Es extremadamente curioso que la inmensa mayoría de los que por internet se expresan lo hagan con seudónimos. He de confesar con toda la sinceridad de la que soy capaz que no vislumbro, siquiera de cerca, los motivos por los que son mayoría aplastante quienes necesitan expresarse a partir de un nombre ajeno al verdadero. Así, además de extremadamente curioso, a mí me resulta sumamente turbador. Porque para mí lo fácil, lo inmediato, lo espontáneo, lo “natural” sería expresarse de la misma forma en la que uno se expresa cotidianamente: asumiendo que es Uno quien se expresa y responsabilizándose de esa opinión. Y así sería por mucho que asumiera como posible, pero como posibilidad débil, cualquier desdoblamiento coyuntural del Sujeto.
Pero, ¿cómo podríamos denominar al resultante de expresarse a través de seudónimo por contraposición al resultante de expresarse a partir del nombre propio? Pues si tomamos como referencia la dialéctica entre lo verdadero y lo falso podríamos conferir una cualidad positiva a quien se expresa con su verdadero nombre y una negativa a quien lo hace con un nombre falso.
Y aquí es donde nos llegarían los defensores de la Libertad sin restricciones (que son legión por la cuenta que les trae) con el discursito de que nuestro “verdadero” nombre no es sino pura convención socio-cultural; de que no somos sino pura contingencia coyuntural, etc., etc. Muy probablemente, todos esos bondadosos defensores de la Libertad no dudaran, ni un instante, en señalar a Pascual o a César como canallas y merecedores de algún correctivo, si Pascual o César hubieran hecho, pongamos por caso, daño a un miembro de su familia. Y no permitirían que se exculparan los canallas aduciendo enajenación mental transitoria (“yo es que no soy el de ayer, ayer se me fue la mano...”). Nada, “a la cárcel”.
En principio, es cierto, el uso de seudónimo no debería tener ninguna relevancia respecto a lo expresado, y de hecho es probable que no la tenga en gran medida. Pero no deja en cualquier caso de poseer un significado enorme el hecho de que se oculten tantos a la hora de expresar opiniones. Digo yo. Quizá si todos esos ocultadores de la propia identidad fueran conocedores de las teorías de Agustín García Calvo... Pero me temo que no. Digo yo.
Después de haber hablado al respecto con la hija (19 años) de una amiga he llegado a la eventual conclusión de que esa “irresponsabilidad” que supone “no dar la cara” en lo expresado responde a un cierto tipo de infantilismo. Se trataría de un juego que, además, les permitiría no responsabilizarse en última instancia de lo dicho por uno de sus múltiples personajes. Así vivirían siempre en la ficción y no saldrían nunca de su propio y particular parque temático. Diría que todo proviene de ese narcisismo auto-exculpatorio que conculca la Corrección Política. Que yo sepa, por primera vez son los padres los que imitan a los hijos. No sé. Miedo.
Pero, ¿cómo podríamos denominar al resultante de expresarse a través de seudónimo por contraposición al resultante de expresarse a partir del nombre propio? Pues si tomamos como referencia la dialéctica entre lo verdadero y lo falso podríamos conferir una cualidad positiva a quien se expresa con su verdadero nombre y una negativa a quien lo hace con un nombre falso.
Y aquí es donde nos llegarían los defensores de la Libertad sin restricciones (que son legión por la cuenta que les trae) con el discursito de que nuestro “verdadero” nombre no es sino pura convención socio-cultural; de que no somos sino pura contingencia coyuntural, etc., etc. Muy probablemente, todos esos bondadosos defensores de la Libertad no dudaran, ni un instante, en señalar a Pascual o a César como canallas y merecedores de algún correctivo, si Pascual o César hubieran hecho, pongamos por caso, daño a un miembro de su familia. Y no permitirían que se exculparan los canallas aduciendo enajenación mental transitoria (“yo es que no soy el de ayer, ayer se me fue la mano...”). Nada, “a la cárcel”.
En principio, es cierto, el uso de seudónimo no debería tener ninguna relevancia respecto a lo expresado, y de hecho es probable que no la tenga en gran medida. Pero no deja en cualquier caso de poseer un significado enorme el hecho de que se oculten tantos a la hora de expresar opiniones. Digo yo. Quizá si todos esos ocultadores de la propia identidad fueran conocedores de las teorías de Agustín García Calvo... Pero me temo que no. Digo yo.
Después de haber hablado al respecto con la hija (19 años) de una amiga he llegado a la eventual conclusión de que esa “irresponsabilidad” que supone “no dar la cara” en lo expresado responde a un cierto tipo de infantilismo. Se trataría de un juego que, además, les permitiría no responsabilizarse en última instancia de lo dicho por uno de sus múltiples personajes. Así vivirían siempre en la ficción y no saldrían nunca de su propio y particular parque temático. Diría que todo proviene de ese narcisismo auto-exculpatorio que conculca la Corrección Política. Que yo sepa, por primera vez son los padres los que imitan a los hijos. No sé. Miedo.
1 comentario:
Para mí es más importante fijarme en lo que se dice (en un texto, por ejemplo, o en un comentario...)que en quien lo dice. Me encanta leer textos y artículos de gente que no conozco de nada, y no me importa que su nombre sea verdadero o no.
En los blogs hay mucha gente que escribe y que lo hace detrás de un nick, o seudónimo, pero en cuanto cruzas un par de comentarios se suele establecer una cortesía y saludar por mail con tu verdadero nombre.
Bueno... me presento: en mi DNI pone Rosario Peiró, pero todos me llaman Charo. También algunos que me llaman Roma.
Tanto gusto.
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