lunes, febrero 01, 2016

Asco



O de lo inevitable



Las sensaciones llegan muchas veces sin ser reclamadas. O sin ser buscadas. Es más, las sensaciones reclamadas son, por lo que respecta a la cantidad, una minucia al lado de las no reclamadas, que son las que nos advienen con pertinaz constancia durante todo el día. De hecho nos pasamos la vida experimentando sensaciones, más o menos intensas. En cualquier caso, y por ceñir el concepto, podemos decir que las sensaciones son datos elementales proporcionados por los sentidos y que vienen causados por un excitación fisiológica.



Me encuentro celebrando algo con mi hermano en un restaurante de una cierta alcurnia. En un momento dado mi hermano me dice con gesto perplejo, “qué cosa más rara; de repente ha pasado por mi lado una mujer que hubiera jurado que era esa otra que se encuentra en aquella mesa”. Me giro y en efecto mi hermano lleva razón, la mujer que acababa de pasar junto a nosotros es casi idéntica a esa otra mujer que se encuentra dos mesas más allá. Seguimos con la comida y con nuestras cosas hasta que me percato de que en una mesa más cercana a nosotros hay otra mujer que también es prácticamente idéntica a las otras dos. Se lo hago saber a mi hermano pero no se sorprende, se acerca a mí y me dice en tono bajo, “si, ya me había dado cuenta pero eso no es lo más curioso; mira disimuladamente detrás de ti y podrás comprobar que aún hay otra que parece ser también la misma mujer”. Me giro y compruebo que, efectivamente, las cuatro mujeres se parecen extraordinariamente. Sus formas de vestir son claramente diferentes, incluso el peinado es distinto en cada una de ellas, pero sus rostros son prácticamente iguales. El asunto nos lleva a elucubraciones rayanas en lo metafísico. ¿Cómo elucubrar sobre la ubicuidad si no es a través de la metafísica? Cuando abandonamos el asunto y nos encontramos en mitad del segundo plato vemos entrar a una familia. Pues bien, la que sin duda parece ser la abuela de esos niños que la acompañan es, otra vez, la “misma mujer”.



He de apuntar que de una forma o de otra las 5 mujeres van acompañadas, a veces entre otros comensales (hijos, hijas, nietos, yernos, cuñadas...), por los que parecen ser sus sus respectivos maridos, que seguro que los son. Todos sumamente diferentes entre sí. Mi hermano me hace una interesante observación: “si te fijas bien verás como sin duda ellos parecen unos viejos, mientras que ellas… ellas, vistas a cierta distancia, parecen ser las hermanas de sus hijas, pero con la cara de plástico”. Cierto, no se puede describir con mayor precisión.


Si las sensaciones son, al menos tal y como apunta Kant, percepciones que modifican el estado del sujeto, desde luego que a mí todas estas cosas -percepciones- me modifican. Uno no elige la forma en que le afectan las percepciones ni, por tanto, las sensaciones que producen. Y aquello a lo que me remiten esas concretas sensaciones -por mí experimentadas y en las circunstancias en las que se producen- es a una sola palabra. Como también me lo producen los "efectos especiales" que genera el inevitable movimiento bamboleante en unas tetas operadas. Pero quede claro que en ningún momento estas afirmaciones incluyen un juicio de valor. Así, esa palabra que deviene ante la percepción de esas 5 mujeres no responde a un prejuicio sino al producto de unas sensaciones.

Nota. Acabo de acordarme que uno de los primeros posts de este blog, hace ahora casi 10años, se llamaba igual. En este enlace:

 http://albertoadsuara.blogspot.com.es/2006/10/asco.html

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