miércoles, agosto 11, 2010

Hermenéutica de lo común

Si hay una revista que pueda considerarse representativa del estado actual de las cosas en lo que respecta a la mujer del hoy, ésa sería YO dona. Y esto no lo negaría casi nadie. Sobre todo porque su equipo, de hecho, se encuentra formado por 34 bravas mujeres dispuestas a reivindicarse y a “luchar” para conseguir, supongo, la plena igualdad de la mujer respecto al hombre. Que por eso son 34 mujeres por 4 hombres en YO dona. En cualquier caso es una revista para ellas, con artículos escritos por ellas y para ellas, con publicidad para ellas. Y ha sido El Mundo, y no otro, el medio de (in)formación (de masas) que ha llevado hasta las últimas consecuencias la labor de la corrección política. Ha sido El Mundo quien ha elaborado este perfecto artefacto progresista que se regala el día en el que el periódico alcanza sus máximas ventas. No sé quién compra el periódico, pero lo que sí sé es que todo hombre lector de YO dona es un intruso.

Su estructura no difiere de cualquier otra revista: un editorial, noticias, entrevistas, columnas de opinión, moda, horóscopos y mucha publicidad de cosméticos. En cualquier caso, yo me voy a centrar esta vez en la opinión expresada por el conducto reglamentario, la columna, precisamente porque la línea editorial no ofrece dudas respecto a sus objetivos (que podrían definirse de muy variadas maneras). Yo Dona sería, por tanto, además de representativa paradigmática. Y su influencia en la sociedad sería la misma que la propia revista recibe, en perfecta y nutritiva retroalimentación, de la misma sociedad. Así pues, si alguien quiere saber el verdadero estado de las cosas en lo que respecta, por ejemplo, al sentir de la mujer del hoy, que lea YO dona.

Como en todas las líneas editoriales “fuertes” el medio es el mensaje. Lo que no quita para considerar todas las partes como necesarias para configurar ese todo que es el medio. Es decir, como en toda línea editorial “fuerte” el sistema de propaganda ideológico se basa en una configuración fractal; cada micromundo debe representar a la perfección el macromundo. Así, no resulta ocioso analizar algún que otro micromundo pues en su análisis podrán atisbarse los fines apologéticos del macromundo. Es cierto que los medios no se responsabilizan de las opiniones de sus colaboradores, pero no es menos cierto que en las líneas editoriales “fuertes” nadie se atreve a despistarse. En YO dona, desde luego, nadie se despista.

Lo que en esta ocasión me ocupa es, concretamente, la columna llamada “Sexo débil” firmada por la habitual colaboradora de la revista Bárbara Alpuente. El método para el análisis del texto va a consistir en ir comentándolo progresivamente hasta su totalidad parándome donde crea oportuno. Transcribiendo, pues, el texto en su integridad. De modo que yo recomendaría al lector que en una primera lectura prescindiera de mis comentarios y leyera de tirón el artículo completo de Alpuente, que extrajera así sus particulares conclusiones sin contaminación alguna y que después lo volviera a leer incluyendo mis comentarios.

“Resulta que tú estás tranquilamente haciendo tu vida y dedicada a tus cosas, aunque sea mirar a la pared durante horas, pero son tus cosas. Entonces llega un tipo y te ronda.”

Ya en la primera frase nos encontramos con la perfecta descripción del paradigma de la mujer del hoy. No se puede condensar mejor en una primera frase la idea de mujer que la mujer propone. En cualquier caso es la forma con la que la autora define perfectamente a la protagonista. Define su estado como de tranquilo y asocia esa tranquilidad a un factor individualista: se dedica a “sus” cosas; o por decirlo de otra forma: NO se dedica a las cosas de “otros”. La tranquilidad, pues como producto del individualismo, de la INDEPENDENCIA. Tanto es así, que resulta preferible mirar la pared durante horas antes que poder hacer algo que, por ejemplo, incluyera generosidad o entrega (la que devendría de compartir algo con alguien). De hecho todo se confirma en la segunda frase. Ya sabemos con absoluta seguridad de qué está hablando cuando habla de tranquilidad. El aburrimiento es para la autora un signo de libertad que como tal DEBE producir tranquilidad. Así, la independencia como signo de fortaleza y el aburrimiento como signo de libertad. Y por oposición subliminal a lo que le procura tranquilidad se encontrarían la generosidad, el altruismo y la entrega (el amor), signos de debilidad. O al menos como signos vinculados al peligro. Pero el peligro, siempre al acecho de quien en el fondo no ha dejado de ser lo que con el verbo niega, llega; el peligro que puede hacer tambalear esa tranquilidad de juguete. “Entonces llega un tipo y te ronda”.

