vagón de un metro, una serie de agresiones físicas a una atónita y acobardada chiquilla sudamericana. Los medios de formación de masas acribillaron a ese otro viajero que torcía la mirada con el fin de no intervenir. Por miedo. Miles de periodistas sugirieron cobardía y por la calle recibió durante una temporada insultos y amenazas por gente que no se consideraba cobarde. Pues bien, ese otro viajero impertérrito ante las agresiones era yo. Yo soy cobarde porque yo fui aquel cobarde. Y no me alegro de ser así.

Hoy viene una nueva noticia a página casi completa. El caso resulta curioso y supongo que todos los lectores lo conocerán. Un hombre defiende a una mujer por verla maltratada públicamente. El defensor de la chica es atacado por el maltratador y debido a la paliza que recibe se encuentra en estado de coma y cercano a la muerte. Ante la demanda de explicaciones por parte de la policía la mujer niega que hubiera el maltrato por el que alguien (que fue agredido) salió en su defensa. O sea, tenemos un hombre a punto de morir, otro hombre que es quien ha propinado la paliza al primero y una mujer que ha sido defendida, al parecer, sin ninguna causa y por ningún motivo. El periódico dice a través de su periodista “La mujer se negó a denunciar a Puerta (el agresor) por motivos personales y porque considera que es un hombre enfermo que necesita ayuda y tratamiento”, “Las fuentes consultadas añadieron que Sandra no es politoxicómana, y que sólo ha sido una mujer con mala suerte que eligió a una pareja con problemas”.

Así pues, mientras un ¿valiente? se está muriendo, la mujer es tratada como alguien a quien hubiera que exculpar. No es politoxicómana, nos dicen. Como si hiciera falta exculparla ¿de qué? ¿Qué nos importa a nosotros si Sandra es o no politoxicómana? Y mientras un ¿valiente? se muere por defender a una ¿indefensa? mujer, las “fuentes consultadas” nos dicen que Sandra “sólo ha sido una mujer con mala suerte que eligió una pareja con problemas”. Mientras un ¿valiente? se muere por haberla defendido, ella exculpa a quien evidentemente ha sido el artífice de la paliza propinada al que se muere por haberla defendido y que muy probablemente sea quien a ella maltrataba. Definitivamente soy un cobarde. Y hoy me alegro de no haber estado allí (en el lugar de los irrefutables hechos) para que me dieran la ocasión de exorcizar mi culpa y poder considerarme un valiente.

Post Scriptum. Este texto fue escrito ayer a falta de alguna corrección, con la noticia comentada recién aparecida. Ahora estoy con el periódico de hoy en las manos y con la continuación de la noticia. Me viene bien esta continuación porque me libra, a pesar de todo, del malestar que me crea el no estar seguro de algunas de mis afirmaciones. La noticia de hoy (16-8-08) dice que la susodicha mujer “denunció hace tres años a un ex novio”, según “confirmaron fuentes policiales”. “Presentó diversas denuncias contra él... y tuvo que refugiarse en un piso particular, con la ayuda de una asociación de mujeres maltratadas, en Granada”. Hace tres años de esto. También aparecen unas escuetas declaraciones de ella sobre el agresor de ahora (al que no quiere denunciar y al que exculpa mientras su defensor se muere): “es una bellísima persona”, dice. ¡Qué cobarde soy!

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