lunes, agosto 08, 2011

Libros

La razón por la que estoy publicando pocos posts no se encuentra ni mucho menos en las vacaciones. Más bien diría que precisamente por estar de vacaciones estoy dedicándole TODO el tiempo a la lectura y la escritura. Y quien me conoce sabrá que cuando hablo de lectura hablo de ensayos, no de ficción. Por no mentir, y por circunstancias ajenas a mi voluntad -en serio-, he leído una novelita simpática que me ha entretenido dos días. Dos. Pero me he recuperado rápido, he superado el trance y vuelvo a estar en lo único que vale la pena en estos tiempos de verbena psicótica y ensalivada: el pensamiento.

Y cuando digo TODO es TODO. Porque no tengo hijos, ni plantas ni ridículos gatitos.

Desde hace dos meses me encuentro escribiendo sobre un tema del que ahora no logro acordarme pero que me ocupa cerca de 10 horas al día. No me atrevo a preguntarme de qué me sirve el escribir porque si lo hiciera dejaría de hacerlo, precisamente porque no tiene mucho sentido cuando, por una cuestión de moda (más que de bancos), andamos inmersos en unos tiempos de verbena psicótica y ensalivada. Con tangas, abdominales, cocaína y televisión.

El caso es que, debido al texto que me encuentro escribiendo, estoy ahora rodeado de libros. Sólo en mi mesa de trabajo hay exactamente 14. Y excepto los tres que pertenecen a la misma colección podría decirse que son todos muy distintos entre sí. Parece mentira la cantidad de posibilidades que existen a la hora de diseñar un libro (al igual que las gafas, a las que dediqué dos años en lo que respecta al diseño). Los formatos, las tapas, las portadas, las tipografías, los papeles, las cajas del texto. Con los libros pasa lo que con cualquier otra cosa. Si todos los diseñadores de sofás tuvieran buen gusto sólo habría un tipo de sofá. Porque lo que no puedo creer es que el libro de Akal que tengo ahora entre mis manos pueda gustar a alguien. Ni el de Amorrortu, ni el de Barataria, y cada uno por motivos distintos. Se trata de libros que adolecen de algún mal que los hace impracticables. Sí, impracticables.

El de Amorrortu tiene un formato pequeño y su encuadernación te exige acrobacias manuales. Podría esta editorial aprender de otro libro que también se encuentra en mi mesa, un libro de una editorial con experiencia en libros pequeños, de bolsillo o no: Alianza. Cómodo y barato debido a las pocas pretensiones que ostenta. Los tres que pertenecen a la misma editorial, La balsa de la Medusa, son perfectos por lo que respecta a la adecuación del contenido y la forma, así como a la caja de los textos, el color del papel y el tamaño de la letra, pero fallan en el diseño de las portadas. El de la editorial Comunicación social es un libro que se encuentra, cómo no, acorde con el tipo de libros de V.V.A.A.: feo, con portada circense, letra demasiado pequeña y notas escritas en un tamaño no apto para gente astigmática y despistada. El de Arola Editores adolece de lo mismo, pero en más blanco, o sea, en peor; y con fotos de los autores en páginas impares y grises, un horror. El de Paidós es correcto como un señorito de ciudad; con la tapa demasiado acharolada. El de Barataria es como un bocadilo de mortadela y por eso el texto no cabe en la página. El de Akal contiene dos de los defectos que combinados hacen de la lectura un sacrificio casi innecesario: el papel blanco y satinado con una tinta negra que parece no haber secado. La lectura en estas circunstancias resulta tan incómoda que conviene investigar por toda la casa para averiguar cuál es el lugar en el que la incidencia de la luz no exige tener que estar moviendo el cuello todo el rato como una gallina. El de Katz es sobrio, como a mí me gustan los libros, sin foto en la portada, buen formato, buen papel y con la justa importancia dada a las ilustraciones (en pequeño y en mono-tono). Y por último el de Siruela, libro que sólo puede (y debe) leerse con monóculo, una maravilla de artefacto.







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