miércoles, julio 30, 2008

Casa de juegos

El título de esta película de David Mamet puede resultar desconcertante en la medida en que la propia casa de juegos no juega un papel determinante en el desarrollo de los acontecimientos. Pero resulta perfectamente adecuado por cuanto señala un lugar cuyo significado encuentra un sentido en la trama que liga a los protagonistas. Al carecer de artículo determinado nos encontramos ante una casa de juegos; una casa en la que se juega; una casa, por tanto, en donde alguien gana y alguien pierde. O mejor: una casa en la que, por jugar, cada ganancia exige una pérdida.

La historia de la película parece sencilla de resumir: una siquiatra famosa y absorbida plenamente por su trabajo es seducida por un matón. Tras el previsible romance entre ellos, ambos se ven envueltos en una trama gansteril que les lleva a la necesaria separación que les permitirá sobrevivir. En realidad, todo se ha tratado de una trampa urdida por el matón con el fin de desplumar a la siquiatra. Tal podría ser, es cierto, el resumen del film. Se trataría de un resumen, claro está, que sólo serviría para atraer a los amantes del blokbuster. Aún así se trataría de un mal resumen pues no debería desvelarse jamás lo que es desentrañado casi al final de la película. Así, un resumen correcto se tendría que limitar a lo que realmente sucede en las primeras secuencias del film, por lo que habría poco que decir. Hablar más allá de eso destrozaría una historia basada en la trampa y el engaño, pues el engaño al que es sometida la protagonista es paralelo al que es sometido el espectador (como lo que sucede en Vértigo, por ejemplo). Resumen correcto, pues: una psiquiatra famosa pero sin vida social es seducida por un timador profesional.

Este resumen, que ya no cumpliría con las expectativas del espectador blokbuster (dada su extrema brevedad) sí sería un resumen que serviría perfectamente para describir lo que en realidad es sustancial en la trama: una mujer de cultura y de posición socioeconómica elevada se deja seducir por un malvado que en ningún momento oculta su condición. Se trataría de un resumen en el que preponderaría el tema sobre el asunto sin traicionar por ello la esencia del film. En cualquier caso podría haberse hecho un resumen a la inversa, aquel en el que preponderara el asunto sobre el tema. Entonces habríamos podido decir: una mujer insatisfecha a pesar de su éxito laboral va en busca de sí misma (resumen éste que sólo atraería a un sector reducido de espectadores). Dicho así podría tratarse de una película sobre el viaje iniciático de un personaje que va en busca de su verdadera identidad. En una conversación que se da a los pocos minutos de comenzar el film, la paciente loca le dice a la doctora que “nadie está exento de la experiencia, se puede intentar huir de ella, pero finalmente la experiencia te encuentra”.

De esta forma, la doctora se lanza, en un viaje iniciático, a saber más de ella misma, con o sin consciencia de ello, eso no importa. O mejor, se lanza a la búsqueda de un sentido vital que no le queda explicado en el saber lo que sabe. La insatisfacción, pues, como motor, y su fin último, conocer algo de ella que ella misma desconoce. Va, en definitiva, en busca de una revelación. Su amiga y colega es la que, a modo de catálisis narrativa, introduce a la protagonista hacia esa experiencia. Y la introduce a partir de un requerimiento: la búsqueda del placer. Es en esas dos conversaciones que mantiene con ella a principio de la película cuando la doctora manifiesta dos lapsus: uno confundiendo un significativo pronombre posesivo (mi-su) y otro confundiendo una palabra por su antónima (presiones-placeres).

Y puesto que, como decíamos, un resumen correcto se tendría que limitar a describir lo que realmente sucede en las primeras secuencias del film, nada mejor que ver qué pasa en ellas (ya que aquí no nos interesa la película, sino el personaje femenino). Como en todo gran texto fílmico los personajes quedan descritos no tanto haciendo referencia a los hechos escogidos cuanto a la suma de los escogidos y los omitidos. La doctora, que sabe mucho de la condición humana, parece saber poco de sí misma, y de ese saber poco nosotros obtenemos mucha información. Su asertividad laboral se esfuma ante las relaciones sociales de las que desconoce todo (como veremos en su relación Mike, el matón), y la aparente seguridad le sirve para encubrir la fragilidad que le confiere el miedo a la revelación esperada a través de la experiencia. De ahí que, por decirlo rápidamente y quizá de forma prematura, lo que busque en su experiencia sea un malvado, pues sólo de esta forma esa experiencia le aproximará al terreno insondable de lo real.

