viernes, agosto 12, 2016

Libertad

Supongo que no hay una sola forma de resistirse a la inevitable opresión de los poderes fácticos, pero la única que resulta absoluta e impepinablemente eficaz a esos propósitos es la libertad de acto y verbo del individuo, una libertad muy alejada, por ejemplo, del paradigma del indignado. Tanto la que propugna como la que vive en sus carnes.

Es cierto que como paradigma funciona muy bien en el ideario buenista y simplón de las masas, pero en principio un indignado no es más que un pitufo gruñón, es decir, un insignificante enano malcarado. Fruncir el ceño no indica un acto de libertad, más bien al contrario indica un estado de ánimo dado a regocijarse en la queja.

Ser libre no es tan fácil como la gente se cree y por supuesto no está al alcance de cualquiera. Requiere valor, pero sobre todo requiere de una incorruptible voz interior que emerge aun a pesar de los perjuicios que suele generar. No es una cuestión de vulgar sinceridad, siempre sobrevalorada. La sinceridad no determina ningún grado de libertad; en todo caso y en ciertas ocasiones sí sin embargo un cierto grado de insensibilidad e irresponsabilidad.

En principio: Actuar libremente es actuar sin miedo, algo que sólo se pueden permitir esos pocos que o no tienen nada que perder o les importa un bledo perderlo si su voz interior les exige una ética incorruptible. Los primeros corren el riesgo de acceder a una libertad insolidaria y poco compasiva. Sólo los segundos merecen lo que la libertad de sus actos y de su verbo les puedan ofrecer, ya sea bueno o malo. Un cierto ostracismo es la forma con que la libertad suele premiar a sus representantes más genuinos, todo se ha de decir.

Yo he conocido muy pocas personas realmente libres. Seguramente porque el mundo en el que me he movido toda la vida ha sido el del Arte, configurado generalmente por patanes que se creen libres por poner una mancha roja donde pudo ser verde. 

domingo, agosto 07, 2016

La juventud de Eloy

Por una parte se encontraría el Conocimiento y por otra el Sujeto.

El Conocimiento sería, pues, eso que NO todo Sujeto desea poseer.

¿Y qué desea poseer ese Sujeto que carece de interés por el Conocimiento? No lo sé, ni me importa, supongo que tiempo para jugar (CandyCrash), bailar, chatear, hacer senderismo, running, ultramaratones. Que en su derecho están, digo yo, sobre todo si son jóvenes, o no.

En verdad sólo me ocupan los que, en principio, desean obtener algún tipo de Conocimiento en sentido abstracto, no especializado. Pero ¿quienes son, si es que se caracterizan por alguna particularidad que los hace reconocibles? ¿Y qué entienden por Conocimiento?

La cuestión es que al Conocimiento sólo se accede a través del ansia. Y aquí no valen distinciones entre analógicos y digitales. Sólo es posible el Conocimiento poseyendo un ansia previa y dedicando después un ulterior esfuerzo. Lo demás es pura palabrería bienintencionada.

¿Y cómo podría definirse el ansia de conocimiento en la juventud de esta era digital? Seguramente como peculiar, entre otras cosas debido a la inmanencia a la que son arrastrados por un ritmo de vida que rechaza radicalmente la parsimonia, el adaggio. Única forma posible, al menos desde el punto de vista analógico, de acercarse a cualquier posibilidad real de Conocimiento.

¿Generalizar? Por supuesto, pues los jóvenes son quienes son y hacen lo que hacen, y no quienes podrían haber sido, o quienes les gustaría ser, o quienes nos gustaría que fueran. Entonces, insisto, ¿quienes son esos jóvenes que supuestamente desean obtener Conocimiento? ¿Qué tipo de Conocimiento? Y sobre todo ¿en qué forma desean obtenerlo? ¿De qué forma esperan acceder a él?

De una forma o de otra yo estoy en contacto con ellos todos los días desde hace años, así que me veo capacitado para ensayar una respuesta, no tanto en base a opiniones deducidas de mi experiencia docente, cuanto en base a mi propia experiencia vital personal, que tampoco puede dejar de ser la que es.

  1. Hace unos pocos meses (ya lo conté aquí en otro post) fui invitado a dar una conferencia sobre el tema de mi último libro, titulado De otros mundos. Una aproximación al paisaje sintético, en la Universidad de Bellas Artes de Murcia. A pesar de los esfuerzos del programador -del ciclo de ponencias- sólo consiguió reunir a unas 30 personas en el salón de actos. La sensación era ciertamente desoladora si tenemos en cuenta al menos dos circunstancias: que el tema era en principio un tema directamente vinculado a los jóvenes y a sus estudios, que son a quienes hace referencia el libro cuando habla de creación digital; y que además la ponencia se daba en “sus” instalaciones tan cercanas a los estudiantes de 3 cursos y masters varios. Avergonzado por la ausencia de público quien ha contratado mi presencia me dice “Aún has tenido suerte, con Valcárcel Medina (Premio Nacional de Arte) fueron 9 los asistentes y con Borja Villel (Director del Reina Sofía), una de las personas más inflyentes en el mundo del arte contemporáneo, no llegaron a una quincena”.
  2. Y ya que estoy: el libro De otros mundos ha sido escrito a partir de una exhaustiva investigación que pretende aproximarse a un mundo, el de la creación digital figurativa, sobre el que aún nadie ha reflexionado seriamente (creación de personajes y sobre todo entornos digitales figurativos). Y lo he hecho por encontrarme en la, posiblemente, mejor escuela universitaria de videojuegos que hay en el estado español. Así, en una escuela en la que las imágenes sintéticas (digitales) forman parte intrínseca y primordial de su formación más especializada. Pues bien, y por no extenderme, puedo decir sin faltar a la verdad que absolutamente NADIE ha leído el libro. Nadie. Y hay cerca de 300 alumnos y 60 profesores que de forma directa se encuentran vinculados a la creación artística en general y más concretamente a la creación artística relacionada con las imágenes sintéticas figurativas en muchos casos particulares. Pues nadie.
  3. Todos los años espero, como quien espera el maná, la llegada del estupendo ciclo de conferencias que organizada el periodista Salva Torres en Valencia. Y todo debido a la presencia del para mí mejor pensador vivo actual, Jesús González Requena, uno de los pocos pensadores españoles, si no el único, con un personal corpus teórico perfectamente sistematizado que constantemente queda corroborado desde su apabullante fecundidad. Presenciar una conferencia de Requena acaba convirtiéndose siempre en una experiencia extática para quienes como yo no se conforman con las ideas ingeniosas y buscan, precisamente, aproximación al Conocimiento real. Ya son varios años acudiendo aquí en Valencia a las ponencias en las que interviene González Requena. Pues bien y por ir al grano, la media de asistentes a sus charlas podría cifrarse en la veintena, de los que habría que descontar la docena que van obligados por una profesora que se lo exige a sus alumnos. Así, entre 6 y 10 espectadores tirando por lo alto.
  4. Este año debo haber ido al teatro pongamos que unas 20 veces, 15 de las cuales ha sido en salas alternativas donde por lo general se hace un teatro más digno que las salas “major”. Salvo raras excepciones, se trata de compañías semiprofesionales que suelen representar buenos textos y que me han otorgado muy buenos momentos (de goce y conocimiento). Pues bien, hay veces en las que he sentido verdadera vergüenza debido a la escuálida asistencia que han convocado algunas de esas obras. Recuerdo una en concreto en la que el número de actores (de una compañía venida para los efectos desde Mallorca) era aproximadamente el de los espectadores: 6 actores para 9 espectadores. Y yo me preguntaba cada vez ¿dónde están quienes no se encuentran? ¿Quiénes son? ¿Dónde están, por ejemplo, los estudiantes de Arte Dramático de las 3 escuelas que a ello se dedican en Valencia (dos privadas y una pública)? ¿Dónde están los estudiantes de interpretación que se encuentran ahora cursando el primer curso… y los de segundo… y los de tercero… y los de los másters? ¿Dónde los licenciados de hace un año, de dos años, de tres? ¿Dónde los que quieren estudiar Arte Dramático? ¿Dónde los que lo estudiaron hace 5, 6 o 7 años? Yo conozco a muchos de esos estudiantes y jamás me he cruzado con ninguno en ninguna ocasión. Y no debemos olvidar que Valencia cuenta con más de un millon y medio de ciudadanos.
  5. Cinema Jove es el Festival de Cine de Valencia por antonomasia y por derecho propio. Este año se esforzó por complementar complementó la programación con una sección que estuviera más cerca de los nuevos intereses de los jóvenes, una sección dedicada a las webseries, esas series realizadas para ser deglutidas por internet, que a su vez es eso a lo que los jóvenes se encuentran adheridos varias horas al día. Para indagar acerca de esos intereses y de las dificultades que llevaba intrínsecas esta nueva y juvenil forma de expresión audiovisual se programaron dos mesas redondas, en una de las cuales yo participaba. ¿Número de asistentes? Respuesta: 8. Es decir, en toda la Comunidad Valenciana hay en principio sólo 8 personas a las que les interesa reflexionar acerca de los intereses y gustos de un sector de la población, la juventud, respecto a un formato narrativo audiovisual incipiente e inventado por ellos mismos. Y digo en principio porque 6 de esos 8 asistentes eran amigos de los ponentes. Así, 2. UN Festival con 20 años de existencia programa una mesa redonda para abordar un asunto que atiende a intereses puramente juveniles -pero de forma “profesional” y buscando un análisis que pueda ayudar a solventar los problemas que todos los creadores admiten tener- y es capaz de convocar a ¡2 personas!

