Ha vuelto a suceder. Sucede cíclicamente y lo hace casi con frecuencia regular. Aburrido pues. Ha vuelto a emerger la polémica que suscitan esas obras de arte que para muchos no son sino pura pornografía. En todos los medios, en todos los telediarios, en todas las tertulias radiofónicas. La diferencia, para mí, es que esta vez soy parte involucrada: yo fui el comisario de la exposición (comisariado compartido con Eulalia), promotor y acicate del catálogo de marras. Además de introductor del mismo, entre otras cosas, porque se hacía gracias a la exposición que yo mismo había promovido. Una joya de catálogo en cualquier caso (quien lo quiera que me lo pida, los vendo baratos y ¡se acaban oiga!), encuadernado en tela y con lomo rojo, como los misales de antaño.
Quien siga este blog sabrá de mi debilidad por el autor, que hace lo que hace por su imposibilidad de hacer otra cosa. Quien lo siga de verdad sabrá que le tengo dedicados varios posts en los que indago acerca de la experiencia estética, la que experimento cuando veo sus fotos, sus “originales”, en vivo y en directo y de golpe.
La polémica que surge ante la posibilidad pornográfica de algunas obra de arte siempre viene asociada, o al sexo o a la religión (además de lo de ls subvenciones). Pues bien, Montoya las ha hecho coincidir para mayor escarnio del bienpensante. Siempre he pensado que es mejor tener una idea fija que no tener ideas y a mí me parece soberbia la idea fija de Montoya, que hace lo que hace porque no puede dejar de hacerlo. Algo que nada tiene que ver con el arte de hoy en día, en el que todos los artistas hacen exactamente lo que toca hacer y “hablan” de lo que toca hablar (el problema de los géneros, de la identidad, de los mass media, de la lingüística, etc.), consiguiendo ser de todo menos originales.
El jueves hablé con Montoya y se encontraba desolado, cansado de toda la movida que se había montado a su alrededor. Me decía que sólo quería que le dejaran en paz, que le dejaran hacer sus cosas con tranquilidad, la tranquilidad con la que hace todo Montoya. Ésta es la gran diferencia que media entre el artista mediático (y posmoderno) y el creador auténtico (artista o no). Al primero le habría venido muy bien la polémica y por tanto la saborearía como el detonante de su futuro. Es más, con mucha probabilidad, habría sido el propio artista quien habría provocado tal polémica en un alarde de conocimiento estratégico. Y me acuerdo de Andrés Serrano y su Cristo en piss. Andrés Serrano, por ejemplo, ha declarado en más de una entrevista que él no es fotógrafo, que él es el artista y que quien hace las fotografías, sus fotografías, es un técnico. Montoya dejaría de hacer fotos si no fuera él mismo quien controlara hasta el último parámetro.
¿Pornografía?: en absoluto. ¿Obscenidad?: por supuesto. ¿Arte?: Usted mismo. ¿Belleza?: a manta. Otra cosa sería el tema de la financiación del catálogo, el de las subvenciones. Se acaban, de verdad.
Quien siga este blog sabrá de mi debilidad por el autor, que hace lo que hace por su imposibilidad de hacer otra cosa. Quien lo siga de verdad sabrá que le tengo dedicados varios posts en los que indago acerca de la experiencia estética, la que experimento cuando veo sus fotos, sus “originales”, en vivo y en directo y de golpe.
La polémica que surge ante la posibilidad pornográfica de algunas obra de arte siempre viene asociada, o al sexo o a la religión (además de lo de ls subvenciones). Pues bien, Montoya las ha hecho coincidir para mayor escarnio del bienpensante. Siempre he pensado que es mejor tener una idea fija que no tener ideas y a mí me parece soberbia la idea fija de Montoya, que hace lo que hace porque no puede dejar de hacerlo. Algo que nada tiene que ver con el arte de hoy en día, en el que todos los artistas hacen exactamente lo que toca hacer y “hablan” de lo que toca hablar (el problema de los géneros, de la identidad, de los mass media, de la lingüística, etc.), consiguiendo ser de todo menos originales.
El jueves hablé con Montoya y se encontraba desolado, cansado de toda la movida que se había montado a su alrededor. Me decía que sólo quería que le dejaran en paz, que le dejaran hacer sus cosas con tranquilidad, la tranquilidad con la que hace todo Montoya. Ésta es la gran diferencia que media entre el artista mediático (y posmoderno) y el creador auténtico (artista o no). Al primero le habría venido muy bien la polémica y por tanto la saborearía como el detonante de su futuro. Es más, con mucha probabilidad, habría sido el propio artista quien habría provocado tal polémica en un alarde de conocimiento estratégico. Y me acuerdo de Andrés Serrano y su Cristo en piss. Andrés Serrano, por ejemplo, ha declarado en más de una entrevista que él no es fotógrafo, que él es el artista y que quien hace las fotografías, sus fotografías, es un técnico. Montoya dejaría de hacer fotos si no fuera él mismo quien controlara hasta el último parámetro.
¿Pornografía?: en absoluto. ¿Obscenidad?: por supuesto. ¿Arte?: Usted mismo. ¿Belleza?: a manta. Otra cosa sería el tema de la financiación del catálogo, el de las subvenciones. Se acaban, de verdad.
2 comentarios:
El problema, a mi entender, radica en el pretendido rédito que el PP extremeño ha querido obtener ahora (y no en el momento de la publicación del catálogo), con vistas a las elecciones de mayo.
La polémica, en este caso, es gratuita, como pongo de manifiesto en mi blog.
Enhorabuena por el artículo.
ha dicho un creativo publicitario, víctima también de la censura de lo políticamente correcto, que, en los tiempos que corren, si dices algo y no molestas a nadie, es que no has dicho nada...
un saludo
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