El valor simbólico del lugar (casa de juegos) no es ajeno a las intenciones del autor, que lógicamente conoce la trama desde el punto de vista de la creación. El jugar a algo te inscribe como jugador y en todo juego, pero especialmente en el del amor, se cumple la figura del jugador jugado; un jugar con alguien que a su vez juega con el jugador. “Todo juego se presenta como un movimiento de vaivén: la acción del jugador sobre el objeto de juego o sobre el camarada revierte sobre él como una nueva provocación. Así que el jugador es siempre un jugador jugado: no sólo juega con algo sino que ese algo siempre juega con él” (Benavides, 1988).

Todo juego se desarrolla en el intersticio que media entre lo totalmente conocido y lo absolutamente desconocido. En su campo de juego se concilian la inteligibilidad de la realidad y lo insondabilidad de lo real. Se concilia, pues, lo posible con lo que escapa al orden del discurso. El juego es una actividad libre que se encuentra fuera de la tenaza que une la necesidad con la satisfacción. Motivo por el cual la doctora sale mal parada de la experiencia (aunque lo propio sería decir que quien sale mal parado es el timador, pues es él quien verdaderamente paga un precio alto por la experiencia de ella). Porque la satisfacción requerida no proviene de una necesidad. Ha jugado sin aceptar las reglas del juego y no ha sabido perder. Hay que apuntar al respecto y haciendo referencia al leitmotiv del film, que el engaño como táctica no implica traición a las reglas, sino que forma parte de una estrategia, la estrategia que todo jugador debe poseer.

Nadie está obligado a jugar precisamente porque todos estamos obligados a trabajar. Y es precisamente el trabajo lo que ha mantenido a la doctora, curiosamente (es psiquiatra, no lo olvidemos), alejada de la realidad, del juego. Es su obsesión por el trabajo lo que critica y cuestiona su amiga y colega en la segunda secuencia, inmediatamente después de la presentación de la protagonista, a la que conocemos por el éxito de su último libro tras la solicitud de un autógrafo por parte de una admiradora (primera secuencia). Su amiga le critica su obsesión por el trabajo y le aconseja ir a la búsqueda de placeres, o mejor, le aconseja ir a la búsqueda de otros placeres que puedan servirle de escape, pues sin diversificación se puede caer en la obsesión. Hay que decir al respecto que el libro que autografía la doctora a su admiradora en la primera secuencia se titula “Pulsión: obsesión y compulsión en la vida cotidiana”. Una vez más, el jugador jugado, aunque esta vez se trate de un juego de ella consigo misma. Uno de los dos significativos lapsus que comete (al inicio) consiste precisamente, como hemos apuntado, en confundir presiones con placeres. Impagable lapsus para un psicoanalista. Y para Mamet.

Pero no es su colega la que logra activar su deseo (de la experiencia) sino un paciente, el paciente que la conecta con Mike, el matón. Y obsérvese que ya hemos calificado a Mike de tres formas distintas: timador, malvado y matón, algo que resulta sumamente significativo en la relación que se inicia, pues la doctora es avisada desde el principio de la calidad humana de Mike, incluso en palabras del propio Mike: “Soy un timador, un delincuente, no te engañes…”. Matón es la forma en la que ella define al propio Mike en su primer encuentro. Lo de malvado lo dejaremos para el final, pero resulta fácil deducir que un matón y un timador son dos formas de representar la maldad.

