No es que quiera hacer extensivos mis problemas, pero me he acordado de aquellos artículos que con cíclica frecuencia solía escribir el insobornable y estupendo Javier Marías contra Telefónica. Me identificaba y solidarizaba con sus argumentos y quejas de forma absoluta. Eran épocas de monopolios y Marías esperaba el fin del monopolio de Telefónica como agua de Mayo. Como yo. Y por eso me faltó tiempo para cambiarme de compañía cuando tuve la primera oportunidad. ¿Qué pasó después? Pues que me tuve que cambiar de la nueva compañía debido a irregularidades evidentes con las que trataba a sus clientes. […] Y después a otra… Y después a otra…
¿Y ahora? Ahora estoy en trámites de abandonar la que me ha estado engañando durante estos últimos tiempos. Y cada vez resulta más difícil darse de baja. No existe un contacto directo con bajas, debes hablar primero con unas cuantas incompetentes máquinas que no entienden la voz humana, debes teclear números que tampoco entiende nunca el burdo sensor de la compañía, debes hablar con varios sudamericanos (lo siento) que te hablan de tú y dicen (algunos) entender tu problema, el que dicen que no pueden solucionar, debes escuchar musiquillas infames durante los interminables minutos de espera, debes resignarte a que nadie pueda solucionarte el problema y, lo peor, debes sosegar tus instintos asesinos cuando después de 20 minutos en esas circunstancias se corta la conversación de manera tan sospechosa como indefectible. Y vuelta a empezar.
Todos conocemos casos de usuarios que han sido víctimas de alguna compañía telefónica. Y si somos todos los que conocemos casos particulares de estafa en nuestro pequeño entorno es porque el modus operandi de las compañías es con toda probabilidad absolutamente fraudulento y con toda seguridad ajeno a toda posible ética empresarial. El viernes pasado me dio por preguntar a mis alumnos. Todos habían tenido problemas, y serios, con las compañías a las que habían pertenecido, o con aquellas a las que seguían perteneciendo. Una alumna en concreto se encuentra a la espera de juicio y dos más han tenido que recurrir a abogados. A mí me toca pagar por un servicio que no se me ha dado durante dos meses y he de pagarlo so pena de complicar muchísimo más las cosas. Y saben que si quisiera recuperar lo pagado por mi no servicio durante esos dos meses tendría que contratar a un abogado que me costaría diez veces más de lo que vale mi deuda.
¿Se trata todo esto de una desviación digamos que previsible del sistema capitalista o de una política liberal? En absoluto. Se trata de una circunstancia que nos habla, y con claridad, del tipo de gobernantes que tenemos en esta España de mis huevos. Habrá quien no quiera elevar a categoría lo que parecen simples anécdotas de los casos particulares. Pero es de ahí, de la pusilanimidad del individuo, de donde las compañías beben la sangre que refresca sus gigantescas arterias. Decía en otros posts que los políticos españoles son malvados (sin paliativos y si excepciones) porque no saben nada acerca del ciudadano de la calle. Y en efecto, son malvados porque el Estado que consiente estas aberraciones es el Estado de un país irremediablemente putrefacto. Mientras la clase política deje que estas cosas vayan pasando el país que representa jamás podrá levantar la cabeza. Un país donde el ciudadano se encuentra vendido es un país sin libertad y sin justicia. Y un país sin libertad y justicia es un país asqueroso.
domingo, noviembre 06, 2011
Carta a los indignados (o elecciones IV)
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