Sin embargo, lo veo en los telediarios, el éxito de Arenal Sound (Festival de Música en la playa) es apabullante incluso a pesar de los inonvenientes surgidos este año. Y éste es sólo uno de los numerosos festivales de música estivales.

Antes hacía referencia a la poca o nula necesidad que sienten los estudiantes por leer un concreto libro que, esta vez, se encontraba estrechamente vinculado al producto que les tendría absorvidos durante al menos 4 años de sus vidas. Podría parecer que el tono de lamento viniera por tratarse de un libro escrito por mí. Nada más lejos. Pero no dejaba de ser un libro que parecía haber sido escrito para esa gente y no otra. Y la cuestión fue que un libro que indagaba y reflexionaba entorno a los fundamentos de la creación de un producto al que los estudiantes pensaban dedicar su vida no obtuvo ni un solo lector.

Por decirlo a las bravas, y a ver si nos dejamos de dar rodeos y de marear la perdiz: los jóvenes de el hoy no leen nada; o mejor, leen algo si el protagonista de la historieta tiene los pies peludos o porta una varita mágica, pero NADA sobre, por ejemplo, los fundamentos de aquello a lo que van a dedicar su vida entera (por no decir NADA sobre asuntos que les conciernen pero desde un punto de vista más filosófico). Me resulta impensble que mis alumnos pudieran leer libros sobre los fundamentos de su futura profesión, tal y como hicimos todos los que estudiamos años ha. Impensable por imposible que dedicaran su maravilloso tiempo ¿libre? a leer lo que todos leímos a las 18 años: Munari, Dorlfles, Arnheim, Panofsky, Dondis, Zunzunegui, Francastel...

Es cierto, de todas formas, que no debemos esperar de los jóvenes lo que no a todos los jóvenes tiene por qué interesar. Así, la cuestión no es criticar a ese porcentaje de gente al que jamás interesó el Conocimiento, sino de sorprendernos ante ese cada vez más exiguo porcentaje de jóvenes al que sí les interesó en otros tiempos. Porque incluso los jóvenes más avispados y competentes de el hoy son NO lectores empedernidos. Y quien dice no lectores dice en negativo todo lo que afecta a una cultura sensible; así: no espectadores de teatro, no espectadores de cine clásico o alternativo, no amantes de la Historia, en definitiva, del Conocimiento más abstracto y conceptual que se adquiere de múltiples y variadas formas, todas ellas imbricadas. Sí, ese Conocimiento que según muchos no sirve para nada, que por algo han quitado la filosofía de los nuevos planes de estudios. Así, mientras los magnates y los políticos engordan sus estómagos y sus arcas dejándonos indefensos ante las compañías de telecomunicaciones, por ejemplo, los demás, los ciudadanos de a pie, nos iremos haciendo cada vez más ciegos, o más gilipollas, por ir aceptando, con absoluta indulgencia, o incluso diría que en perfecta connivencia con ellos, todas esas dádivas -envenenadas- que nos hacen parecer más libres. ¿Que por qué? Pues debido a la indefensión y el desamparo en los que sume a un sujeto su propia ignorancia. Podemos ir con chanclas y bañador a las clases universitarias pero carecemos de argumentos y por tanto de Fuerza.


Nota. En cualquier caso, y por hacer honor a la verdad, debo decir que he regalado mi libro De otros mundos a bastante gente y la conclusión es que no lo ha leído nadie, al menos nadie me ha hecho jamás un comentario al respecto. Y ya no estamos hablando de jóvenes. Bueno miento; uno sí me hizo saber que lo había leído y me hizo algún comentario al respecto, Félix de Azúa. Ningún otro.

jueves, agosto 04, 2016

La vulgaridad de Eloy

Cuando uno dice que el mundo es cada vez más vulgar lo que hace es afirmar lo que, de seguro y después de todo, quiere escuchar “todo el mundo”, pues nada hay más popular y por tanto menos clasista en sus fundamentos que un mundo igualado, aunque sea por debajo. Pocas afirmaciones podrían, entonces, suscitar más entusiasmo y complicidad que ésta: el mundo es cada vez más vulgar.

Al fin y al cabo ése y no otro ha sido siempre el objetivo de las masas (y no uso el término de forma despectiva sino descriptiva): desalienarse, liberarse de los corsés que toda norma impone desde una supuesta unilateralidad restrictiva y discriminatoria. Así pues, en contra de las normas (restrictivas) y sin límites (discriminatorios y cuartadores). “Al fin libres” piensa “todo el mundo” cuando cree hacer lo que le da la gana allá donde antes había una norma más o menos implícita que le subyugaba y alienaba. Normas impuestas, claro, desde un poder tan abstracto como maléfico.