“Tú te mantienes escéptica, que para eso tienes ya una edad y has visto de todo. Piensas que está tonteando contigo simplemente porque se aburre o porque está picando flores hasta que alguna acceda a desprenderse de sus pétalos. No te arriesgas a un posible rechazo tras haber malinterpretado las señales, como te ha pasado tantas veces. No, estás de verdad tranquila y sin pretensiones”.

Alpuente utiliza la segunda persona del singular como forma literaria, pero nada hay que impida pensar que se trata de una forma retórica que sustituye encubiertamente a la primera persona (algo que se corrobora en una frase ulterior). Como puede comprobarse de nuevo, la tranquilidad como un estado de ánimo que excluye el concepto de futuro. Es preferible el aburrimiento (del presente) a tener una sola pretensión que incluya un esfuerzo (que siempre contiene un futuro). La independencia, claro, excluye el esfuerzo para con un “otro”. Además ya tiene una edad en la que haber “visto de todo” la ha convertido en escéptica y el escepticismo, en efecto, debe carecer de pretensiones. Por otra parte Alpuente reivindica su propio aburrimiento y acepta la forma en la que éste se manifiesta (mirar la pared durante horas), pero no ve con buenos ojos la forma en la que en otros se manifiesta. Y todo ello narrado sin ocultar un alto grado de inseguridad: “Piensas que está tonteando contigo simplemente porque se aburre…”.

“Eres maja, sí, pero no te lanzas al vacío porque intuyes que esta vez no aguantarás una caída sin red. Te encuentras de nuevo con el tipo y él parece interesado, pero mucho. Te ablandas un poco y decides entrar en el juego y perder el miedo. Lo ves una vez más y resulta que algo pasa, hay tema. Te mira obnubilado, te dice que le encantas, que qué bien todo, bromea con que a ver si os casáis y tenéis hijos y propone incluso iros un fin de semana juntos. Un fin de semana significa que este hombre quiere pasar más de unas horas contigo. “¡Aquí hay algo!”, piensas, y por fin te dejas de escepticismos”.

Como puede verse la “tranquilidad” no era exactamente el estado ideal de la protagonista (por mucho que ella crea lo contrario), pues con la peor de las explicaciones decide renunciar a ella de forma inmediata. Pero, y he aquí lo significativo, no tanto por deseo propio cuanto por el deseo de “otro”. Entra en el juego por el deseo y la insistencia de “otro”, por eso para hacerlo ha necesitado ablandarse. Sabe que se trata de un juego, por eso no son las bromas del hombre las que le convencen de entrar en él, sino el hecho de que diga que quiere pasar un fin de semana con ella. Así, ha visto de todo debido a su edad, seguro, pero al parecer no sabe lo que cualquier adolescente conoce: que cuando un hombre le dice a una mujer que quiere acostarse con ella (y eso es exactamente lo que le dice cuando apunta su deseo de pasar un fin de semana juntos) lo que quiere es fundamentalmente acostarse con ella.

“Al día siguiente de tan intensa velada le envías un mensaje, por ejemplo: “Qué bien lo pasé ayer, tengo ganas de verte”. Enviar. Sonido de grillos. Ausencia de respuesta. Bueno, no tiene por qué contestar inmediatamente, estará liado. Haces como que sigues con tu vida mientras vigilas el móvil. Sales, entras, ves gente, miras la pantalla cada tres o cuatro minutos, miras el correo cada tres o cuatro minutos, miras el Facebook cada tres o cuatro minutos… (la tecnología no ha hecho sino empeorar las cosas). Llega la noche. Más grillos. Bueno, no tiene por qué contestar el mismo día. Estará liado. Día dos. Bueno, no tiene por qué contestar en dos días, estará liado… ¡con otra! Porque si no, explícame tú a mí por qué no puede contestar. Entonces te pasas la semana sin respuesta, desconcertada, preguntándote qué has hecho mal. ¿Por qué ese cambio repentino de un día para otro? ¡Si encima fue él el que insistió!”.

