viernes, agosto 27, 2010

De la fotografía (De su muerte)

Como es masivamente sabido hay una nueva forma de documental que arrasa en las televisiones. Se trata de un tipo de narración documental que consiste en filmar con cámara al hombro evitando la presencia física del mismo narrador visual. Supongo que el éxito se debe, precisamente, a su aparente neutralidad, a su aparente objetividad, condiciones ambas que han sido siempre el caballo de batalla de este género no ficcional y que ha sido resuelto, en esta “nueva” forma de documental, anclando todo protagonismo sobre los personajes “intervenidos”. El más famoso, quizá por pionero, de todos ellos es sin duda Callejeros.

No quiero extenderme demasiado en su descripción porque a buen seguro todos lo conocen, pero baste decir que se trata de un programa televisivo del que son fans hasta los desheredados más “inmundos”. Tiene más fans que cualquier equipo de fútbol. “¿Sois de Callejeros?, pues adelante”, dice el tipo de pelo engominado que controla la venta de droga en el barrio, y acto seguido presenta a sus enjoyados cómplices y amigos, y a toda su oronda familia, que por supuesto se alegra de ir saliendo a escena en medida comparecencia secuencial. Atusándose el pelo unas y comentando sus fechorías los otros. En efecto, ante Callejeros no hay nadie que se resista, y quien dice Callejeros dice cualquiera de esos programas que se han puesto de moda en su imitación al de Callejeros. Los ladrones se jactan de serlo y muestran cómo roban en el supermercado, los contrabandistas nos presentan a sus hijos, futuros contrabandistas, los drogadictos nos enseñan cómo se rebajan para conseguir una dosis que apenas le dará fuerza para aguantar un par de horas más. Los pobres más pobres nos muestran el basurero de donde escogen las mejores sobras culinarias. Los adolescentes ebrios de alcohol y droga mandan saludos escabrosos a sus ignorantes padres. Las prostitutas nos cuentan, todas dignas, aquello que no están dispuestas a hacer con un cliente (después de contar cómo se la chupan a un camionero sucio), pero después de haberse inyectado un chute ante la cámara. “¿Sois de Callejeros?, pues adelante, que os voy a mostrar mis entrañas, pero no os olvidéis de decirme cuándo voy a salir por televisión”. Y acaban despidiéndose con el grito de guerra: “¡Viva Callejeros!”.

¡Quién nos lo iba decir! Hasta hace unos “días” la posibilidad de documentar la vida de una banda organizada de mafiosos de barrio habría tenido que contar con una ardua negociación. Después de varias charlas pactadas a través de intermediarios se habría convenido quién y en qué condiciones iba a realizarse el documental. Seguramente no habrían dejado entrar a la cámara a cualquier sitio y las preguntas habrían sido previamente convenidas de alguna manera. El reportaje se habría resuelto con unas notas transcritas y unas fotografías, casi seguro en blanco y negro, que habrían servido para vender más ejemplares de la revista en cuestión. Que por eso se jugaban la vida el periodista y el fotógrafo. Esto, como digo, es lo que pasaba hace unos días.
Ahora, lo vemos a diario, las cosas suceden de otro modo. Es otro el estilo de los canallas y los desheredados. Se mueren todos ellos por salir en televisión. Facilitan los accesos al periodista y les cuentan incluso aquello que no es demandado. Los primeros muestran un nulo sentido ético del que se sienten satisfechos ante sus compinches porque saben, entre otras cosas, que “nunca pasa nada”. Y a los segundos les enloquece salir en televisión, y más aún si salen por ser considerados “especiales”, algo que les hace sentirse especiales. Los canallas hacen gala de sus coches tuneados y sus pulseras de oro. Los pobres nos muestran su insalubre inodoro y nos enseñan sus miserias más personales y privadas. Los primeros nos cuentan cómo se burlan de la ley y los segundos cómo la justicia los ignora. Y si en alguna ocasión el documental se centra en personas ricas éstas no dudan en mostrar rápidamente todas y cada una de las pruebas que demuestran su supina incultura. En resumidas cuentas: todas las personas que antes tenían motivos para ser discretos y cautos ahora son unos exhibicionistas consumados.

Lo curioso de este exhibicionismo se encuentra en la relación con los medios de comunicación. Es decir, como comprobamos a diario, los matones, los indigentes, los facinerosos, los yonkis, los desesperados, los proxenetas, los ladrones, los adolescentes desocupados, los chaperos, los atracadores, los desheredados etc., abren sus puertas y su alma, sin negociación alguna, a quien le permitirá alcanzar sus 15 minutos de gloria: la televisión. Y lo hacen aun cuando esos 15 minutos pueda pasarles una factura desproporcionada respecto a este efímero y raquítico éxito.

Sin embargo si apareciera ante ellos un tipo “indocumentado”, s decir, sin una acreditación televisiva, pertrechado con una cámara de fotografiar y quisiera sacar unas cuantas fotografías de su forma de vida, es muy probable que fuera expulsado a hostias de los dominios del desalmado o del friki. La fotografía ya no tiene ninguna cabida como género documental. Primero porque la fotografía carece de credibilidad alguna (como veíamos en reciente post), segundo porque, por ello, la impresión gráfica se encuentra en plena decadencia, tercero porque el espectador expectante del hoy prefiere que los personajes se muevan, como los de los videojuegos y las consolas, y cuarto porque, por ello, el espectador expectante del hoy prefiere cualquier “youtube” a cien insulsas y aburridas imágenes fijas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joé, es verdad.