Y no tanto el pensador que escribió Sobre la incomprensibilidad cuanto el novelista que escribió Lucinde. No sé si, como dicen algunos expertos, es Lucinde la primera novela moderna, pero el caso es que lo parece. ¿Qué clase de novela es Lucinde? No sabría decir, pero todo nos conduce a calificarla de extraña y difícil, es decir, moderna. Y yendo más lejos podría decirse que Lucinde es la novela que nos esperaba después de la muerte de la novela, o sea, después de la imposibilidad de mantener viva la idea de novela. Muchos de los formatos novelísticos de los últimos tiempos se encuentran muy influidos por ella. Así, Lucinde es un artefacto extremadamente actual, además de extraordinario, después de más de 200 años de vida.
Lucinde son las confesiones de un inexperto, según el propio Schlegel en la misma novela. Lucinde es una exaltación de la confusión como modo de vida, una exaltación de la incomprensibilidad. Lucinde es una apología a la libertad que a su vez se libera de las convenciones narrativas y se emancipa del sentimentalismo burgués. Lucinde es una oda al amor… verdadero, que no es otro que el que acaba con las malditas encrucijadas vitales que impiden la felicidad; al amor verdadero: al amor con sexo (mal que le pesara a Schiller, que odiaba a Schlegel). Lucinde es, como el propio autor dice a mitad de la narración, “una novela fantástica” que sólo podrá “entender por completo “Una” persona, la propia Lucinde, el verdadero amor de Schlegel. “A todas las demás [mujeres] espero atraerlas y repelerlas alternativamente…”. He aquí una declaración de intenciones. Más bravucona que real, puesto que la novela es, como no podía ser de otra forma, una novela de difícil lectura debido a las contradicciones, parábasis y anacolutos que voluntariamente encierran una trama fragmentaria y discontinua.
La novela es una novela de amor, o mejor, es una novela que ensalza el amor a través de la experiencia del protagonista que no es otro que el propio autor: “Cree –le dice a Lucinde el autor/personaje- que no sólo escribo para ti, sino para los contemporáneos. Créeme, lo que importa es simplemente la objetividad de mi amor”. Y, en efecto, toda la novela es una oda a su amor por ella, Lucinde, una mujer que, como todas, es “principio del mundo” y “centro de originalidad”. Y “que lo sabe ya todo aún antes de que el rayo del amor se haya encendido en su tierno seno y haya transformado el capullo cerrado en el completo cáliz floral del placer”.
Así pues, nos encontramos ante una novela que pretenderá, a través del elogio a Lucinde, sondear las inescrutables diferencias que separan/juntan a dos personas de distinto sexo, las diferencias que convocarán al amor desde la complementariedad. Debido al estilo fragmentario, así como al carácter de ciertas opiniones vertidas, sí podría considerarse una novela absolutamente moderna. Si bien es también cierto que tal modernidad chocaría de bruces con la actual y miserable concepción que se tiene de la diferencia (en los sexos), anatemizada en pro de lo que intenta pertinazmente imponerse, la igualdad. Lucinde es una apología al amor, una apología al amor afirmado como posibilidad real, no ideal.
Y es aquí donde emerge la genialidad de este escritor enigmático y desconcertante que mezcla sabiamente modernidad y antigüedad a partir de un entendimiento combinatorio de dos categorías estéticas, lo interesante y lo bello, en donde coinciden lo subjetivo y lo objetivo. Dice Schlegel al inicio de su novela, “¿Cómo se puede escribir lo que apenas está permitido decir, lo que sólo se debería sentir?”. En efecto, lo que viene a decir el autor en la novela pertenece al ámbito de lo privado, pero resulta necesario ser dicho en la medida en que al final de las cuentas se trata de un gesto de generosidad y agradecimiento (hacia una mujer, Lucinde). Por otra parte, y haciendo una lectura anacrónica de la frase, lo que escribe Schlegel apenas está permitido decirse… ¡en la actualidad! Con independencia de que lo dicho se corresponda, o no, con una realidad atemporal.
Lo dice Schlegel en los primeros compases de la novela: “Como amante y escritor educado quiero intentar dar forma a la cruda casualidad y transformarla en objetivo. Pero para sí y para esta obra, para mi amor por ella y para su formación en sí, ningún objetivo es más apropiado que el destruir ya al principio lo que llamamos orden, alejarse ampliamente de él, apropiarse el derecho de una encantadora confusión […] esta carta única en su género tendría una insoportable unidad y monotonía y ya no podría conseguir lo que quiere y debe: imitar y completar el más hermoso caos de elevadas armonías y placeres interesantes”. Con estas premisas Schlegel no pone en situación acerca de la pretendida (por encantadora) confusión romántica.
