domingo, mayo 27, 2018

El Barómetro Juvenil III

(Leer por orden I, II y III)
No he tenido tiempo de continuar mi texto en Barcelona, así que lo retomo en el viaje de vuelta. El tren va lleno y me encuentro sentado en pasillo junto a una mujer que lee un libro de autoayuda llamado Un Milagro en 90 días. Leo en la página que tiene abierta una de las múltiples frases escritas en negrita, una que además se encuentra escrita en mayúsculas, “Cásate con tus sueños”. Intento leer algo más de reojo pero ella ya ha cerrado el libro, ha cruzado sus brazos y se ha puesto a mirar por la ventanilla. Su lectura ha debido durar aproximadamente 20 segundos.

Junto a mí, al otro lado del pasillo una mujer de mediana edad, diría que de unos 45 o 50 años se ha hecho dos selfies nada más instalarse en su asiento y lleva manoseando su móvil desde entonces, han pasado exactamente 20 minutos. Lo juro. ¡Cómo se va la vida tan callando, Dios! Echo una ojeada disimulada hacia atrás: dos jóvenes de barómetro tienen cogidos firmemente sendos móviles con ambas manos como si les fuera la vida en ellos, que les va, no se hablan porque los dos están conectados al dispositivo mediante auriculares, los dos llevan gorra a lo Spielberg calada hacia atrás.

El silencio del vagón es tan sepulcral como inaudito. La mujer de mi derecha parece una estatua y la de la izquierda ha dejado el teléfono sobre su barriga. Perdón, lo retoma con ímpetu, debe haberle vibrado el ombligo. Leo en la contraportada del libro de mi vecina más directa: “Consigue YA la SAGA de 'La voz de tu Alma'” y observo las 6 fotos de las portadas de los 6 libros de la SAGA.

Ya digo, se respira una tranquilidad casi sospechosa. Miro hacia el suelo y veo como la moqueta comienza a supurar un extraño líquido parduzco. Nadie se apercibe de ello. O sí, pero nadie se mueve. Todo permanece en un silencio ensordecedor. El líquido no para de surgir del suelo a velocidad constante. Y ya no es sólo su presencia, evidente por otra parte, sino el hedor que desprende lo que ya es un charco. Ahora sin duda más amarillento. Todos los pasajeros parecen encontrarse en estado semivegetativo, nadie habla con nadie, nadie dice nada. Sólo una chica que se encuentra delante de mí en diagonal teclea su ordenador con la misma cadencia que la mía. Puede que ella de aperciba de la salida de ese líquido viscoso que ya ocupa todo el vagón. Me digo a mí mismo, a quién si no.

La mujer de mediana edad se vuelve a hacer otro selfie, algo que escapa totalmente a los límites de mi comprensión. Ha hecho exactamente el mismo gesto de antes. Por otra parte cuesta reconocer el color original de la moqueta, que creo recordar era verde. Ya no es un charco lo que hay a nuestros pies, es algo más. El agua, por llamarla de alguna forma, el agua cenagosa, eso sí, y sucia, la tenemos ya a la altura de los tobillos y los viajeros siguen sin darse por enterados. Yo he decidido levantar los pies y apoyarlos sobre el asiento delantero, pero los demás, todos, se encuentran con los pies enfangados. Mi vecina más directa sigue absorta mirando por la ventanilla y su libro sigue enseñando la contraportada, con las fotos de los 6 libros de la SAGA y con la foto de su autor, un joven barbilampiño se sonrisa atractiva y dientes muy blancos. El agua es cada vez más sucia. Me agacho para verla de cerca y descubro incluso algunos insectos propios de agua estancada. A estas altura parece agua sulfurosa y desprende una suerte de vapores de doble capa.

Cuando llegamos a Tarragona el agua supera el nivel de nuestras rodillas, pero la gente sigue en estado contemplativo. Los chavales de atrás se ríen al unísono de lo que al parecer ven en sus respectivos dispositivos, ¿estarán viendo lo mismo? El caso es que ríen, pero no emiten sonido alguno. Mi vecina de pasillo suspira ante su teléfono sin percatarse, al parecer, de que el agua turbia nos está alcanzando ya al cuello. En cualquier caso ella teclea como si le fuera la vida en ello, que le va, sacando los brazos por encima del agua. Los vapores que emana esta ciénaga viajera me impiden ver con claridad más allá de dos asientos. El olor resulta insoportable y los bichos campan a sus anchas por todo el vagón.

Cuando comienzo a darlo todo por perdido veo acercarse flotando una casa. Sí, una casa; no parece la maqueta de una casa sino una verdadera casa. Con dos tejados a dos aguas cruzados y como fabricada de madera, con sus puertas y sus ventanas, todas abiertas. Flota perfectamente entre las cabezas que emergen de esta ciénaga insalubre y mortal. Parece que vive alguien dentro de ella pero no alcanzo a saber quién y eso me descompone. Todo el vagón es una ciénaga de cabezas flotantes que son incapaces de reaccionar. Intento encontrar las claves en la casa pero se me resisten, seguramente debido al esfuerzo que hago por sobrevivir. El que enturbia mi aliento y humedece mis ojos. Ya no sé cuánto tiempo hace que hemos pasado Tarragona, puede que semanas. O meses. Renacuajos, culebras y orugas. Mantengo los ojos abiertos a duras penas mientra se escucha la llamada de un teléfono que se debe haber quedado arriba dentro de alguna maleta. Tengo el cuerpo totalmente entumecido y no sé qué me resulta más difícil de soportar, si el hedor insoportable o la exhalación de los vapores. Sé que la clave está en la casa pero no acierto a dar con ella.

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