martes, agosto 24, 2010

De la Fotografía (Turismo vital)

Tomar fotografías es lo esencial, mirarlas es (para quien las toma) siempre subsidiario. Además, no es lo mismo hacer fotos por afición que hacerlas por obligación. Y como sabemos, la forma más extendida de hacerlas se corresponde con la segunda opción. Nueve de cada diez personas tienen cámara fotográfica y casi la totalidad de las fotos que circulan por internet no han sido hechas por afición a la fotografía (con cámaras semiprofesionales, etc.) sino por la obligación de dejar constancia de lo experimentado (para uno mismo o para los demás). Así es como el acto de fotografiar ha acabado por sustituir a la misma realidad. Quien fotografía de forma compulsiva, es decir, quien fotografía por “obligación”, acaba por “no ver” la propia realidad. Es una suerte de síndrome que, como es sabido, se apodera de muchos turistas. El ansia por dejar constancia de lo experimentado no elimina, desde luego, la experiencia misma, pero la convierte en una experiencia de segundo grado; una experiencia degradada. El primer grado de la experiencia retornará, eso sí, cuando sea el “otro” quien dé fe de una experiencia que no es suya. Y de ahí la obsesión por colgar fotografías en el limbo. Se trata de una forma perversa de experimentar la vida, pero no por ello menos real.
Y esto no es, ni más ni menos, que lo que le pasó a la ex soldado israelí cuando necesitó fotografiarse con los soldados palestinos presos y esposados. Y lo que les pasa a los mismos adolescentes delincuentes que fotografían y filman sus propios delitos.

Una posible explicación se encontraría en la inmanencia que habita al sujeto del hoy, para quien todo “ha muerto”: la Historia, el Arte, los Grandes Relatos, el Amor, la Belleza, la Verdad, el Mito. Se trataría, por tanto, de encontrar algo que, ya sin sentido metafísico alguno, pudiera conferir sentido al presente (en el que compulsivamente se toman fotos). La perversión devendría, pues, de haber encontrado en el futuro inmediato la solución a esa carencia de trascendencia. Uno toma las fotos cuando es anulado por su inevitable sentido inmanente de la vida y las cuelga (sin verlas, sólo descargándolas) en Internet para intentar dar sentido retrospectivo a su nihilismo. Así, uno sabe, por tanto, que las fotos harán del presente algo no del todo ininteligible.

El futuro a largo plazo, sea mundano o celestial, ya no sirve ni como explicación ni como justa recompensa a las acciones del presente, entre otras cosas porque también la Justicia (como Dios y el Paraíso) “ha muerto”. Hasta hace unos días el caos de lo real -lo que se encuentra fuera del orden del discurso y del concepto- se sujetaba con un sentido trascendente -no necesariamente religioso- que ahora es inviable. La necesidad de fotografiar compulsivamente (el presente continuo) del sujeto del hoy no sería, de este modo, más que una forma de dar sentido a ese presente a través del futuro.
Y esto no es, ni más ni menos, que lo que le pasó a la ex soldado israelí cuando necesitó fotografiarse con los soldados palestinos presos y esposados. Y lo que les pasa a los mismos adolescentes delincuentes que fotografían y filman sus propios delitos.

Otra cosa sería hablar del sentido ético que conlleva tal entendimiento de la existencia. El caso es que, ya sin Justicia y ya sin Verdad (etc.), se han dado las premisas suficientes y necesarias para que los Juicios de Valor sean definitivamente sustituidos por Juicios de realidad. Una realidad que, además, es sospechosa de no ser como se nos muestra. Las sociedades individualistas y relativistas han producido un sujeto eminentemente narcisista que tiene como prioridad la necesidad de verlo todo (a través de imágenes). Pero si no hay un orden simbólico que sujete esa necesidad no hay, desde luego, forma de comprender nada. Algo, por cierto, que tiene asumido el sujeto del hoy. Sin que ello le importe absolutamente nada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante la observación de la decadencia simbólica en que nos encontramos sumidos vista a partir de un uso tecnológico tan en boga com la fotografia digital compulsiva. De hecho, cuando en ocasiones miro fotos antiguas (de esas antaño corporizadas en papel)intuyo en el fotografiado una sensación temporal distinta a la actual, una trascendencia vital del momento (simbólica) que se ha perdido. Como si el fotografíado se dijese: la imagen soy yo y la vida que hay detrás (y que avanza, quiere ser y tiene sentido). Es difícil de explicar pero casi me enternece esa sensación de estar ante un vivir distinto que se acaba o ya se ha acabado.