Para el filósofo la mujer sería admirable: “todo lo que amáis lo amáis por completo, como al amante y al hijo”, “para el alma femenina el amor es un sentimiento indivisible, para el hombre puede ser sólo un cambio y una mezcla de pasión, de amistad y de sensualidad”. Tal es para el filósofo la diferencia, una diferencia que se sustenta sobre la visión que inevitablemente se expresa desde la masculinidad; una diferencia cuyo análisis es fundamento de la historia. Pero refiriéndose a lo que Diderot llama el sentimiento de la carne dice Schlegel que “muchos virtuosos de la masculinidad terminan su carrera sin haber tenido ni idea de él. Un libertino puede saber cómo desatar un cinturón con algo de gusto. Pero sólo el amor enseña únicamente algo al joven aquel alto sentido artístico de la voluptuosidad por el cual la fuerza masculina es formada para la belleza”. Y continúa “[el sentimiento de la carne] el hombre sin duda lo necesita por naturaleza, pero no lo presiente”. ¿Qué puede significar respecto a ambos sexos las respectivas carencias que enuncia implícita y explícitamente la frase? ¿Sería posible entonces hablar realmente de diferencia? ¿Hasta qué punto la diferencia podría ser cuestionada por qué sexo y en función de qué intereses?
La cuestión es que, después de todo, “Un hombre que no pueda llenar y satisfacer por entero el deseo interior de su amante no sabe en absoluto ser lo que es y debe ser”. Lo que ya había dejado claro Schlegel en la segunda página de la novela cuando dice: “nos abrazamos con tanto desenfreno como religión. Te pedí que te entregaras completamente al furor y te supliqué que fueras insaciable. Sin embargo, con fría reflexividad estaba yo a la escucha del más ligero rasgo de alegría para que no se me escapara ninguno ni quedara ningún hueco en la armonía. No sólo gozaba, sino que también sentía y gozaba el goce”. En efecto, cada sexo busca la felicidad en función de lo que el mismo sexo “le exige”, y encuentra la felicidad en “lugares diferentes”. Mientras la mujer goza, el hombre, para gozar, se ve obligado a mantener una “fría” reflexividad que se encuentre “a la escucha”. ¿Qué puede significar respecto a ambos sexos las diferencias señaladas? Y no es que la mujer no goce el goce, sino que el hombre NO puede abandonarse al goce sin fría reflexividad si no quiere arruinar el goce de ambos.
Porque en definitiva la novela rinde culto a la felicidad, que es aquello cuya búsqueda da sentido a nuestra vida. En el capítulo llamado "Una reflexión" (ese capítulo que tanto obsesionó a Paul de Man) Schlegel afirma que la “la vida del hombre culto y reflexivo es un eterno formar y meditar sobre el hermoso acertijo de su destino. Siempre está determinándolo de nuevo, pues precisamente ése es todo su destino: determinar y ser determinado. Sólo en esa búsqueda misma encuentra el espíritu del hombre el misterio que busca”. ¿Qué otro misterio puede buscar el hombre en reflexión si no es aquel que a través del conocimiento le ayude a encontrar la felicidad, una felicidad que será siempre y en cualquier caso tan frágil como la vida misma?
Pero Schlegel va después más lejos y afirma después de haber reflexionado: ¿Pero qué es lo determinante o determinado mismo? En la masculinidad es lo innombrado. ¿Y qué es lo innombrado en la feminidad?... Lo indeterminado”. Así, mientras la masculinidad se asienta en una elipsis indeterminada, la feminidad se asienta en una determinante elipsis. “Lo indeterminado es más rico en misterios, pero lo determinado tiene más fuerza mágica. La belleza de lo indeterminado es perecedera como la vida de las flores y como la eterna juventud de los sentimientos mortales; la energía de lo determinado es pasajera como la auténtica tormenta y el auténtico entusiasmo”.
Puede que los pensamientos novelados de Schlegel no tuvieran mucho predicamento en una sociedad, la actual, caracterizada por el perfecto uso que hace de la autocensura, pero el caso es que se trata de pensamientos novelados por un filósofo enamorado de la vida, del amor y del conocimiento, pero también de la destrucción, la confusión y el caos. El amor es lo que según la novela nos redime de la obligada incertidumbre y de la infinitud de contradicciones; el amor entendido como síntoma de felicidad. Por eso añade a lo anterior: “¿Quién puede medir y quién puede comparar qué infinito valor tiene tanto lo uno como lo otro cuando ambos están vinculados en la determinación real, que está destinada a completar todos los huecos y a ser mediadora entre el individuo masculino y femenino y la humanidad infinita? Lo determinado y lo indeterminado y toda la plenitud de sus relaciones determinadas e indeterminadas es lo uno y el todo, es lo más extraño y sin embargo lo más sencillo, lo más sencillo y sin embargo lo más alto”.
martes, marzo 15, 2011
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