Y el mundo es, en efecto, cada vez más vulgar porque se encuentra configurado de acuerdo con los gustos e intereses de una inmensa mayoría; esto es, de “todo el mundo”. Afirmación que, insisto, sólo puede llenar de regocijo a “todo el mundo”, pues es “todo el mundo” quien ha reivindicado poder ir en bañador y chanclas al teatro o a la universidad, por ejemplo.

El que aún existan algunos resistentes a la vulgaridad -en extinción sin duda- ya sólo le sirve al vulgo/masa para acrecentar y reivindicar su vulgaridad. Esa en la que se regocija debido al componente vengativo que posee. “¿Qué es eso de que me tengan que decir cómo tengo que vestir para ir a clase?” se dicen los jóvenes a sí mismos, a quién si no. Porque en la vulgaridad también siempre hay algo de autocomplacencia. De hecho esos seres exquisitos a los que aún les preocupan las formas no son sino tipos ridículos para la gente vulgar. Y por eso se encuentran cada vez más desclasados en una sociedad sin clases, valga la paradoja. Una sociedad en donde cualquiera puede hacer turismo enológico y en donde cualquiera coje el avión 6 veces al año. Y cuando digo que no hay clases es, precisamente, porque la vulgaridad las ha eliminado haciéndose cargo de todos.

La cuestión podría ser ¿no será acaso esa vulgaridad más que una simple moda?, ¿no será en el fondo más que la manifestación de la última gran moda? Si aceptamos que una moda se sirve del mimetismo para imponer sus preceptos entre gente predispuesta a aceptarlos podemos especular acerca de esta posibilidad, pues antes de la existencia de Facebook y Twiter nadie usaba dibujitos predeterminados -emoticones- para expresar sus emociones compulsivamente y a tiempo real.

La clave se encuentra, de todas formas, en el detalle “gente predispuesta a aceptarlos” porque, ¿qué sería de una moda que no fuera masiva, que no se hiciera cargo de la expresión “todo el mundo”? Nada, de hecho usaríamos el concepto moda con la boca pequeña. Y es que para que una moda sea importante, epocal, lo que hace falta antes que nada es mucha gente predispuesta a aceptar sus premisas con todo lo que ello implica a nivel social, estético e ideológico.

¿Y qué puede haber más vulgar que gestionar la comunicación con impulsos primarios? “Fulanita ha cambiado su foto de perfil” anuncia Facebook. Y ante la original noticia le aparecen a la usuaria y en pocos minutos 70 respuestas simplificadas y 5 algo más complejas. Las simplificadas -con dibujitos- se reparten entre los “me gusta”, los “me encanta” y los “me sorprende”; y las complejas, por escritas, se mueven entre el “waaapa” y el “lo que daría por ser el gatito”. Después todos rien: “je je je”.

El problema surge cuando la vulgaridad puede definirse como una perfecta simbiosis de incultura y aburrimiento. Como bien explica Chuck Klostermans: “Como internet está obsesionada con su versión del capitalismo no monetario, recompensa el volumen de respuestas muy por encima del mérito que pueda tener aquello ante lo que la gente está respondiendo”.

Esta época de sociabilidad virtual no es, para uno, una época para hacer amigos, más bien al contrario, pero eso se encuentra en las antípodas de lo que está de moda. De moda está, además de los amigables “me gusta”, el ciscarse en la cumbre de la pirámide social; atacando a los políticos, empresarios, directores, gestores etc., pero eso, como ya ha quedado demostrado en estos últimos años, no sirve para nada, si acaso para que todo permanezca igual en el mejor de los casos, o que nos haga más ciegos en el peor de ellos.

No, la cosa no está en apuntar arriba, sino en apuntar a las bases, que es desde donde se “soporta” el peso que la misma base ha ido depositando encima de ella. La vulgaridad no se mide auscultando a un político sino auscultando al votante, sobre todo cuando el votado se ha demostrado reiteradamente incompetente y corrupto. Es cierto que apuntar a las bases implica estigmatizar a gente inocente, sana y trabajadora, pero se trata de la única forma de afrontar la insidiosa vulgaridad con alguna posibilidad de éxito.

“Todo el mundo” es todo el mundo porque los amantes de las formas conforman una escuálida minoría que además se encuentra en extinción. Ahora no hay confrontación entre pobres y ricos porque todos forman parte del mismo vulgar equipo, con sus “me gusta”, sus “je je” y sus chanclas. Ahora la confrontación se encuentra entre los amantes de las formas y los que se regocijan en su método desalienante.

El último éxito de Nintendo lo conoce todo el mundo, primero porque todo el mundo tiene un amigo cazador de Pokémons y segundo porque la noticia de su éxito ha salido en todos los telediarios de todo el mundo. Ya ven: siempre “todo el mundo”. Pues bien ante una de esas noticias dadas en los telediarios entrevistaron a una mujer que se encontraba con su familia haciendo turismo rural en Cabárceno, extraordinario parque natural de Cantabria. El inicio de su respuesta, aun siendo el perfecto reflejo del problema que aquí señalo me hace albergar una cierta esperanza. En tono de queja y lamento dice respecto a la actitud que su hijo lleva teniendo en el viaje “mi hijo no ve animales, ni paisaje, ni nada, sólo ve Pokémons…”. Así, la cosa promete, la mujer parece sorprendida ante la actitud de un hijo que ante la bella naturaleza no es ni capaz de verla. Pero la frase continúa, “ (sólo ve Pokémons)...tanto es así que me han entrado ganas…”. Yo hago mis conjeturas en esa fracción de segundo y me digo a mí mismo, a quién si no, vale, por fin alguien va decir algo sensato. Pero no, la mujer prosigue, “tanto es así que me han entrado ganas de iniciarme a mí también”.

No hay nada que hacer, ni siquiera se ha sorprendido el director del telediario ante tan insensata declaración.

domingo, julio 24, 2016

Praga II

A.A las 10 en punto de la mañana me encuentro en el punto de encuentro tal y como quedé ayer con una simpática chica, Rosa, valenciana para más señas, que me asaltó en medio de la vorágine de la Plaza Vieja para ofrecerme los servicios de su “empresa”. Estoy allí con un grupo de españoles que han decidido contratar a un guía para que les muestre los lugares de interés de la ciudad. Mi intención nunca fue la de hacer el recorrido, sino otra, ya que ayer no supe dar con quien me pudiera indicar dónde se encuentran las librerías de la ciudad especializadas en arte, y Rosa me dijo que si alguien había adecuado para solventar mi problema ese era el guía de las diez de la mañana, un artista -y licenciado en Bellas Artes- que vive en Praga hace 8 meses.

Ante mi pregunta balbucea y duda; intenta concentrarse en búsqueda de una respuesta, pero no la encuentra. Definitivamente no sabe dónde hay librerías especializadas en arte. Yo, por mi parte elucubro una finta verbal para poder despegarme del grupo sin parecer descortés. Así, me excuso y me despido.