Pero, como decíamos, es un paciente el que introduce en ella el germen de la intriga. Le cuenta la historia a la doctora: al parecer Mike le matará si no le devuelve los 25.000 dólares que le debe por deudas de juego. Y la espolea con frases que resultan, curiosamente, más definitivas y determinantes que las que su colega le dice desde la amistad: “usted vive en un sueño”, “hay un mundo real”, le dice el muchacho aterrado por la suerte que le espera si no paga a Mike. Cuando ella intenta ayudar quitando hierro al asunto es cuando el paciente habla de la peligrosidad de Mike y lo describe (lo vemos en las notas de ella) como omniescente y castigador.

Ella decide ir a la busca de Mike. Después de la jornada laboral, esto es, de noche. Tiene que entrar en la casa de juegos que es donde se encuentra. Una vez ha entrado la puerta se cierra sola dejando fuera (de juego) al espectador. Está sola. La escena es perfecta por contenida (poco propio de la mayoría del cine norteamericano). El local está prácticamente vacío y unos tipos juegan al billar sin hacer apenas ruido. Ella pregunta por Mike y como en toda película de gansters el camarero dice no saber nada del tal Mike. Todo, pues, al más puro cine negro, pero austero, poco espectacular. La entrada de Mike en escena es precedida por su propia voz en off con la representativa por chulesca frase: “qué coño pasa”. La doctora se gira y aparece Mike en la oscuridad, vemos su silueta pero no su cara. Debe andar unos pasos hacia ella para que la luz revele su aspecto. Mike nace, pues, de la oscuridad. En una casa de juegos casi muda. Está sola y ha comenzado a jugar.

La breve conversación que mantienen nos muestra a la perfección cuáles son las actitudes de los personajes ante la situación. Ella se ha introducido en un juego apostando fuerte, con seguridad y sin mostrar flaqueza. Pero dejando las cartas boca arriba. Debemos insistir, sin embargo, que en este texto no estamos interesados por la película y por tanto no nos interesa lo que, por acaecer después, nos daría pistas sobre la actitud de él en el momento en el que se conocen. Nos interesa ella. Y él, sólo, en lo que afecta a ella. De otro modo deberíamos analizar la relación entre quien entra a jugar con las cartas boca arriba (ella) y quien juega un doble juego (él), cosa que no hacemos porque ello supondría hablar del engaño (del timo) que ella sufre, algo que para nuestro cometido resulta irrelevante. (Debe saber el lector que no haya visto la película que todo lo acaecido durante la práctica totalidad de la película se encuentra controlado y organizado por el timador. Todo ha sido minuciosamente preparado para timar a la doctora. Pero como digo, ese sería otro tema).

Digo que la pequeña conversación nos sitúa perfectamente a los personajes. Cuando ella se atreve a exigirle que le perdone la vida al pobre (¿) muchacho que la visita como paciente, Mike le dice: “si soy tan malo, ¿por qué no saco una pistola y te acribillo a balazos?”. A lo que ella contesta, “yo te diré por qué: no eres más que un simple matón”. En efecto, tiene Mike toda la razón, si él es tan malo como para matar por una deuda de juego, ¿por qué no la mata a ella? Mike, sin embargo, en vez de violentarse ante el insulto se ablanda y la adula: “¿cómo has sabido que no soy peligroso?”. Aunque no lo sabe, ella ha enseñado el farol con su impostada dureza. Y Mike es un timador profesional. Sabe que ha acudido a la casa de juegos por algo que nada tiene que ver con la supuesta deuda de su paciente. Ha ido, sencillamente, a jugar.

