Resulta ciertamente sorprendente encontrarse, en estos tiempos pacatos, con una exposición como la dedicada a sexualidad en el arte, Las lágrimas de eros (Museo Thyssen). Sorprendente, claro, por poco previsible. Tanto es así, que ha incluso generado algún comentario que demostraba, antes que nada, la confusión que provoca lo sorprendente por imprevisible. Tal es el caso de las opiniones vertidas en El país por el maestro Vargas Llosa.
Pero la sorpresa del escritor, para mayor sorpresa nuestra, no provenía del hecho de haberse encontrado ante una exposición poco previsible en estos tiempos gazmoños. El escritor venía a mostrarse sorprendido ante el hecho de que esa vinculación del arte al concepto de Eros no tuviera el mismo predicamento en la actualidad como lo tuvo en épocas pretéritas. Se ve que la exposición le gustó, pero se le quedó corta respecto a sus posibilidades contemporáneas. Sus conclusiones consistían en creer que esa falta de predicamento actual por el tema se debía a la superación de los tabúes asociados al tema de la sexualidad. Su tesis era algo así como que los jóvenes, al haberse liberado de los tabúes sexuales, ya no necesitaban recurrir al análisis y representación de la sexualidad a través del arte. Lo decía todo en tono de lamento; le apenaba que el tema de la sexualidad no fuera de más interés para los artistas y por tanto le apenaba no poder cruzarse con más obras de arte actuales que dieran cuenta de la preocupación por dichos temas.
Lo que desde luego no parece conocer Vargas Llosa es el verdadero motivo de aquello que le induce a queja y lamento; no parece conocer las verdaderas causas de esa supuesta carencia contemporánea del arte respecto al concepto de Eros. Así, desconoce algo que no por elemental deja de ser absolutamente significativo: esta exposición que al parecer tanto le ha fascinado no ha sido más que lo que ha podido ser dadas las circunstancias. La perogrullada, como tantas otras, tiene un trasfondo canalla. Por decirlo de otra forma: esta exposición se ha montado midiendo al milímetro, tanto lo que debía como lo que no debía ser mostrado. Y de ahí que el escritor haya cometido un error de bulto: creer que aquello que no ve, no existe. Sin ni siquiera caer en la cuenta de que en estas circunstancias “ver” es sólo “ver lo mostrado”.
Cierto es que todas las exposiciones temáticas de hoy en día, pero con mayor motivo las que rozan un tema delicado, eliminan de inmediato en su gestación todo atisbo de incorrección política. De tal forma que esta exposición, insistimos en la perogrullada, ha sido posible porque ha sido configurada de la única forma en que podía: ateniéndose a las más estrictas condiciones y normas que exige toda corrección política. Afirmación ésta que ya explicaría, en alguna medida, la poca presencia de obra contemporánea. O que explicaría la elección del tipo de obra que debería representar la contemporaneidad. O que explicaría la existencia de esa guía didáctica realizada para los niños. Porque la premisa con la que se ha seleccionado la obra contemporánea ha sido, evidentemente, su valor continuista con la tradición, y más concretamente con la tradición simbólica.
En cualquier caso debe saberse que no hay actualmente ninguna entidad expositiva (ni pública ni privada) que quiera poner en peligro su estabilidad sólo por el placer estético que pudiera proporcionar una exposición determinada. Valga la incoherencia puesta al servicio del miedo y/o de la ambición. Así, no hay entidad expositiva (ni pública ni privada) que exponga nada que pudiera causarle problemas… políticos. Motivo por el cual se exhibe tan poca obra de arte vinculada al género del desnudo en particular y al asunto de la sexualidad en general.
El problema es que todo esto sólo lo saben, al parecer y desgraciadamente, quienes por miedo nada tienen que objetar públicamente respecto a la censura de la corrección política. Por lo que prácticamente nadie sabe del verdadero alcance de la situación real; del verdadero alcance de la censura real de nuestra actualidad. Por lo que prácticamente nadie sabe que hoy, lo que mueve las montañas no es la voluntad, sino el miedo. Y que las mueve, sólo, para dejarlas donde estaban. Así, Vargas Llosa parece no saber que esa carencia que echa en falta se debe, básicamente, al miedo de los exhibidores a las consecuencias de obrar de forma políticamente incorrecta. No se trata de criticar la selección de Guillermo Solana sino de sugerir que esta exposición es exclusivamente el producto de lo que quiso ser; una exposición cuyo “peligro” debía situarse por debajo del 3- R (tres con reparos), expresión ésta que sólo entenderán quienes algo saben de la censura no encubierta de otras épocas. Por decirlo de otra forma: Las lágrimas de Eros es una exposición con definitivo aire clásico. Tanto es así que a los niños les resulta menos excitante (en sentido sexual) ver esta exposición que cenar en el Burger King.
Lo inquietante, pues, no se encuentra en el hecho de que el público de esta exposición no sepa nada de la brutal censura encubierta de nuestro presente, sino de que no sepa nada de ella un intelectual de la talla de Vargas Llosa. Por otra parte se trata de una censura (la encubierta) difícil de eliminar, pues la izquierda es la inventora de la corrección política y la derecha se mueve a sus anchas con toda prohibición basada en las buenas costumbres. Así, difícil de eliminar por difícil de demostrar. Que por eso es encubierta.
domingo, noviembre 29, 2009
Arte y miedo. Sexualidad y Vargas Llosa
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España. Lo políticamente correcto
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1 comentario:
Hola Alberto, me alegro de que vuelvas a editar en el blog, y me alegra volver a leerte.
Un beso
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