El grupo parte hacia el río con su guía y yo me quedo clavado en uno de los laterales de la Plaza Vieja, que ya está abarrotada desde primera hora de la mañana. Miro alrededor haciendo una panorámica desde mi propio eje, el de quién si no, y siento que languidezco, que me apago; la cantidad de gente me abruma y reconozco mi error: nunca debí visitar Praga en verano. Tengo delante la escultura mastodóntica y negra que preside la plaza, me rozan varios segways que deambulan ofreciendo sus servicios; a un lado otro grupo de españoles con otro guía, al otro uno de italianos con su respectivo, y poco más allá media docena de grupos de no sé qué procedencia.

En estas circunstancias y en ese estado se me ocurre levantar la cabeza justo en el edificio que tengo a mis espaldas y allí está el discreto cartel pegado a su fachada Evolution: film exhibition David Croneneberg. Me acerco, indago y pregunto. En efecto, al parecer en el Edificio de la Campana de Piedra hay una exposición sobre el cine de Cronenberg, uno de los pocos directores que más allá de los resultados resultan sumamente interesantes por cuanto hacen, sólo, lo que no pueden evitar hacer. Y lo hacen, claro, de la única manera que saben, la suya, la personal, la que no entiende de estudios de mercado.

Se entra a través de una extraña estructura dispuesta para los efectos y ubicada en el mismo hall del edificio. Algo que desde luego introduce al espectador en la exposición de una forma apropiadamente antinatural. A la salida de ese cilindro de terciopelo negro que asemeja un útero me atiende una colaboradora de la exposición que amablemente intenta explicarme quién es Cronenberg y cómo está organizada la muestra. Su aspecto tiene ese punto grotesco que comienza a convertir mi experiencia en fascinate. Viste algo desastrada, sonríe extemporáneamente y su deshilachado flequillo le tapa innecesariamente los ojos.

La exposición es un recorrido por todas y cada una de sus películas, con explicaciones, dibujos, documentos, fotografías, objetos, esculturas y vídeos. Comienzo poco a poco, saboreando todo el material que sale a mi encuentro. No hay nadie en el interior de la laberíntica exposición. Dadas las condiciones de este edificio la muestra se encuentra estructurada por pequeñas salas, de tal forma que el recorrido lineal te acompaña en un itinerario acorde a la cronología de sus películas. Me cruzo con una pareja que ha entrado unos minutos después que yó, una rubia alta y un negro algo más bajito que ella. Compartimos esa primera instancia en silencio sepulcral. Se dan dos silenciosos besos.

La estructura de los espacios, así como la disposición del material y la música de fondo me sirve para incrementar de alguna manera una experiencia perceptiva de gran nivel. Algo que sucede, entre otras cosas, con la inestimable ayuda de un público inexistente.

Las primeras salas me resultan emocionantes porque me retrotraen al pasado de forma precisa; el material expuesto reactiva mi memoria y me hace recordar esas sensaciones tan intensas que de adolescente tuve viendo las películas Vinieron de dentro de y Scanners. Aquellas babosas sanguinolentas y fálicas que tanto me impresionaron. Después vinieron Rabia, Cromosoma 3 y sobre todo La zona muerta y Videodrome, que ya me pillaron más crecidito.

Paseando por esas habitaciones repletas de documentos cinematográficos siento una excitación serena que se expande produciendo un placer difícilmente describible. Llego a la sala que contiene Crash e Inseparables, dos morbosas películas que sin duda dejaron huella en mi forma de atender y entender ciertos conceptos relacionados con el placer, la mujer y el goce.

Bueno el material de las películas La mosca y El almuerzo desnudo, que nunca contaron con el beneplácito de una crítica siempre dispuesta a confundirse ante productos aparentemente -o supuestamente- comerciales. Esa misma crítica que puntúa de forma más generosa a sus películas menos personales pero no por ello despreciables, Una historia de violencia y Promesas del Este. Y accedo por último a Cosmopolis una de las mejores de su filmografía.

En un cine improvisado que se encuentra en la segunda planta del recorrido están proyectando Scanners. Entro apartando una tela de terciopelo negra y me siento. Debemos ser 5 personas. Veo unos diez minutos de película y me salgo. Diez minutos intensos que me hacen reflexionar sobre el hecho del tiempo y la duración; me acuerdo de las digresiones de Bergson y las relaciono, arbitrariamente, con el hecho de estar en una Praga que parece un gran parque temático repleto zombies. Puto verano.
 
Al final de la muestra hay, en una sala grande y oscura, tres campanas negras colgadas del techo que dejan sus bordes a unos 80 centímetros del suelo. No resulta fácil comprender pero bastan unos minutos: hay que agacharse e introducirse en ellas para ver sus cortometrajes de forma más o menos aislada. Paso por las tres. Me cuesta salir de ellas, quizá porque sé lo que me espera al final del recorrido: volver a la ciudad “Dragón Khan”. Las campanas actúan, de nuevo, a modo de útero materno, esa obsesión de Cronenberg con la que tanto me identifico

No sé si es una exposición pensada para Praga o no lo es, no me he informado, pero supongo que no. En cualquier caso me ha proporcionado una experiencia extraordinaria. Cronenberg es un buen aliado de Kafka. Cuando salgo de la última sala descubro que el palacete tiene una librería, así que me introduzco en ella y descubro que se trata de una buena librería especializada en arte. Compro. Y me acuerdo del guía turístico, artista y licenciado en bellas Artes

B.Buena mañana. Decido ir al Museo de Arte Moderno de Praga, que se encuentra bastante alejado del centro más turístico. Sé más o menos dónde se encuentra porque me guía un plano de juguete (sin nombres de calles), pero voy preguntando para asegurarme. La respuesta de todos aquellos que amablemente intentan orientarme es la misma, todos me indican el número de tranvía que debo coger.

Pero eso es exactamente lo contrario de lo que he decidido saliendo del hotel: salirme del centro y llegar andando al periférico Museo. Ello me obliga a callejear por lugares poco o nada turísticos pero con un puro sabor idiosincrásico. Las calles están casi tan vacías como las estancias de Edificio de la Campana de Piedra. Estupendo.

El trayecto me hace ser plenamente consciente de mi contingencia. Son cosas de estar solo (siquiera momentánea y puntualmente) en una ciudad extranjera con un idioma imposible. Todas las percepciones actúan sobre una sensibilidad a flor de piel, de tal forma que acaban siendo intensas aun a pesar de su aparente trivialidad.

Ya llegando al Museo veo venir no tanto a una persona cuanto a un personaje. Viene por la misma acera en la que me encuentro y voy a cruzarme con él más pronto que tarde. Se trata de un tipo alto con barba pelirroja y viste exactamente igual que el repetitivo personaje de los cuadros de Magritte. Es más, podría decirse que se trata de “él mismo”.
La temperatura ambiente no es la propicia para ese atuendo pero yo juraría que se trata del suyo habitual. El cruce con él me supone un impacto que supera a lo meramente visual. Todo parece en su sitio… menos yo. Otra cosa sería que me hubiera cruzado a ese personaje en el centro turístico. Entonces ese tipo me habría parecido simplemente un capullo.

Paso por una calle desértica en la que se escucha de fondo la canción Blame it on the boogie, de los Jackson Five. Sumamente emocionante. Mágico, diría. Ni Smetana, ni el Moldava, ni pollas en vinagre; una preciosa calle des´ertica y los Jackson Five con su boogie. ¡Dios!