Se dan los primeros signos de seducción. Y por tópicos que resulten las artimañas seductoras de él, la cuestión es que funcionan con ella a pesar de su inteligencia y conocimiento. Conocedor como es Mike de las debilidades humanas la seduce, cómo no, haciendo gala de sus conocimientos acerca de los signos que manifiestan las personas en su comunicación no verbal (la impostación, por ejemplo). La doctora queda seducida, pues, a partir de una habilidad de Mike que le convierte en un hombre INTERESANTE. Una habilidad, además, que mucho tiene que ver con aspectos fundamentales de su trabajo, si bien desde un lado mucho menos científico, pero no por ello menos basado en lo empírico. Mike le enseña a la doctora lo que es una señal (en el argot del timador), que sería eso por lo que un sujeto delataría sus intenciones. Se lo muestra con un ejemplo en el que averigua el pensamiento de ella (descubriendo la mano en la que oculta algo). Para ella él es, ya, alguien por el que sentirse atraída. Nada nuevo, pues, en el concepto clásico de lo que una mujer requiere para ser seducida, por muy liberada y actual que sea la protagonista. Sorpresa, inteligencia, ingenio, dureza y sensibilidad. Con absoluta independencia de que todo ello pueda coincidir con la maldad (absoluta), algo de lo que es avisada en todo momento. Y de lo que ella nada quiere saber: es sorda porque no quiere oír y ciega porque no quiere ver. Pero con absoluta voluntad de que así sea debido a la excitación que le produce lo oscuro. Todo juego, decíamos, se desarrolla en el intersticio que media entre lo totalmente conocido y lo absolutamente desconocido. En su campo de juego se concilian la inteligibilidad de la realidad y lo insondabilidad de lo real

Y aquí es donde se produce la mejor secuencia del film. Mike se encontraba jugando a Póker cuando ha tenido que salir cabreado ante el requerimiento de ella: recordemos, “Qué coño pasa”. Ahora le reclaman desde la mesa de juego y es el momento en que Mike le propone a la doctora que le ayude a desplumar a un tipo que le está limpiando y le dice que si lo consiguen perdonará la deuda al chaval, una deuda que era mucho menor de lo que éste le había dicho. Ahora la doctora entra en el juego, en otro juego, un juego que se bifurca del otro que ya ha comenzado. La tensión que se vive durante la secuencia es intensa y ella parece controlar su cometido haciéndose pasar por la novia de Mike. La excitación de ella es evidente; él le pregunta “¿te lo estás pasando bien?”, y ella contesta “como nunca”. Y la cámara nos muestra un plano que, quizá por poco frecuente, resulta extraordinariamente significativo: los dos de perfil y mirándose sin pestañear durante un largo rato. Delante de ellos, nosotros, los espectadores, detrás, todo el mundo. Y ellos en medio, cara a cara.

Después de una violenta escena con pistolas incluidas se descubre el pastel: ella iba a ser timada por toda la pandilla confabulada. Todo había respondido a una puesta en escena minuciosamente preparada por Mike. Ella les descubre el plan (el juego) por un detalle y de repente toda la tensión se disipa de golpe, la luz se enciende y los personajes de aspecto peligroso se comportan, curiosamente, con extremada y casi dulce naturalidad. Se despiden unos de otros recriminándose sutilmente su incompetencia ante el fracaso de timo supuestamente sencillo. Se quedan los dos solos. Él le dice a ella, “vuelve siempre que quieras un poco de emoción”. Más claro, imposible. Es entonces cuando ella puede hacer dos cosas, o salir disparada de un ambiente turbio que le ha demostrado carencia de escrúpulos o sentirse excitada ante la posibilidad de volver. Pueden pasar dos cosas: o que pueda la sensatez o que pueda la perversa curiosidad.

Acto seguido (y entre medio de dos secuencias pertenecientes a la trama principal) vuelve otra conversación con la paciente loca, que a su vez le cuenta a la doctora su conversación con alguien: “Me dijo que puede convertir a cualquier mujer en una puta en 15 minutos”. “¿Y tú qué contestaste?”, pregunta la doctora. “Que no podía convertir en puta a nadie que no lo fuera ya”, contesta la loca.

Así que la doctora va en busca de Mike, en busca de un reencuentro. Mientras le espera en un bar (oscuro) escribe en su libreta de notas “La necesidad de lugares oscuros para llevar a cabo un negocio turbio…” En efecto, no sabemos qué es lo que se quiere decir a sí misma la doctora con la anotación, pero no deja de ser cierto que la experiencia en la que se está metiendo no puede ser más turbia. Lo que no le impide seguir a delante. Se trata de una nota, de algo que se dice a sí misma y de algo que le interesa recordar. Carece de verbo y por tanto carece de significado. Es una frase abierta a la que le falta una explicación; la explicación que ella no tiene respecto al hecho de estar buscando al timador en un bar oscuro.

