En la colina más cercana a una ciudad poco remota habitaba un hombre por todos considerado extraño. Un buen día, este hombre decidió bajar a la ciudad para pasear a su unicornio, al que llevaba cogido con una cadena. La gente, haciendo gala de sus sentimientos ante lo incomprensible, le rehuían a su paso con el animal. Días después, quizás fueran semanas, aparecieron el conde y la condesa de la ciudad paseando, tranquilamente, a su particular unicornio. Muy poco tiempo hizo falta para que casi la práctica totalidad de los ciudadanos necesitaran salir a pasear con sus correspondientes unicornios cogidos por sus respectivas cadenas.
Otro buen día, y después de un tiempo sin aparecer, el por todos considerado hombre extraño, bajó de nuevo a la ciudad, pero esta vez para pasear a su gorgona, a la que llevaba cogida con una cadena. El conde y la condesa se apresuraron a sustituir su animal por otro distinto del que había plagado la ciudad, y se hicieron con una gorgona. En unos días, como era ya de prever, se inundó la ciudad de gorgonas paseadas por sus orgullosos abanderados. En estas circunstancias el por todos considerado hombre extraño volvió a desaparecer.
Sin esperar tanto tiempo como la otra vez, un buen día decidió bajar a la ciudad para pasear a su mantícora, a la que llevaba cogida con una cadena. El proceso, ya conocido, se repitió en los mismos términos, aunque en un tiempo más reducido.
Fue entonces cuando los ciudadanos empezaron a tomar consciencia de lo que, a la postre, había originado un problema francamente molesto y preocupante. La ciudad se encontraba literalmente plagada de unicornios, gorgonas y mantícoras cuya presencia ya nadie era capaz de entender (por mucho que cierto sector de gente se empeñara en justificar esa presencia con extrañas teorías). Nadie sabía qué hacer con esos incomprensibles animales que campaban a sus anchas y sin cadenas (incluso el sector antes citado era incapaz de encontrar una solución).
Se decidió entonces formar una comisión que acudiera arriba de la colina a pedirle explicaciones al extraño hombre, puesto que el conde y la condesa se desentendían de un problema que no iba con ellos. Una vez llegada a la casa, y en vista de la sorprendente ausencia de cualquier animal, la comisión preguntó al por todos considerado hombre extraño, por el unicornio, la gorgona y la mantícora. Con toda la serenidad que puede conferir el exceso de perplejidad el hombre contestó que los había matado y que después de salpimentarlos se los había comido.
Otro buen día, y después de un tiempo sin aparecer, el por todos considerado hombre extraño, bajó de nuevo a la ciudad, pero esta vez para pasear a su gorgona, a la que llevaba cogida con una cadena. El conde y la condesa se apresuraron a sustituir su animal por otro distinto del que había plagado la ciudad, y se hicieron con una gorgona. En unos días, como era ya de prever, se inundó la ciudad de gorgonas paseadas por sus orgullosos abanderados. En estas circunstancias el por todos considerado hombre extraño volvió a desaparecer.
Sin esperar tanto tiempo como la otra vez, un buen día decidió bajar a la ciudad para pasear a su mantícora, a la que llevaba cogida con una cadena. El proceso, ya conocido, se repitió en los mismos términos, aunque en un tiempo más reducido.
Fue entonces cuando los ciudadanos empezaron a tomar consciencia de lo que, a la postre, había originado un problema francamente molesto y preocupante. La ciudad se encontraba literalmente plagada de unicornios, gorgonas y mantícoras cuya presencia ya nadie era capaz de entender (por mucho que cierto sector de gente se empeñara en justificar esa presencia con extrañas teorías). Nadie sabía qué hacer con esos incomprensibles animales que campaban a sus anchas y sin cadenas (incluso el sector antes citado era incapaz de encontrar una solución).
Se decidió entonces formar una comisión que acudiera arriba de la colina a pedirle explicaciones al extraño hombre, puesto que el conde y la condesa se desentendían de un problema que no iba con ellos. Una vez llegada a la casa, y en vista de la sorprendente ausencia de cualquier animal, la comisión preguntó al por todos considerado hombre extraño, por el unicornio, la gorgona y la mantícora. Con toda la serenidad que puede conferir el exceso de perplejidad el hombre contestó que los había matado y que después de salpimentarlos se los había comido.
La comisión regresó a la ciudad sabiendo, por lo menos, que no era al extraño hombre a quien se le debían pedir explicaciones. Sin saber muy bien qué hacer con todos esos incomprensibles animales (pues matarlos no está bien contemplado debido a la rareza de los mismos) continúan todos buscando una solución al problema y algunos una explicación a lo ocurrido. O quizá, y a pesar de todo, esperando que la colina del otro lado de la ciudad sea habitada por algún hombre extraño.
1 comentario:
Alberto, un placer haberme pasado un buen rato leyéndote hoy. Como ves he encontrado tu blog.
Sobre este post: la estructura es para mí lo más ´adjetivo´. Formalmente repetitivo en sus primeros párrafos (a lo Gertrude Stein) se erige en auto referencia del proceso al cual la creación y su elevación al grado de arte (por teóricos, críticos y marchands d'art - en definitiva, los expertos) queda sometida. Y es que cuando todo el mundo piensa igual, nadie está pensando mucho.
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