Daría para otro post hablar del destartalado Museo y de su estupenda librería ubicada en un lugar perfectamente absurdo. Compro y me acuerdo del guía turístico, artista y licenciado en bellas Artes.

Por cierto, en el Museo he visto una exposición del que dicen es uno de los mejores artistas contemporáneos, Aj Wej-Wej. A  me ha dado la risa.

miércoles, julio 20, 2016

Praga I

De vuelta de Praga, ¿qué decir?

De momento lo mismo que se podría decir de una buena cantidad de ciudades contemporáneas, ya sean orientales u occidentales: que en toda ciudad supuestamente importante cohabitan simultáneamente dos ciudades, la ciudad “Dragón Khan”* y la ciudad “Giorgio de Chirico”. Son antagónicas pero cohabitan. No insitu, pero cohabitan en la medida en que se encuentran ambas dentro del mismo perímetro en el que se circunscribe lo que desde el Ayuntamiento se considera la ciudad. Juntas, pues, pero separadas por un enorme y claramente invisible muro concéntrico que se encuentra siempre a una distancia x del epicentro.

Antes de proseguir debo decir que uno no conoce los sitios cuando lo desea sino cuando lo hace. Yo siempre quise conocer Praga pero sólo las circunstancias actuales han propiciado un viaje que debí hacer cuando no pude hacerlo. Por eso quizá lo más oportuno fuera volver atrás y reiniciar el texto con otra pregunta antes de continuar con mi ambigua digresión.

¿Qué Praga es la que tenía que haber visto?

Así pues, no tanto qué decir de Praga, sino más bien ¿qué no poder decir de ella a tenor de lo que invariablemente se me dijo antes de partir? Porque si de algo no había duda es de la invariabilidad de la opinión de todos cuantos ya la habían visitado, que me la expresaban con un entusiasmo desaforado. Invariable, ya digo: “maravillosa”, “bellísima”, “increíble”, “preciosa”, “extraordinaria”, etc., y los más jóvenes “espectacular”, “guapísima”, “genial” y “brutal”.

Así, ¿de qué Praga debo hablar, de la que he vivido o de la que debí ver? No resulta fácil optar por el único enfoque que no parece insensato, créanme, porque hablar desde uno -y no desde el común (predeterminado)- me genera cada vez más, respecto a una sociedad perfectamente consensuada, un muro tan enorme y tan invisible como el anteriormente aludido. No resulta fácil, pues, pero no queda más remedio. Otra cosa sería analizar cómo se traducen todas esas particulares percepciones en el personal estado de ánimo que uno vive en el viaje día a día.

Pero sí, dos ciudades cohabitan en toda ciudad contemporánea, llámese como se llame: la ciudad “Dragón Khan” es la ciudad de las hordas humanas y de la venta de imanes para neveras y la otra, la ciudad “Giorgio di Chirico”. En la primera no sólo no hay tregua, sino que tampoco hay espacio. Ni tiempo, lo que resulta mucho más inquietante que lo anterior. Las hordas circulan como habitualmente lo han hecho durante la historia, avasallando. Tiene uno que esquivarlas con dificultosos juegos de cintura para los que no todo el mundo está preparado, y no es broma, vi caer a una anciana que quedó estampada contra el suelo haciendo un cristo tan perfectamente estático como extático. No tuvo tiempo de esquivar a 3 jóvenes orientales que quisieron hacerse un selfie delante de una tienda de donuts sin haber reparado en su presencia. El peligro de estas hordas se acrecienta sin duda cuando conjuga varios grupos de diversa procedencia, pues cada uno de ellos se debe al paraguas que inflexiblemente los guía, pero sin dejar de atender al móvil con el que pretenden fotografiarlo todo. Peligrosas, pues, en la medida en la que se desplazan sin ver.

En resumen: la Praga “Dragón Khan” resulta imposible, pero no tanto porque la tapen los turistas, que sin duda lo hacen, cuanto porque dejó de existir desde el momento en que se convirtió en un juguete, como tantas otras ciudades (París, Roma, Florencia, Venecia, Barcelona, etc., y todas la que están de camino). De hecho nadie vive en la Praga “Dragón Khan”. Fíjense si la visitan próximamente, miren hacia arriba cuando paseen si la multitud les deja. Entonces verán que se trata sólo un escenario sintético, un escenario que representa perfectamente las fantasías de lo que los viajantes profesionales esperan encontrarse. No hay apenas luces encendidas en esos enormes edificios que tan perfectamente decoran todo el centro.

Pero sí, dos ciudades cohabitan simultáneamente en toda ciudad contemporánea, llámese como se llame: si por una parte se encuentra la ciudad “Dragón Khan”, que es la ciudad juguete, por otra se encuentra la ciudad “Giorgio di Chirico”, que es la ciudad metafísica. Lógicamente se encuentra ubicada, aunque dentro del perímetro estipulado por el correspondiente Ayuntamiento, en las partes más alejadas del epicentro.

Pasear por la ciudad metafísica de una ciudad es exactamente eso: pasear. Algo que no puede ocurrir cuando esquivas a miles de personas que desplazándose zómbicamente sólo se paran para comprarse una camiseta o para posar delante ante una omnipresente cámara fotográfica. Sin embargo, apenas se cruza uno con nadie en la ciudad metafísica de una ciudad y desde luego muy rara vez con turistas, por lo que uno se encuentra mucho más cercano a su propia consciencia. Lo que, como sabemos y ha quedado claro, es algo que no desean los viajantes profesionales, que son esas personas a las constantemente les gusta dejar claro sus aficiones: “me encanta viajar”, o en el peor de los casos, “lo que más me gusta es viajar”, algo que dicen cada vez que pueden venga o no a cuento.

Son zonas, las de la ciudad metafísica de una ciudad, que los turistas rehúsan con especial decisión porque no sólo les aleja del epicentro que mentalmente tanto tranquiliza, sino porque les aleja también de su objetivo primordial, que no es otro que el de constatar lo que ya sabían; en este caso que Praga es una ciudad maravillosa, bellísima, preciosa, extraordinaria, divina, espectacular y brutal.

Pero pasear por la ciudad metafísica de una ciudad es pasear por lugares sin apenas tiendas, sin apenas cafeterías y sin apenas gente, rodeado de olores verdaderamente idiosincrásicos y de un silencio atronador, valga la expresión, que te conduce a una suerte de trance extático conectado a tu consciencia. En fin, es pasear en unas condiciones que sin duda acrecientan la experiencia perceptiva que sólo podrá ser densa por ausencia de “ruido”. O por decirlo de otra forma: en contra de lo que pudiera parecer, la percepción sensorial se incrementa proporcionalmente a la disminución del “ruido”.

Pero ¿quién quiere después de todo una experiencia perceptiva densa? Y esa sí sería la verdadera pregunta, la pregunta que convierte en innecesaria o inútil mi disertación, la pregunta que convierte este texto en el producto de un excéntrico. Porque la verdad verdadera es que una ingente mayoría de gente gusta de las ciudades “Dragon Khan” y del cine blockbuster y una minoría cada vez más escuálida de las ciudades “Giorgio di Chirico” y del cine de Bilge Ceilan o Kiarostami, por poner un par de ejemplos.  

