sábado, marzo 05, 2016

Experiencia y moral

La experiencia es un grado. De hecho sin ella andaríamos a 4 patas. Y la experiencia no es más que ese plus que confiere el paso del tiempo estrechamente ligado a la acción. Sin acción no hay experiencia, y entiéndase el término acción desde su aspecto menos deportivo. Acción sería de igual forma preparar una ensalada que leer un libro. Por eso: sin experiencia no hay desarrollo evolutivo del conocimiento. Y por eso: la experiencia es un grado. Todo con independencia de la siempre particular forma de aprovechar la experiencia que tiene cada sujeto.

En la elaboración de todo argumento hay, siempre e inevitablemente, una o varias premisas que inevitablemente son preceptivas. Elabore quien elabore el argumento no hay forma de huir de afirmaciones que son usadas a modo de premisa. A veces éstas se encuentran implícitas en su desarrollo y a veces aparecen de forma explícita. A veces se encuentran en el comienzo del argumento porque precisamente es eso lo que desarrolla el mismo y a veces se muestran en su conclusión, lo que no impide que en el desarrollo del mismo hayan, a su vez, múltiples afirmaciones que no son otra cosa que premisas. Son, por tanto afirmaciones que siendo enunciadas desde la subjetividad del sujeto adquieren sin embargo estatuto de verdad objetiva. Por ejemplo, si yo comienzo un artículo diciendo la experiencia es un grado lo que hago es comenzar con una afirmación categórica que condicionará todo el argumento, entre otras cosas, porque se muestra en tanto que verdad objetiva.

Si admitimos que la experiencia es un grado sin necesidad de andar divagando acerca de sus excepciones, excepciones que no contradirían la mayor sino que la harían fuerte, podemos afirmar que la la niñez, la adolescencia y la juventud no son más que momentos del desarrollo del ser humano que se superan, precisamente, con el objetivo, no siempre explícito, de acceder a un plano superior. ¡No distinto!, como diría un quisiquilloso (educado en la corrección política). Aunque, eso sí, ¡distinto, pero no sólo distinto!, que no es lo mismo. Así, ¿distinto? Claro. ¿Sólo distinto? En absoluto.

En tanto que ser, un sujeto aprende de lo aprendido y aprehendido durante el transcurso de su existencia (experiencia) con el fin de ir accediendo a planos superiores (madurez, sabiduría). Otra cosa muy distinta es es lo que pueda hacer cada uno con todo ese bagaje personal y otra cosa es, también, lo que cada uno piense de todo ello.

Ahora otra afirmación, esta vez derivada de la primera: La experiencia de quien la tiene debe servir fundamentalmente para dos cosas: para mejorar en su desarrollo personal y para servir de ejemplo y guía a esas otras generaciones que aún no la tienen. Esto exige, por parte de los primeros una cierta responsabilidad y por parte de los segundos una cierta sumisión. Un niño debe someterse a sus padres de la misma forma que un estudiante debe someterse a su maestro, porque lo que está en juego es, precisamente, eso que sólo puede ofrecer la experiencia. De otra forma, veríamos normal que un niño de 9 años diera lecciones a sus padres, o que un joven construyera un puente sin haber estudiado ingeniería, o que un estudiante de medicina aprendiera su oficio como si fuera Leonardo da Vinci, o sea, ignorando los avances de 500 años de perfeccionamiento científico. Y tendríamos que valorar de igual forma el dibujo de un niño y un dibujo de Ingres.

En cualquier caso sí hay una clave en el éxito de la empresa, la de la transmisión del conocimiento: la confianza. La necesaria sumisión de quien se admite carente debe ser asumida y asimilada en base a la confianza que deposita en quien debe mostrar su sentido de la responsabilidad. Con una madurez adquirida en base a la experiencia.

En un anterior post hacía una afirmación como mínimo problemática: decía que los los personajes del cine (y de las series) actual se caracterizan por un nuevo paradigma: “la ambigüedad moral, esa, al parecer, con la que se identifican tantos millones de espectadores contemporáneos”. ¿Convendrán conmigo en que resulta, cuanto menos, turbadora?

¿Acaso no resulta turbador que las nuevas generaciones tengan de patrón o modelo a un ser a veces despreciable cuando no directamente a un malvado?

Reapasemos las definiciones de 3 conceptos según Léxico de Filosofía:

Idealismo. Actitud que consiste en creer en un ideal y subordinal a él los actos.
Modelo. Lo que sirve de original, aquello a partir de lo cual se puede reproducir alguna cosa.
Moral. Conjunto de reglas de conducta que se consideran universal e incondicionalmente válidas.

La ambigüedad moral, pues, como consecuencia de una elección tan personal como voluntaria (por muy colectiva que sea la “moda”). Una elección que viene determinada por la atracción que produce un modelo que, precisamente, carece de moral. Podríamos decir que esa atracción hacia el lado oscuro es la consecuencia de un deseo que nace de una sociedad que ha renunciado a todo tipo de idealismo. Y que se ha configurado a partir de la inculcación de un individualismo feroz, ese individualismo que renuncia a la moral por pura comodidad y por puro interés. Un individualismo que carece de escrúpulos porque sólo se nutre del interés propio, el que conduce, a ese ser amoral, a priorizar una estrategia egoísta por encima de cualquier cosa.

Y para acabar, las definiciones de otros dos conceptos:

Escrúpulo. Guijarro pequeño y puntiagudo. Apreciación enormemente rigurosa que una conciencia incisiva, sutil y delicada hace de su propia conducta prestando especial atención a las más pequeñas imperfecciones que de allí resultan.
Estrategia. Conjunto de acciones destinadas a producir un resultado determinado, a eliminar al adversario, etc.; arte y habilidad para dirigir un asunto.

¡Eliminar al adversario!... sin guijarros que frenen esa estrategia...

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