Cuando Alpuente le pide explicaciones (“explícame tú”) a la protagonista queda desvelada la identidad verdadera de la misma: la propia Alpuente. Unas explicaciones que por indignidad le son después pedidas también (y patéticamente) a quien con su silencio ya las había dado sobradamente. Pero lo importante de este fragmento se encuentra, claro, en lo que no se cuenta. En aquello que sucede después de culminar lo que, según palabras de ella, ha sucedido por el ablandamiento de ella, y no debido su verdadero deseo (nunca descrito). De hecho, si hay algo que a la mujer del hoy le cuesta reconocer, y más aún aceptar, son todos esos síntomas que puedan evidenciar (su) dependencia hacia el “otro”, por muy nobles que pudiera ser el origen de esos síntomas; el amor, por ejemplo, es tomado como un signo de debilidad. Máxime si se canaliza hacia un hombre pues éste es, por definición y como rezan TODOS los medios, un ser despreciable (motivo por el cual la autora pluraliza al final para pedir explicaciones y para insultar).

Lo importante, por tanto, se encuentra en aquello que de repente le ha hecho renunciar a seguir siendo una mujer “tranquila”. Nada se dice de lo que al parecer la ha dejado plenamente satisfecha, ni del porqué le ha dejado plenamente satisfecha. Es en la elipsis narrativa donde sí que hay algo que resulta de suma importancia, pues ahí, en eso que sucede y no cuenta, se encuentra la causa de que ella, una mujer que es feliz por estar “tranquila”, diga “…tengo ganas de verte”. Porque eso que ha pasado ya (¿) ha sido, en definitiva, lo que a ella le ha hecho renunciar a su idílica “tranquilidad”.

Y dense cuenta que aquí no interesa para nada el personaje masculino pues éste cumple a la perfección todas las previsibilidades que por edad y por haber visto de todo, la protagonista conoce. Lo que importa aquí es eso de lo que se habla, que no es otra cosa que lo que a ella le pasa. ¡Claro que fue él el que insistió!, y de hecho esa fue la causa de que ella se ablandara; esa fue la causa, según ella misma, de que ella hiciera exactamente lo que él quería. Es más, ella cede (se ablanda) SÓLO porque él insiste. Que por eso insiste. Y seguimos sin saber nada acerca del deseo de ella, sólo sabemos que decide entrar en el juego. En efecto, él quería pasar unas cuantas horas con ella y es ella la que determina que, por ello, “aquí hay algo”.

“Cuando le ves de nuevo, él actúa como si os acabarais de conocer. Tú deberías callar dignamente, pero mira, no lo haces porque no te da la gana. Le pides explicaciones y él te viene a decir que no agobies, que vayas más despacio y que estés tranquila. Perdona yo estaba de lo más tranquila hasta que llegaste tú a ponerme nerviosa”.

Aquí se encuentra la clave del texto porque da perfecta cuenta de la irresponsabilización en la que cae la mujer protagonista. El motivo de que ella se ponga nerviosa sólo puede encontrarse en ella misma.

“Es como tener a alguien dándote collejas una hora tras otra mientras tú te repites mentalmente: “ya parará, ya parará”. Pero no para y acabas metiéndole un puñetazo. Y entonces él te dice: “pero mujer, no te pongas violenta”. ¡Pues no me des collejas! Yo no estaba violenta antes de las collejas”.

Cuando un hombre pega a una mujer poco importan las causas que pudieran justificar tal violencia. Todos saben que no hay causa que la justifique, pero mucho menos si la causa proviene de una diferencia discursiva. Las collejas son claramente metafóricas, el puñetazo al parecer no. O por lo menos no hay nada que nos haga pensar lo contrario. En fin, da igual; todos estarían de acuerdo en que por mucho que un hombre sufriera vejaciones verbales por parte de una mujer no habría respuesta que justificara la violencia; y da igual porque la cuestión es que la violencia ha derivado de algo tan nimio como lo es el AMOR PROPIO. De lo único que da cuenta la actitud de ella es, por tanto, de debilidad, de inestabilidad. Es el débil quien hace siempre uso de la violencia. Lo que a ella parece ofuscarle hasta el punto de llevarle a la violencia es el hecho de que él (el “otro”) se mantenga firme en su independencia y en su libertad mientras ella se ha visto superada.

“Y este podría ser un resumen de mi propia experiencia, pero no, es el resumen de una experiencia común a muchas mujeres en este momento. Toda la vida teniendo que escuchar que somos unas histéricas, unas desiquilibradas, que no sabemos lo que queremos, ¡mentira! Lo sabemos muy bien. Pero, ¿qué queréis vosotros? Por favor, chicos, ¿qué os pasa? ¿Tanto miedo le tenéis al sexo débil?”

