jueves, octubre 19, 2006

Relativismo

Me dispongo para ver uno de esos inagotables programas dedicados al corazón. Uno de entre todos esos otros programas rosas que son vistos por millones de personas que podrían ver otras muchas cosas, cosas que prefieren ignorar. Concretamente me dispongo a ver uno de los más vistos en estos últimos meses.

Son muchos los millones de personas que, simultáneamente, deciden ver programas relacionados con las vísceras de ciertos personajillos, en vez de ver, por ejemplo, cualquier película, sea o no de acción; aplastante mayoría la de los televidentes que ven este programa o algún sucedáneo respecto a los que ven otras cosas, un documental sobre las murallas de Ávila, por ejemplo. Aunque ven fútbol, que viene a ser lo mismo pero en pantalón corto.

Pues bien, durante un muy representativo momento del programa, uno de esos momentos en los que todos gritan al mismo tiempo, la invitada famosilla que pretende comunicarse en plena algarabía dice “si no me dejáis hablar no podré contar la verdad”. La respuesta de unos de los periodista habituales de la emisión es inmediata y no puede ser más esclarecedora: “no te preocupes demasiado por ello cariño; lo que aquí nos interesa no es la verdad, sino la mentira”. Por supuesto, todos ignoran el comentario, pero no por ello deja de ser una verdad verdadera, exacta. Tan exacta que posiblemente la ignoran porque ya nadie puede suponer, a estas alturas, que a alguien le interese la búsqueda de verdad alguna. Al menos no durante más tiempo de lo que dura un solsticio.

En efecto, tanto para el equipo de realización como para los mismos espectadores, sería tan estúpido como perturbador preocuparse por algo que, de poder existir, acabaría con la misma ansiedad que justifica el programa. Ya lo decía Galdós: “Nada de lo que existe se resigna a morir, pero la mentira es lo que con más bravura se defiende de la muerte”.

Cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. No hace mucho el extraordinario Félix de Azúa se mostraba desconcertado ante las consecuencias de tanto relativismo. Como filósofo que es sabe mejor que muchos que lo del relativismo es una causa antigua. El relativismo en sí, como casi cualquier cosa, no merece un juicio moral. Otra cosa es lo que con él se haga desde los poderes fácticos. Y... cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. No es de extrañar, pues, que el pueblo, como suma de individualidades con intereses propios, se haya afiliado al “eso lo dirás tú”.

Así, instigado por esa ideología transmitida perfectamente a través de la Corrección Política, el pueblo ha llevado por fin a la práctica su propia y verdadera revolución democratizadora: nadie es más que otro. Al no existir verdad alguna, la razón no existe y la opinión de cualquiera vale lo mismo que la de cualquier otro.

El desconocimiento es por tanto un valor, el valor, se diría, pues es el unificador por excelencia; el unificador en grado sumo. Por fin todos somos verdaderamente iguales. Ver Dónde estás corazón no comporta ningún tipo de inferioridad, siquiera intelectual. Es más, puede llegar a argumentarse que quien ve Dónde estás corazón se encuentra más preparado para los tiempos que corren que quien ve un documental sobre la historia del papel.

Eso es lo que cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo: que eso de la Verdad es una... gran mentira. Que la cultura popular forma parte del Gran Zeitgeist, ese Espíritu en donde todo vale lo mismo. Los apocalípticos perdieron definitivamente la batalla cuando convencieron a todos los profesores universitarios que Falcon Crest valía lo mismo que El silencio de Bergman; cuando por tanto confundieron lo interesante con lo excelente y dieron entrada a la ponzoñosa Corrección política. Es decir, los integrados vencieron la guerra cuando ya en la primera batalla eligieron las denominaciones de origen y decidieron llamar apocalípticos y agoreros a “los otros”.

Cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. Nadie tiene razón si no hay verdad que valga un duro. Es cuestión, sólo, de dejar que se manifieste el Zeitgeist; o mejor: es cuestión de otorgar dignidad al pueblo escuchando sus gustos. Y el pueblo “se lo ha creído”, lógicamente.

3 comentarios:

Cerillo dijo...

Diagnóstico fulminante. De propina se forran.

Anónimo dijo...

Circula estos dias por las cadenas
de T.V. un spot publicitario en el que aparece Bruce Lee soltando gilipolleces en plan guia espiritual.

Algo tine que ver con todo esto.

Anónimo dijo...

Las gilipolleces si no las entiendes, hacen que te conviertas en Gilipollas.