Tras el reencuentro dialogan un rato en el bar, él le enseña otros trucos de timador y entonces le pregunta, “¿Quieres ver cómo un malo de verdad ejerce su trabajo?”. Y ella afirma. Ésta es la primera oportunidad que el malvado le brinda con el fin de que ella pueda renunciar a la maldad. Pero ella no lo hace. “El principio fundamental es: no confíes en nadie”, le dice entonces Mike. Y esta es la primera vez que le avisa. Y ella no se da por enterada. La atracción. “¿Quieres hacer el amor conmigo?”, le pregunta él. Y ella se deja llevar. La excitación.

Antes de acudir al hotel para acostarse juntos Mike pregunta a la doctora, “todos sacan algo de cada operación, ¿qué sacas tú de ésta? Ella no responde; no sabe. En su no saber de ella misma está el no saber nada de la vida, nada de nada. En su no saber nada de ella misma está todo el desconocimiento posible. La loca sabe mucho más de la vida que la propia doctora, entre otras cosas porque ha vivido ya su propia experiencia. La doctora no quiere renunciar a la experiencia del deseo que le produce la atracción. En este caso, atracción por lo interesante, por oscuro que pueda serlo. En principio es eso a lo que no quiere renunciar, al deseo. Porque el deseo no es deseo de la experiencia, el deseo es la experiencia misma. No le importa lo que pueda pasar después porque aquello a lo que no quiere renunciar es a sentirse viva.

Ante la excitante inquietud que le provoca la incertidumbre ella le hace una pregunta a Mike, "¿qué crees que quiero?”. Y Mike que ya está cerca de tenerlo todo contesta, “quieres que aparezca alguien y te posea; que te introduzca en algo nuevo; ¿te gustaría?, ¿es lo que quieres? A lo que ella contesta, “sí”. Y obsérvese el sutil juego de las palabras: el le contesta con absoluta seguridad y franqueza, y lo que le viene a decir es que lo importante para ella como mujer no es el poseer sino el ser poseída y además serlo a partir de algo nuevo, de la experiencia ligada a una revelación. Aún así, su caballerosidad (¿sensibilidad?) deja un margen de duda y se lo cuestiona. Por tanto la aséptica y concisa afirmación adquiere un valor exageradamente significativo. Está diciendo sí, no sólo a una relación sino a una relación marcada por la sumisión.

Cuando hablábamos de los posibles resúmenes decíamos que en el más corto de todos ellos se encontraba la esencia del film. En efecto, la doctora es una mujer actual, triunfadora e independiente. Sin embargo, decíamos más adelante, que en el acto de la seducción pasa por ser el elemento seducido (lo llamábamos clásico por llamarlo de alguna forma), algo que confirma el intercambio de frases descrito en el párrafo anterior. Omniescente y castigador son los adjetivos que incitan y excitan a la doctora. Lo oscuro le reclama y lo oscuro le pierde. La doctora se pierde en lo oscuro.

La revelación ansiada se produce ante su perversa curiosidad. Una revelación que ha desvelado algo que debió permanecer oculto. Además de una revelación se ha producido un desvelamiento. Ha emergido lo siniestro: las putas no se hacen. En la casa de juegos alguien gana para que alguien pierda. La doctora se ha perdido. Ha perdido en la jugada y no ha sabido perder. El precio que ha tenido que pagar por acceder al conocimiento sólo ha sido alto para el timador. La loca tenía razón, no se puede convertir en puta a nadie que no lo sea ya. El mal ha sido vencido, pero no por el bien, sino por otro mal más grande. “Algunos dirían que eres interesante”, le dice la doctora después de hacer el amor. Y Mike, mientras se viste y sin mirarle a la cara le contesta, “soy un timador, un delincuente, no te engañes… sé consciente de lo que haces”. Lo interesante.

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