jueves, agosto 26, 2010

De la fotografía (De lo inverosímil)

Todos los años realizo la misma prueba con mis alumnos en el primer día de clase. Les paso una veintena de fotografías escogidas, casi al azar, de entre varias revistas. Son fotos normales que carecen de rasgos especiales. Y digo “casi” al azar porque, aunque es cierto que su búsqueda no fue nada laboriosa, lo cierto es que aún en su disparidad existe en todas ellas un sutil denominador común que confiere sentido a la selección, así como a la misma prueba. Se las paso a través de un proyector (después de haber sido escaneadas directamente de las revistas), lo que desde luego imprime un cierto carácter analítico –involuntario- a la visualización. Se las paso sin haber dado pista alguna, con parsimonia y dejando que el obligado silencio obtenga su sentido. De hecho, ésa es la causa que provoca en ellos una atención que jamás volverán a mostrar a partir de entonces, cuando las ulteriores habituales proyecciones académicas deban ya exigir una atención responsable. Pero eso parece otra cuestión.

El caso es que el resultado siempre es el mismo, y se encuentra en relación directa a la suma acumulativa de las percepciones. Describir las fotografías no serviría de nada, pues lo interesante de las fotos no se encuentra en lo que muestran sino en las sensaciones perceptivas que provocan. Resultado: indefectiblemente existe siempre una opinión que se expresa de forma colectiva; una opinión que seguramente surge en las particularidades de las fotos, pero que se resuelve juzgando el conjunto. Y esto último resulta de suma importancia, pues de las particularidades no habría mucho que decir debido, precisamente, a la trivialidad de las imágenes. En cualquier caso y a pesar de esa trivialidad, prácticamente todos los alumnos tienen el mismo pensamiento durante la proyección de las fotografías: todos sospechan de la “realidad” de esas fotografías; todos desconfían de su Verdad. O por decirlo de otra forma: todos consideran que se trata de fotografías que pueden contener algún tipo de engaño o truco. O dicho en lenguaje fotográfico: todos piensan que esas fotografías podrían estar manipuladas, retocadas de alguna forma y en alguna medida. ¿Por qué? Pues por diversos motivos, esos motivos por los que yo las elegí “casi” al azar: porque confluía en ellas alguna descontextualización (objetual o espacial) inesperada o alguna imprevisibilidad que sólo era pensable ante la exigencia de un juicio fotográfico y no ante una visualización ordinaria. O simplemente porque había algo extraño en ellas. O porque preponderaba algún tipo de belleza –o lo contrario. O porque se mostraba algún tipo de realidad idílica –o lo contrario. (Debo decir, haciendo un pequeño paréntesis, que dados los lugares de donde las extraje yo, educado en la fotografía analógica, no habría dicho nunca que se trataba de fotografías manipuladas. Puede que lo hubiera pensado de una, todo lo más, pero jamás habría hablado de “engaño” refiriéndome al conjunto)

En cualquier caso, la conclusión de mis alumnos es siempre la misma aun cuando no se tenga claro el motivo que haya podido inducir a ese (posible) retoque fotográfico -a todas luces innecesario, dada la intrascendencia de las imágenes. Dan por hecho el uso de un software de retoque fotográfico y por tanto descreen, en alguna instancia, de la realidad de esas fotografías. Su inflexible desconfianza hacia la verosimilitud se encuentra, además, asociada al concepto de Verdad, que en este sentido se resuelve siempre en la forma de “no verdadero”. Con los años y observando cotidianamente su actitud hacia la Fotografía he llegado a la conclusión de que los resultados de esta experiencia nada tienen que ver con esas concretas fotografías y que por lo tanto su actitud es extensible a la visualización de la imagen fotográfica en general.

Es cierto que todo en la prueba conducía a una visualización “defensiva” (primer día de clase, aula oscura, proyección…), pero no es menos cierto que después, durante todo el curso académico, se irá repitiendo y consolidando esa desconfianza a lo largo de todas las visualizaciones de imágenes fotográficas. En efecto: siendo sabedores de la existencia del llamado retoque fotográfico ya no es posible ingenuidad alguna. O mejor, no se trata tanto de una cuestión de descreimiento hacia lo verosímil como de una cuestión de sospecha (genérica), una sospecha que se encuentra incrustada en la propia percepción del sujeto del hoy. La sospecha, pues, como forma de abordaje perceptivo hacia el producto de un medio de representación que es, ya, absolutamente masivo. La desconfianza como una forma de vida. No se trata, como muchos piensan, de que se haya impuesto una especie de postfotografía. De lo que sin embargo no hay duda es que se ha impuesto una nueva forma de mirar imágenes: la postfotográfica. Una desconfianza hacia lo verosímil que por fin demuestra verdaderamente la fragilidad de toda distinción ontológica entre lo imaginario y lo real. Y esto no ha hecho más que empezar.

Nota. Resulta curioso comprobar la contradicción que emerge en el sujeto del hoy. Debido a su nihilismo “innato” no cree en nada, no se cree nada. Por eso, lo que más arriba parecía otra cuestión no sólo no lo era, sino que se trataba de una extensión de lo mismo. Efectivamente: es precisamente ese nihilismo el que induce a los jóvenes a la sospecha (respecto a las fotos), pero también el que les lleva a NO mostrar verdadero interés por la adquisición de conocimientos. Así pues, la contradicción: no se creen nada, pero siguen haciendo como que se lo creen todo. Y por eso hacen fotografías, se casan y hacen turismo.

1 comentario:

jorfasan dijo...

Retoque que es muy tradicional en la fotografía. Recuerdo a un viejo fotógrafo, padre de un amigo mío, retocando los rostros de toda la emigración que en su establecimiento se retrataba-en la margen izquierda del Nervión-, para "enviar al pueblo" unas instantáneas con un aspecto saludable. Los positivos se colocaban sobre un atril y eran sometidos al lápiz, la goma, un betún, blanco de españa y algún aceite, incluso a unos utensilios de tipo buril y otros cuya denominación desconozco pero que he visto en los que hacen trabajos con estaño. Fue un descubrimiento para mí que "creía" en la verosimilitud de la fotografía. El retoque comercial que allí aplicaban era siempre ejecutado en los positivos. El revelado era un proceso más automatizado y apenas, salvo que hubiera que forzar los revelados por alguna necesidad del material empleado, se manipulaban en esa fase. Todo se ejecutaba en el positivo.

Es muy posible que los niños que se criaron con esas fotografías enmarcadas sobre la tele o sobre alguna alacena -sin duda, escasa de libros- no supieran que estaban retocadas y el aspecto algo fantasmagórico de aquellos rostros les parecieron características innatas de la vieja fotografía. Pero estaba retocada. Quizá lo que ha cambiado ha sido la masificación/democratización del retoque. Desde que el control del positivado se desplazó de los viejos laboratorios a los usuarios, la fotografía -ciertamente- ha cambiado completamente de paradigma.

Es un placer leer sus comentarios, Sr. Adsuara. Muy agradecido.