Tanto da que sea o no ella la protagonista si al final de las cuentas van a ser “muchas” las mujeres que viven tan trágico problema (trágico en la medida en que ha necesitado de la violencia y provocado frustración). Y así acaba la columna; con ese discurso por el cual (la mujer) se irresponsabiliza de sus actos y además hace extensible a lo general su caso particular. Culpabilizando al “otro” de sus males. Y el “otro” es, casualmente, quien corrobora la diferencia de género. No la igualdad. Es el hombre, de nuevo, el despreciable. Y es la diferencia lo que se apuntala. La escritora en ningún momento habla de sus sentimientos, sólo habla intereses, de oportunidad y de juego; ¿alguien se ha preguntado el porqué ella no habla de (sus) sentimientos? Pues porque la tenencia de sentimientos parece que implica debilidad en una coyuntura social en la que la mujer sólo quiere mostrar independencia y libertad. Y los sentimientos emocionales, sobre todo los proyectados por una mujer hacia la figura de quien se encuentra criminalizado mediáticamente, implican dependencia y además indolencia. De hecho Alpuente rehuye vincular los hechos (y sus decisiones) a cualquier connotación sentimental. Pero si no podemos hablar de amor, sí podremos hablar de sexo, eso por lo que la mujer se siente ya libre, ¿no? Y si sólo podemos hablar de sexo ¿qué es entonces lo que le molesta de los hechos? ¿No ha sido el suyo el producto de sus decisiones, de sus actos y, en definitiva, del uso que ha hecho de su libertad? ¿No ha sido ella la primera en menospreciar SU propio deseo “ablandándose” ante el deseo de otro? ¿Qué puede tener que ver, por tanto, SU caso particular con SU necesidad de pluralización respecto al sexo contrario? En efecto: la Guerra (dicho así para quien sigue mi blog).

Por último se nos insta a los hombres a decir qué queremos y a explicar que nos pasa. Debería saber Alpuente que su libertad de expresión no es la misma libertad que contamos los hombres para poderle contestar públicamente. Tenemos libertad de pensamiento y de opinión privada, pero no de opinión pública. Y así van las cosas. Como aquí mismo comenté en su momento Enrique Lynch expresó su opinión en El País en un descuido del supervisor del periódico y se armó la marimorena. Le llovieron piedras de todos los lados. Y eso que se trataba de un pensador de reputación intachable. Aquí sólo puede gritar “¡mentira!” y ridiculizar al sexo contrario una mujer.

Post Scriptum. Puede afirmarse a día de hoy que el Ministerio de la Igualdad es un auténtico fracaso. No sólo no ha conseguido la igualdad supuestamente pretendida, sino que, como vemos, ha abierto una insondable y enorme brecha entre hombres y mujeres. Y no sólo abundando en la diferencia (lo contrario de lo que dicen pretender), sino consiguiendo que la diferencia sirva para provocar una Guerra permanente que ya sólo genera frustración. Lo veíamos en un post reciente, la Ministra no quería quitarles la cofia a las camareras, quería ponérsela a los camareros. Ya ven Ustedes, es el odio unidireccional y masivo lo que pretende salvarnos de algunas actitudes energúmenas, aunque sea a costa de producir una Injusticia descomunal. O mejor: es la manifestación del odio unidireccional y masivo contra el hombre lo que pretende salvarnos de algunos canallas. Extraña y desproporcionada empresa. Y puestos a hablar de fracaso podríamos acudir a las cifras de mujeres asesinadas a manos de sus parejas este año para comprobar que el ODIO que emana del Ministerio (y se contagia y siente por doquier) no es la forma apropiada de atajar el problema. Porque la mayor parte de las medidas por él adoptadas se fundamentan en el ODIO.

Por cierto, cuando un hombre asesina a una mujer y luego se suicida lo que demuestra a través de sus actos es una inmensa debilidad, como la que salvando las distancias ha demostrado la mujer en la historieta de Alpuente. Indudablemente es la mujer la que ha dado claras y perfectas muestras de debilidad con el uso de la violencia. Sin ser machista, por supuesto, pues para usar la violencia no es necesario creer en la superioridad de un sexo sobre el otro. ¿O sí?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Señor Adsuara. Convendrá conmigo en que contamos con un largo periodo durante el cual el patriarcado se ha hecho notar. Que ahora les pintan en bastos, es cierto, pero piensen en aquello de equilibrar y tal. No es odio, qué va... si no hay más que observar el interés (por no llamar obsesión) que evidenciamos los unos por los otros. Pero tranquilo que pasará, es una circunstancia temporal.

Un saludo cordial,
francesca