domingo, septiembre 12, 2010

Placer pasivo y conocimiento

[Texto surgido a partir de un pasaje de Leo Marx a propósito de Mark Twain, quien de joven comenzó como aprendiz de piloto en embarcaciones fluviales: “(Cuando aprendió)… la forma en que el piloto ve debajo de la superficie del agua, el río se convirtió en un libro nuevo y maravilloso para él. Ahora en vez de deleitarse con los reflejos del agua de una espléndida puesta de sol, él veía en casi cada pequeño detalle de una línea o de un color el signo de una amenaza oculta: un escollo escarpado, una corriente peligrosa o un nuevo obstáculo”]


Allá donde Turner pudo ver un confín confuso el agrimensor intentaba ver el límite de una propiedad. Donde muchos ven un paisaje el promotor ve parcelas y el campesino un terreno. Allá donde un paciente ve manchas abstractas en un monitor el médico ve signos significantes. ¿Qué es preferible, la actitud ingenua del esteta –placer pasivo- o la actitud productiva del profesional –racionalista-? ¿Qué proporciona más placer, ver las manchas ininteligibles de una ecografía –ignorancia- o leer en ellas las respuestas a una demanda –conocimiento-? A veces no hay forma de distinguir dónde acaba el placer pasivo y dónde empieza el racionalismo placentero. Unas veces el conocimiento es el precio que hay que pagar por renunciar a un placer pasivo, como puede que le suceda al agrimensor. Y otras veces, las menos, resulta más oportuno o más gratificante renunciar al conocimiento para disfrutar verdaderamente del placer pasivo. La búsqueda de una conclusión al respecto no debería llevarnos a equívocos producidos por la necesidad de tomar partido de forma apresurada. Es cierto que las variables son demasiadas y que cada individuo es un mundo, pero en cualquier caso y sea como sea, nada nos impide dar crédito a la sensatez, esa cualidad que, como es sabido, creen poseer todos los individuos.

La pregunta verdaderamente difícil de responder sería, ¿es el placer pasivo una forma inferior de placer?, ¿tiene el ser humano la obligación de intelectualizar su actitud vital para superar ese estadio infantil definido fundamentalmente por la condescendencia hacia el placer pasivo?

En cualquier caso conviene distinguir entre la percepción ligada a lo cotidiano y la “lectura” profesional de signos. Por ejemplo: todos los seres civilizados se encuentran familiarizados con la palabra paisaje, porque lo que con ella se señala es algo con lo que todos se topan de forma regular, algo que no sucede con la contingencia que supone visionar una radiografía. El placer pasivo sería aquel que se produce ante la visión naif de un conjunto reconocible: árboles+riachuelo+montaña+ovejas. Por eso el placer pasivo se encuentra tan estrechamente ligado, por una parte a la ingenuidad y por otra a la ignorancia, características tan propias de los infantes. Así, ante una puesta de sol, por ejemplo, se produce una emoción primitiva que tiende a producir placer en el observador. ¿Es legítima la forma naif de aproximación a la representación del mundo? Por supuesto. ¿Y es, siendo legítima, una buena forma de aproximación; buena en el sentido de productiva? Es decir, ¿es posible dictaminar niveles de excelencia en la experiencia perceptiva? Y ahí es donde surgen las dudas, aun sabiendo que el placer pasivo no por ser pasivo deja de ser placer. Dudas que emergen ante unas cuestiones extremadamente personales que además son incomunicables (el placer de cada uno). Dudas, pues, que no resuelvo si lo que quiero es poder determinar posibles niveles de excelencia perceptiva. Porque de lo que se trata es de relacionar la experiencia perceptiva con la epistemología. Y todo sabiendo que traspasada la infancia rara vez es posible percibir la naturaleza (la montaña, el río, el acantilado…) sin rémoras culturales. En efecto, donde el agrimensor veía un terreno yo veía un constable. Así, de lo que se trata es de confrontar, ante la percepción de un mismo objeto, el placer “puramente” sensorial y el placer “voluntariamente” cognoscitivo.

¿Disfruta más quien ve desde la ingenuidad perceptiva que quien ve ahondando en inevitables reflexiones conceptuales, las que desde luego no impiden ningún placer? ¿Disfruta más del paisaje aquel que pone nombre a las hayas y abedules que aquel que simplemente ve árboles; o aquel que distingue los estratos geológicos de las formaciones rocosas que aquel que sólo ve montañas; disfruta más aquel que ve un claudio de lorena que aquel que se extasía viendo un lago a contraluz? No, pero tampoco quiere esto decir que pueda denominarse como más “pura” la experiencia que no se encuentra contaminada por el Saber o el querer Saber. Suponiendo, claro, que pura sea la mejor forma de definir la mirada ignorante, desprejuiciada, pueril. O sea, no si se aceptamos que no hay pureza posible. No creo, por otra parte, que el botánico o el ecologista no sean capaces de obtener placer perceptivo ante la espontánea visión general de un paisaje desconocido aun siendo conocedores del nombre de las especies que lo conforman. Sería como pensar que un músico no puede obtener placer ante una sonata para violonchelo de Bach sólo porque conoce los fundamentos de la armonía o porque sabe traducir las notas a un pentagrama.

