domingo, noviembre 22, 2015

Lo que verdaderamente pasa con el Arte 2

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Resulta fácil entender la afirmación que hace hoy (22-11-15 Levante) Tomás Lloréns en una entrevista a doble página en la que asegura que la gestión del arte debe dirigirse “a los ciudadanos y no a grupos de profesionales que viven de la cultura”. Porque, en efecto, una de las perversiones más habituales que se derivan de las actuales formas de política es sin duda la corrupción. No hay partido político gobernante que no ceda a la tentación de convertir la cultura en aquello que más les interesa y para ello no dudará en usar los mecanismo que se han demostrado eficaces políticamente, cediendo favores a ciertos grupos especializados en vivir del cuento. A veces no son ni siquiera amigos o avenidos, simplemente lo hacen porque a ellos, los gobernantes, les resulta más cómodo dejar la cultura en manos de técnicos mediocres (“profesionales que viven de la cultura”) conocedores de los límites y cómplices del nepotismo tácitamente aceptado, que dejarlo en manos de quien por independencia pudiera generar problemas. Otra cosa sería aceptar que la gestión del arte debiera ir dirigida a los ciudadanos. He aquí, pues, el gran dilema no resuelto: nadie sabe qué significa que la gestión del arte tenga en cuenta a los ciudadanos.

Dilema que no resuelve el gran experto Tomás Lloréns, como demuestra en toda la segunda parte de la entrevista. Más bien al contrario, lo que hace es mostrar la incapacidad que sufre hoy en día la Institución para explicar su caótica existencia actual. Después de una afirmación que sin duda proviene de la indignación (la gestión del arte no debe ir dirigida a grupos de profesionales que viven de la cultura*) el experto, uno de los más reconocidos internacionalmente, se pasa media entrevista pidiendo que la gestión de la cultura se deje en manos de profesionales independientes, es decir de profesionales no vinculados a ningún partido político. Pero, ¿pueden convivir las dos afirmaciones simultáneamente? Sin duda, no. Esta esquizofrenia es típica y comprensible de quien ha vivido la Era del Arte (analógica) y se resiste a las nuevas pautas que marca la Era Digital. Recordemos que la Era del Arte no fue más que el producto del hacer de unos profesionales que jamás pudieron ser cuestionados “desde fuera”, lo que decían y hacían era incuestionable. Y eso por no hablar de la (im)posibilidad actual de desligar los grandes eventos culturales de los presupuestos del Estado, que ese es otro tema

De hecho, resulta muy significativa la contradicción de Lloréns: por una parte niega la autoridad a “grupos de profesionales que viven de la cultura” y por otra exige que la gestión cultural sea llevada a cabo… por profesionales. Significativa por cuanto delata las debilidades -o los miedos o las perversas nostalgias- que afloran en quienes han perdido el monopolio de la opinión y por tanto de la configuración del sistema Arte. Para eso debemos aceptar que el experto -antes crítico/historiador/director/galerista- lleva ya muchos años fuera de servicio y su poder es casi nulo en la configuración del sistema. Aunque no así la del comisario, figura por la que ha sido sustituido y que, como bien sabemos, es una figura meliflua y adaptativa que genera proyectos para los que son necesarias unas muy buenas relaciones con las altas instancias políticas.

Pero es en la explicación que da Lloréns a este desafuero que ya nadie discute donde se encuentra el fatal error, ese error que sólo podrá mantener vivo el propio desafuero. Y todo porque tal explicación nace de un entendimiento del arte absolutamente periclitado, desfasado, es decir justificado con argumentos excesivamente “analógicos” (pertenecientes a la Era del Arte, no a la Digital). Para Lloréns ese desafuero en la gestión del arte se debe a los propios mecanismos utilizados en la misma gestión, que se rigen por lo él que llama “innovación destructiva”. En efecto, para el experto todo este desorden que habita la gestión del arte contemporáneo se debe a la necesidad de actuar como lo hace el mercado tecnológico: proponiendo ciclos destructivos que se fundamentan en la promoción constante de lo novedoso. Para él toda la culpa se encuentra en esta perpetua necesidad de renovación. Así, es cierto,la causa se encontraría en la propia Era Digital, pero el pensamiento con el que se analiza esa causa es puramente analógico y no atiende realmente a las condiciones mismas del presente.

Pero de lo que no se da cuenta Lloréns es que la cuestión podría ser mucho más fácil de entender -y de explicar- a poco que observemos atentamente el actual estado de las cosas:

En la Era Digital coexisten dos tipo de personas: los antiguos amantes del arte (seres más analógicos, antiguos compradores, galeristas, críticos) y los nuevos consumidores de internet. Los primeros YA no compran porque se sienten estafados debido a los precios que tuvieron que pagar por lo que hoy no vale NADA. Y los segundos están directamente en otra onda; no quieren saber nada que ocupe las paredes y almacene polvo. Paredes de casa que no tienen porque su única casa es la nube. Además en esa nube lo tienen todo y su afinidad electiva jamás se verá contaminada por la opinión de alguien (experto) que intente imponer ciertas jerarquías ya sólo justificadas por caprichos personales. Por eso insisto: Damien Hirst y Jeff Koons son los últimos artistas de la Era del Arte, una era periclitada. Todo lo que ha venido después no sé lo que es, pero desde luego que no pertenece a la Era del Arte porque esa era ya no existe más allá de los vestigios testimoniales que haya podido generar una inercia sentimental y especulativa.

*Frase que viene precedida de un titular que corrobora el enfado que envuelve la entrevista del experto: “La situación del San Pío V es una total vergüenza”.

Post posterior y complementario
http://albertoadsuara.blogspot.com.es/2015/11/lo-que-verdaderamente-pasa-con-el-arte-3.html

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