Y no hay motivos para pensar que tanta gente pueda estar equivocada.

Aunque, y ésta sí sería ahora una buena pregunta de cierre: ¿qué resulta en realidad más kafkiano, desplazarse por la Praga “Dragón Khan” o pasear por la Praga “Giorgio di Chirico”?

Sin duda alguna que desplazarte por la Praga “Dragón Khan”. Lo que no sé es eso qué quiere decir. No sé a quién da la razón, si a las personas que en su viaje creen haber conocido Praga o a las que saben que eso no es forma de conocer una ciudad.

En cualquier caso Praga no es lo que dicen que es sino lo que se deja ver. No es lo que es teniéndola que imaginar sino lo que vemos cuando la miramos y vivimos en directo. Y lo que vemos es absoluta e indiscutiblemente kafkiano.
 
*El Dragón Khan es la atracción (montaña rusa) que durante muchos años funcionó como símbolo del parque de atracciones más importante de nuestro país. 

jueves, junio 30, 2016

Educación

Con una cadencia prodigiosamente regular el bebé golpea la mesa de alumnio con una potencia inusitada. Plash, plash, plash… Se encuentra en brazos de su abuelo, que lo sujeta sobre sus piernas mientras la abuela se enciende un cigarro que agarra firmemente con sus carnosos labios. Los tres sentados en una mesa contigua a la barra del bar donde me encuentro.

10 minutos más tarde el niño sigue golpeando la mesa con la palma de la mano y con la misma extraordinaria cadencia. Plash, plash, plash, plash...El abuelo está pendiente de él y por eso le propina besos en la coronilla de vez en cuando, pero no se sabe muy bien si el niño entiende ese cariño pues lo ignora en su empeño de destrozarse la mano izquierda. Por la otra parte, su abuela parece sobreentender que el bebé está descubriendo el mundo, en este caso el fabuloso mundo de los sonidos, por eso no sólo ignora el estruendo producido con cadencia de tortura china, sino que expira el humo de su cigarro sin percatarse que el bebé se lo está comiendo a bocajarro.

El cadencioso estruendo resulta sin duda enervante a todos los no consanguíneos que nos encontramos en derredor, pero eso se la trae al pairo al abuelo de camisa de rayas y pelo engominado y por supuesto a la abuela ceñida de torso y con labios carnosos que fuma mirando siempre hacia otro lado. A su vez todos los allí presentes miramos hacia la mesa con ojos algo inquisitivos, pero ellos, los impecables abuelos, viven esa sonoridad con perfecta indulgencia. Diría más: viven esa estruendosa sonoridad innecesaria con la alegría que les permite justificarla en función de un natural supuesto descubrimiento del mundo por parte del bebé. Las manos (suyas), la mesa (las cosas) y el ruido (por él producido). Plash, plash, plash, plash… ya 20 minutos después del su primer plash.

¿Normal? No sé pero lo cierto es que es muy probable que el bebé llegue a su casa con la mano hinchada y dolorida, y nosotros, los clientes contiguos a la mesa de los protagonistas absolutos, lleguemos también a nuestras casas sin hambre y con gana de ingerir medio diazepan.

La pareja que ocupa la mesa de la derecha no puede soportarlo y decide hacer marcha no sin lanzar una hiriente mirada a los abuelos, la que estos ignoran mientras el bebé no ceja en su afán de demostrarles a ellos, y a todos nosotros, que se encuentra descubriendo el mundo, plash, plash, plash, plash, plash… La manita izquierda del bebé ya casi tiene el doble de tamaño que su derecha, pero a los abuelos eso no parece importarles demasiado. Tampoco le importamos un rábano todos los que allí nos encontramos, que sin duda inquietos ya hemos comenzado a bizquear.

En la mesa recién liberada se sientan 4 mujeres de clara edad provecta. A cuál más elegante. En unos minutos se percatan del asunto y comienzan a cuchichear y a girarse indisimuladamente hacia los 3 protagonistas absolutos de un bar repleto en la hora del aperitivo. Plash, plash, plash, plash, plash, plash... Se encuentran claramente alteradas por el turbador sonido potente y repetitivo que se produce junto a ellas pero no pasan de expresarse con cuchicheos. Parecen normales...

Una de ellas sube a su caniche sobre sus piernas de tal forma que deja su cabeza a ras de la mesa de aluminio, saca entonces de su bolso un platito de plástico, vierte sobre él la mitad de su café con leche, lo edulcora con azúcar y lo acerca a los morros del perrito, quien comienza a dar lametazos de forma tan veloz como indiscriminada. La dueña del caniche se vuelve hacia los abuelos con cierto aire insidioso pero sin dejar de acariciar al que sin duda es su can-querido-del-alma. Plash, plash, slurf, slurf, plash, slurf, plash, slurf, slurf…

lunes, junio 20, 2016

Niños predestinados

Niños predestinados a no dejar de ser niños

Queriéndose ingenioso y gustándose a sí mismo Serrat ha declarado en una reciente entrevista: “He llegado a viejo sin haber sido adulto”.

Dicen que hace falta una cierta distancia para ver las cosas con claridad. Del todo incierto. La clarividencia se tiene o no se tiene, otra cosa es que se tenga siempre y para todo. Yo ya pude ver en su momento, en el de su pleno éxito y apogeo, que Serrat estaba crudo.

En su momento tuve que enfrentarme a demasiada gente cuando me atrevía a decir que Serrat era un letrista ingenioso, un cantante mediocre y un poeta pésimo. Eran épocas en las que la ideología se camuflaba de supuesta expresión artística y en donde las banderas eran buenas sólo si las portaban gente con sandalias. Yo nunca tuve oído musical para las letras, valga la paradoja, y por eso prefería Black and Blue o Potato Head Blues a Bandoler, del otro catalán cansino. ¡Y eso que Serrat -todo se ha de decir- era de los mejores, si no el mejor, de todos los cantautores setenteros!

En cualquier caso, no sé por qué la gente sobrevaloran tanto la infancia y la adolescencia, esos estadios del ser en los que aún se está crudo y por lógica matemática se carece de cultura, de mesura, de contención, de responsabilidad, y en definitiva… de madurez, eso que al parecer se ha saltado orgullosamente Serrat.

Pero, en efecto, a la gente, así en general, le gusta hablar de ese niño que nunca muere y que aún lleva dentro como si se tratara de una virtud. Y así nos va. Miren si no la campaña política que nos están infligiendo políticos, periodistas, tertulianos y moscas de bar. Jugando todo el día con encuestas que dicen rechazar pero que les exigen diatribas interminables. Todas sin duda discursivamente mal expresadas y repletas de latiguillos modales propios, cómo no, de adolescentes crudos.

Seguro que muchos de esos aparentes adultos son padres que acuden al colegio de sus hijos para exigir un poquito más de comprensión hacia ellos. Para que no maduren, para que les cueste ser adultos. Como ellos.

