jueves, agosto 04, 2016

La vulgaridad de Eloy

Cuando uno dice que el mundo es cada vez más vulgar lo que hace es afirmar lo que, de seguro y después de todo, quiere escuchar “todo el mundo”, pues nada hay más popular y por tanto menos clasista en sus fundamentos que un mundo igualado, aunque sea por debajo. Pocas afirmaciones podrían, entonces, suscitar más entusiasmo y complicidad que ésta: el mundo es cada vez más vulgar.

Al fin y al cabo ése y no otro ha sido siempre el objetivo de las masas (y no uso el término de forma despectiva sino descriptiva): desalienarse, liberarse de los corsés que toda norma impone desde una supuesta unilateralidad restrictiva y discriminatoria. Así pues, en contra de las normas (restrictivas) y sin límites (discriminatorios y cuartadores). “Al fin libres” piensa “todo el mundo” cuando cree hacer lo que le da la gana allá donde antes había una norma más o menos implícita que le subyugaba y alienaba. Normas impuestas, claro, desde un poder tan abstracto como maléfico.

Y el mundo es, en efecto, cada vez más vulgar porque se encuentra configurado de acuerdo con los gustos e intereses de una inmensa mayoría; esto es, de “todo el mundo”. Afirmación que, insisto, sólo puede llenar de regocijo a “todo el mundo”, pues es “todo el mundo” quien ha reivindicado poder ir en bañador y chanclas al teatro o a la universidad, por ejemplo.

El que aún existan algunos resistentes a la vulgaridad -en extinción sin duda- ya sólo le sirve al vulgo/masa para acrecentar y reivindicar su vulgaridad. Esa en la que se regocija debido al componente vengativo que posee. “¿Qué es eso de que me tengan que decir cómo tengo que vestir para ir a clase?” se dicen los jóvenes a sí mismos, a quién si no. Porque en la vulgaridad también siempre hay algo de autocomplacencia. De hecho esos seres exquisitos a los que aún les preocupan las formas no son sino tipos ridículos para la gente vulgar. Y por eso se encuentran cada vez más desclasados en una sociedad sin clases, valga la paradoja. Una sociedad en donde cualquiera puede hacer turismo enológico y en donde cualquiera coje el avión 6 veces al año. Y cuando digo que no hay clases es, precisamente, porque la vulgaridad las ha eliminado haciéndose cargo de todos.

La cuestión podría ser ¿no será acaso esa vulgaridad más que una simple moda?, ¿no será en el fondo más que la manifestación de la última gran moda? Si aceptamos que una moda se sirve del mimetismo para imponer sus preceptos entre gente predispuesta a aceptarlos podemos especular acerca de esta posibilidad, pues antes de la existencia de Facebook y Twiter nadie usaba dibujitos predeterminados -emoticones- para expresar sus emociones compulsivamente y a tiempo real.

La clave se encuentra, de todas formas, en el detalle “gente predispuesta a aceptarlos” porque, ¿qué sería de una moda que no fuera masiva, que no se hiciera cargo de la expresión “todo el mundo”? Nada, de hecho usaríamos el concepto moda con la boca pequeña. Y es que para que una moda sea importante, epocal, lo que hace falta antes que nada es mucha gente predispuesta a aceptar sus premisas con todo lo que ello implica a nivel social, estético e ideológico.

¿Y qué puede haber más vulgar que gestionar la comunicación con impulsos primarios? “Fulanita ha cambiado su foto de perfil” anuncia Facebook. Y ante la original noticia le aparecen a la usuaria y en pocos minutos 70 respuestas simplificadas y 5 algo más complejas. Las simplificadas -con dibujitos- se reparten entre los “me gusta”, los “me encanta” y los “me sorprende”; y las complejas, por escritas, se mueven entre el “waaapa” y el “lo que daría por ser el gatito”. Después todos rien: “je je je”.

El problema surge cuando la vulgaridad puede definirse como una perfecta simbiosis de incultura y aburrimiento. Como bien explica Chuck Klostermans: “Como internet está obsesionada con su versión del capitalismo no monetario, recompensa el volumen de respuestas muy por encima del mérito que pueda tener aquello ante lo que la gente está respondiendo”.

Esta época de sociabilidad virtual no es, para uno, una época para hacer amigos, más bien al contrario, pero eso se encuentra en las antípodas de lo que está de moda. De moda está, además de los amigables “me gusta”, el ciscarse en la cumbre de la pirámide social; atacando a los políticos, empresarios, directores, gestores etc., pero eso, como ya ha quedado demostrado en estos últimos años, no sirve para nada, si acaso para que todo permanezca igual en el mejor de los casos, o que nos haga más ciegos en el peor de ellos.

No, la cosa no está en apuntar arriba, sino en apuntar a las bases, que es desde donde se “soporta” el peso que la misma base ha ido depositando encima de ella. La vulgaridad no se mide auscultando a un político sino auscultando al votante, sobre todo cuando el votado se ha demostrado reiteradamente incompetente y corrupto. Es cierto que apuntar a las bases implica estigmatizar a gente inocente, sana y trabajadora, pero se trata de la única forma de afrontar la insidiosa vulgaridad con alguna posibilidad de éxito.

“Todo el mundo” es todo el mundo porque los amantes de las formas conforman una escuálida minoría que además se encuentra en extinción. Ahora no hay confrontación entre pobres y ricos porque todos forman parte del mismo vulgar equipo, con sus “me gusta”, sus “je je” y sus chanclas. Ahora la confrontación se encuentra entre los amantes de las formas y los que se regocijan en su método desalienante.

El último éxito de Nintendo lo conoce todo el mundo, primero porque todo el mundo tiene un amigo cazador de Pokémons y segundo porque la noticia de su éxito ha salido en todos los telediarios de todo el mundo. Ya ven: siempre “todo el mundo”. Pues bien ante una de esas noticias dadas en los telediarios entrevistaron a una mujer que se encontraba con su familia haciendo turismo rural en Cabárceno, extraordinario parque natural de Cantabria. El inicio de su respuesta, aun siendo el perfecto reflejo del problema que aquí señalo me hace albergar una cierta esperanza. En tono de queja y lamento dice respecto a la actitud que su hijo lleva teniendo en el viaje “mi hijo no ve animales, ni paisaje, ni nada, sólo ve Pokémons…”. Así, la cosa promete, la mujer parece sorprendida ante la actitud de un hijo que ante la bella naturaleza no es ni capaz de verla. Pero la frase continúa, “ (sólo ve Pokémons)...tanto es así que me han entrado ganas…”. Yo hago mis conjeturas en esa fracción de segundo y me digo a mí mismo, a quién si no, vale, por fin alguien va decir algo sensato. Pero no, la mujer prosigue, “tanto es así que me han entrado ganas de iniciarme a mí también”.

No hay nada que hacer, ni siquiera se ha sorprendido el director del telediario ante tan insensata declaración.

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