Por eso yo volvería a la pregunta, ¿es legítima la forma naif de aproximación a la representación del mundo? Y yo volvería a contestar: por supuesto. ¿Y siendo legítima es una buena forma de aproximación? Y es aquí donde mis dudas se ratifican. Habría que aceptar, en cualquier caso, que no todos los individuos se pueden permitir el lujo de “perder” el tiempo con algo que no resuelve sus problemas inmediatos (laborales, por ejemplo), pero no es menos cierto que debe resultar mucho más cómodo vivir pendiente de un resultado deportivo, que intentando aprender a conceptualizar percepciones o experiencias en base a reflexiones inquisidoras.

Por cierto, esta segunda opción no resulta muy popular debido, precisamente, a lo ingrato de unas consecuencias que nunca agotan el problema y menos lo resuelven. Mientras que un resultado deportivo se resuelve en el mismo instante perceptivo, la adquisición de conocimientos (a través del análisis conceptual) contiene la ambigüedad que cuestiona el mismo aprendizaje. Es decir, las expectativas creadas por el ansia de conocimiento nunca pueden ser plenamente satisfechas: todo analista sabe que cuanto más se sabe menos se sabe y que cuando más uno se cultiva más le queda por aprender. Pero por eso mismo, el ansia de conocimiento es única forma real de decencia que posee el ser humano. El conocimiento nos libra, precisamente, de ser infrahumanos. Y este es el principal motivo por el que la educación escolar es obligatoria en los niños. Si no concluyéramos en que el conocimiento es esencial para el desarrollo del ser humano, no estaríamos llevando a los niños a las escuelas para que sepan algo de geografía, física, historia, literatura o matemáticas.

Por eso yo volvería a la pregunta, ahora por última vez, ¿es legítima la forma naif de aproximación a la representación del mundo? Y yo volvería a contestar: por supuesto. ¿Y siendo legítima es una buena forma de aproximación? Pues una vez aceptamos que la educación del infante es crucial para el adulto que será, no hay por qué pensar otra cosa respecto al adulto que ya es. La adquisición de conocimientos es, por tanto, la única forma decente con la que enfrentarse al transcurrir de la vida. Se trataría de conculcar al individuo que el aprendizaje no es una cuestión de juventud, sino de necesidad vivificadora. Se trataría de conculcar al individuo, ya desde la infancia, una suerte de curiosidad intelectual gratificante; de conculcar amor hacia la profundidad de la idea y suspicacia hacia la fascinación por la superficie.

Dijo Baltasar Gracián, “No se nace hecho. Cada día uno se va perfeccionando en lo personal y en lo laboral, hasta llegar al punto más alto, a la plenitud de cualidades, a la excelencia. Esto se conoce en lo elevado del gusto, en la pureza de la inteligencia, en lo maduro del juicio, en la limpieza de la voluntad. Algunos nunca llegan a ser cabales, siempre les falta algo; otros tardan en hacerse”.

3 comentarios:

Clara Torres dijo...

Sì Señor!Alberto
¡Aprender es vivir!

Clara Torres dijo...

Este es el título de uno de mis libros preferidos:
"APRENDER ES VIVIR- Cartas a las Escuelas" J.Krishnamurti. Ed.Gaia.
Ahí se amplía información sobre este tema tan profundo.
Mi apunte: El conocimiento es necesario pero no hay que perder de vista que la sabiduría es otra cosa, basada en el conocimiento, pero es otro tipo de conocimiento que actúa desde niveles más profundos de la mente y que no es tan racional aunque puede usar la razón pero desde la inteligencia; entendiendo por inteligencia aquello que está basado en el amor, y entendiendo por amor aquello que está basado en la verdad, la belleza y la bondad.
Muchas veces la
"ignorancia intelectualizada" es considerada conocimiento e inteligencia mientras que la sabiduría es mucho más que eso; es lo REALMENTE importante,es lo más inteligente.
Es hermoso pensar juntos para descubrir la verdad.
Un PLACER compartir contigo. Recibe un afectuoso saludo.
Clara torres

Elisa dijo...

Excelente artículo. Lo único que no me termina de convencer es lo de placer pasivo. Que no intervenga el intelecto no significa que uno se enfrente a la experiencia estética como si de una ameba se tratara.
Por otro lado, ¡ójala el conocimiento nos librase de ser infrahumanos! Desgraciadamente, la Historia ya se ha encargado de demostrarnos que no necesariamente nos libra de la barbarie. Aun así, no se me ocurre método mejor.
Un placer-goce leerle.
Saludos,
Elisa