Entonces, sólo entonces, los 4 candidatos que aspiran gobernar España deciden ponerse en manos de una periodista recauchutada y hábilmente engafada para dejarse entrevistar por mocosos de entre 5 y 12 años en uno de los espectáculos más patéticos que pueda darse ante nuestros ojos ya habituados a la basura.

Y mientras, en otro canal, una periodista muy progre (?) habla del interesante y mono culito de uno de los aspirantes a gobernar España. Y las feministas calladas como putas.

martes, junio 14, 2016

Fútbol



No hay duda de que las mujeres odian el fútbol. Lo sé porque a mí no me gusta; o mejor, lo sé porque muchas veces me he servido de ese saber con fines impronunciables y me ha funcionado siempre.

Otra cosa sería analizar los porqués de ese odio. En ningún caso me serviría de explicación el argumento que incidiese sobre la dejación de responsabilidades por parte del aficionado. Sería como despreciar la honorable costumbre que tienen algunas personas por visitar la peluquería con una frecuencia tan inusitada como a veces inverosímil. O la de despreciar a quien gustara de las series televisivas, o del mismo tenis.

¿Qué le pasa pues al fútbol? ¿Por qué convoca tanto odio por parte del género femenino? Sería digno de estudio serio.

A mí, ya digo, no me gusta nada el fútbol, pero en mi rechazo no hay rechazo extensivo al género al que se le asocia. Aunque pueda éste no gustarme por otros motivos. Nada hay en mi rechazo de rencor ni de resentimiento ni de celos. No me gusta el fútbol como no me gustan las verduras pero no tengo nada en contra de aquellos a quienes sí les gustan, ni de aquellos que prácticamente sólo se nutren de ellas. No me gusta el fútbol porque me aburre, pero no me importa que las calles se queden vacías cuando se juega un partido importante (?). Porque ahí estaré yo tomándome una horchata. Más bien al contrario, me gusta que la gente tenga aficiones distintas de las mías.

Entiendo, pues, a quienes no gustan del fútbol, pero sólo si debe a la propia especificidad del deporte o a su excesiva presencia en los telediarios, y no tanto a quienes lo desprecian por otras razones.

Pero hagamos la pregunta al revés ¿cuáles podrían ser las razones que llevaran a una mujer a gustar del fútbol?

¿El amor? ¿La política?

Veamos esta foto de abajo y preguntémonos por qué estas mujeres muestran tanta pasión por el fútbol. Que por algo será.


Se trata de las Ministras Fátima Báñez y Ana Pastor

domingo, junio 12, 2016

Salirse de uno

Salirse de uno


Una semana consta de tan sólo 7 días. Por eso la vida sucede tan deprisa. En verdad resulta difícil visualizarla mentalmente sin su estructura bipolar, dialéctica. Son 5 contra dos. Quizá no para todo el mundo pero sí para la gran mayoría. En principio: 5 días de castigo divino y dos días de supuesta compensación. Aunque, como siempre, la “norma” existe para que ciertos excéntricos la perviertan de forma más o menos voluntaria. No es mi caso.
En este sentido uno se considera un auténtico concéntrico, un vulgar ortodoxo. Los fines de semana para mí serían, por seguir con la terminología que les confirió sentido, una bendición. Pero no tanto por considerar un castigo los 5 días laborales cuanto por lo que esos otros dos días me ofrecen: recogimiento. ¡Eso!, eso es exactamente lo que confiere esplendor al par de días que adquieren sentido en su confrontación a los otros cinco, el hecho de que me sirvan de desapego. Vivir desapegado de mi casa y mis cosas, vivir sin comida en la casa, con demasiado frío en invierno y demasiado calor en verano, sin libros, sin internet y sin apenas música.


Cuando se acerca el mediodía de los viernes me invade una picazón que no cesa hasta que la ciudad me escupe fuera de ella. Cruzar los 20 kms. de arrozales al atardecer es el perfecto prólogo de una experiencia que, no por mucho que se repita, deja de parecerme onírica. Porque, en efecto, si hay alguna forma de describir las sensaciones por mí experimentadas todos los fines de semana es la que los vincula a lo surreal. La llegada inexorable de los lunes no impide que uno sienta y perciba el recientemente acabado fin de semana como una experiencia lejana en el tiempo, borrosa y al mismo tiempo esplendorosa. Extraña: perfecta.


No sé si existe algún término que pudiera entenderse como opuesto al de adrenalina, esa hormona que en la actualidad tanta gente adora, con su ansiada aceleración cardíaca y su pertinente contracción de los vasos sanguíneos. Recogerme en mi cabaña sería como una forma de salirme de mí para estar más dentro de mí, tal es la paradoja. Y sus efectos podrían describirse como exactamente los contrarios al denominado subidón. Más bien se trataría, como digo, casi de lo contrario: un sosegado spleen que me aclara la vista y me sensibiliza el olfato. Lo veo todo como con un gran angular y mis movimientos en vez de realizarlos a 25 fotogramas por segundo los realizo a unos 40 o 45.


Nada en mi cabeza se cuece allí (aquí) de la misma manera que en mi habitat doméstico-laboral. O por decirlo a la inversa: todo lo que se cuece en mi casa, en mi hábitat laboral y en mis relaciones sociales es casi vulgar al lado de lo que se cuece delante de un horizonte líquido o de unos aromas que no pueden dejar de ser exóticos por mucho que los huela regularmente.

Alguien hace poco me preguntaba cuáles eran mis aficiones. Ante tan original pregunta me aturullé y contesté “salirme de mí”. Claro, no he vuelto a ver esa persona. En todo caso, debo decir que ella me hab´ia confesado las suyas poco antes: bailar y viajar.

sábado, junio 04, 2016

DE la publicidad y de la maldad

De la publicidad y de la maldad

Antes de empezar hagamos tres aclaraciones:

  1. El deporte de competición es ese espectáculo que mueve y moviliza a millones de personas debido, precisamente, al hecho de que exige a su espectador tener que tomar partido por una de las partes en juego. Ya sean deportes practicados de forma individual ya lo sea en equipo. Así, lo que moviliza a tantos millones de personas es el ánimo de victoria/vencimiento con todo lo que conlleva de obligada presión del “tuyo” sobre el contrario, tesón, fuerza, persistencia, garra, decisión, rabia, potencia y por supuesto alto nivel de lucha. Cero flaqueza, cero debilidad y cero compasión. Tanto en un atleta como en un jugador de fútbol. Nadal y Ronaldo.
  2. Todo deporte de competición necesita de unas reglas de obligado cumplimiento; normas/reglas que sirven, precisamente, para poder determinar con claridad quién es mejor que otro en un determinado momento. Reglas que todo jugador acepta en su necesario cumplimiento. Y aceptarlas conlleva exigirlas. De otra forma podría darse el caso de ser vencido por un tramposo. Exigirlas, pues, como única forma aceptable de legitimar una imposición. Porque todo vencimiento es una imposición y en todo vencimiento hay un derrotado. Así es el deporte de competición.
  3. No sé muy bien por qué pero la cuestión es que la nueva sociedad devenida de lo digital y la tecnología es una sociedad obsesionada, más que nunca, con lo competitivo (ver TV con sus concursos y realities) por lo que respecta a lo social, y abducida por la vigorexia por lo que respecta a lo individual (en la que la gente suele competir consigo misma, con retos personales, altos niveles de exigencia, esfuerzos desproporcionados…).

Cambio de tercio.
Podríamos considerar inepto e incompetente a quien elaborara una campaña publicitaria ineficaz para los propósitos de su cliente. Y yendo un poco más lejos podríamos llamar estúpido a quien elaborara una campaña publicitaria que además de ineficaz fuera contraproducente. Porque todo cliente -que contrata a una agencia publicitaria- es un pagador cuyos objetivos buscan rentabilidad en alguno de sus modos.

Pero,¿cómo podríamos calificar a quien hiciera -y pagara- una campaña cuyos intereses estuvieran vinculados no tanto a los objetivos que en ella dicen pretender cuanto a los beneficios que le reportan el hecho de hacer la misma campaña?

¿En función de qué podemos calificar una campaña publicitaria? Y sobre todo ¿respecto a qué intenciones, a las explícitas o a las implícitas?

Dejemos las preguntas momentáneamente suspendidas y acerquémonos a la última campaña publicitaria que al parecer pretende acabar con el maltrato que algunas mujeres sufren a manos de algunos hombres. La campaña la paga La Fundación Mutua Madrileña y ha sido creada con motivo del Open de Tenis de Madrid.

Respecto a la prensa escrita: a toda página impar del periódico aparece un famoso jugador de tenis con su brazo extendido hacia delante con el puño cerrado y el pulgar señalando hacia abajo. El texto/mensaje es una frase que se divide en dos partes, la primera se encuentra arriba del jugador, la segunda debajo. Arriba puede leerse

“porque te gusta imponer las reglas”

y abajo,

“a mí no me gustas tú”.

Respecto a los vídeos: varios jugadores de ambos sexos salen en la misma posición citada y antes de repetir el “A mí no me gustas tú”, dicen con el mismo gesto
“¿Te gusta sacar tu rabia en cada golpe?”,
“¿Te gusta sentir que eres más fuerte”? y
“¿Te gusta presionar hasta que falla?

Pero, ¿cómo saber de la eficacia de una campaña publicitaria? En este sentido y antes de continuar habría que decir, sobre todo a tenor de las estadísticas que tanto justifican la existencia de este tipo de campañas (las que pretendes acabar con el maltrato que algunas mujeres sufren a manos de algunos hombres): que todas las realizadas durante al menos los últimos 20 años han resultado enormemente ineficaces. Como bien se encargan de corroborar los medios de formación de masas cada vez que se produce un incidente mortal y nos alarman sobre el continuado o creciente índice de violencia.

Pero sigamos, ¿cómo saber de la eficacia de esta campaña? ¿De esta perversa campaña? ¿Cómo medir su eficacia?: ¿midiendo cuantitativamente el número de maltratadores que gracias a la campaña deja de existir?, ¿o midiendo los beneficios empresariales que supone a la Mutua una campaña que le ofrece una buena (comprometida) imagen?

Esta ambigüedad respecto a la medición de resultados es, precisamente, el motivo por el que se repiten ad-nauseam y, por supuesto, el motivo por el que resultan perfectamente inocuas. Porque lo que busca la empresa anunciante es, antes que otra cosa y por encima de cualquiera, el de ofrecer una buena imagen. Sólamente y nada más. Absolutamente nada más.

Ambigüedad que nos sitúa en un punto muerto que lo deja todo en manos de unas supuestas buenas intenciones. Punto muerto porque al final de las cuentas sería su palabra contra la nuestra. Ellos dirán que su objetivo es hacer que disminuya el números de maltratadores y nosotros no nos lo creeremos. En cualquier caso saber (?) de las buenas (?) intenciones del anunciante nunca es suficiente para valorar una campaña que sólo nos vende eso, intenciones buenas.

Pero ¿sabemos de verdad si son buenas las intenciones? Ya hemos dicho que es su palabra contra la nuestra. De todas formas, si juzgamos las intenciones a tenor de lo que universalmente se desprende de su manifestación más abstracta podríamos decir que sí, porque lo que dice pretender es la disminución de un mal, en este caso el del maltrato que algunas mujeres sufren a manos de algunos hombres Pero eso sólo se daría a partir del concepto intencional genérico, sin entrar en la consideración de los aspectos más particulares de la propia campaña.

La cuestión entonces es, cómo no, la propia campaña. ¿Que contestarían realmente los deportistas -tanto los elegidos para la campaña como cualesquiera otros- antes las preguntas?: “¿Te gusta sacar tu rabia en cada golpe?”, “¿Te gusta sentir que eres más fuerte”? y “¿Te gusta presionar hasta que falla? Indiscutiblemente “Sí” a todas. En situaciones normales jamás menospreciarían todas esas actitudes, más bien al contrario. ¿A santo de qué, entonces, desacreditar a quien (a ti -“tú”- que que te gusta sacar la rabia en cada golpe y sentir que eres más fuerte)  hace exactamente lo que ellos reivindican?

¿Qué es lo que falla en esta estúpida campaña? Pues muy fácil: lo que hace de ella un simple paripé, un trámite burocrático/estratégico, una gran mentira en la que sólo se regocijan los anunciantes y las mentes perversas y rencorosas. No había necesidad alguna de acudir al deporte de competición para hablar del maltrato que algunas mujeres sufren a manos de algunos hombres, pero el evento es el evento (dinero), el deporte es el deporte (bien considerado) y los famosos son los famosos (influyentes). Aunque hagan el gilipollas en un anuncio en donde se insultan a sí mismos además de insultar la inteligencia del lector/espectador. Porque ¿qué nos ha hecho suponer que la “rabia del golpe” es la de un puñetazo de un hombre a una mujer? Yo se lo diré: NADA. Monos aún si "sacar la rabia en cada golpe" es la actitud de los héroes en el deporte de competición. ¿Y que hay de intrínsecamente malo en “sentirse -o saberse- más fuerte” que otro? Yo se lo diré también: NADA. Sobre todo cuando lo que se inculca al aspirante a héroe es fortaleza mental. ¿Y qué tiene que ver el maltrato, así en genérico, con el “presionar hasta que falla”. Yo se lo dire´de nuevo: NADA.

¿Entonces, qué tipo de campaña es ésta? Ya lo dije: una campaña perversa. La campaña de alguien que quiere beneficiarse de un tema problemático sin hacer relamente nada para remediar el problema. Problema del que en última instancia (y en primera) se beneficia.

Y es en este sentido que podemos afirmar que la campaña, yendo más allá de esa inocuidad de la que todos somos conocedores, lo que destila es maldad. La que devendría de la ambición inmoral.

Así, para terminar volvemos a la primera pregunta, ¿cómo podríamos calificar a quien hiciera -y pagara- una campaña cuyos intereses estuvieran vinculados no tanto a los objetivos que en ella dicen pretender cuanto a los beneficios que le reportan el hecho de hacer la misma campaña?

¿Quizá... de hijos de la gran puta?

Nota. Si alguien quisiera ver imágenes sobre la campaña que acuda a Internet y a Youtube y busque con las palabras adecuadas.