domingo, enero 07, 2007

T-4

Acabar con la vida del otro sería el acto supremo de la maldad. Por eso las guerras son la perfecta representación del mal. En ellas se mata por defecto.

Como forma de propugnar un sentido ético en la ciudadanía mundial se crean organismos cuya función es hacer que las guerras (tanto las declaradas de forma explícita como las consentidas de forma implícita) estén más controladas y sean, en la medida de las posibilidades, menos cruentas. Así nacieron, auspiciados por un organismo internacional, los Cascos Azules. Así, las Guerras: máxima representación del mal; y así, los Cascos Azules: representación genuina del bien (pues quienes acuden a sufrir por hacer la vida más aceptable a quienes se encuentran en contienda lo hacen desinteresadamente y jugándose la vida).

Noticia (7-01-07): “344 cascos azules están siendo investigados por abusos sexuales”. Y después se matiza que más de 140 ya han sido expulsados por haberse encontrado pruebas que demostraban su culpabilidad respecto al tema (la mayoría de los abusos cometidos contra menores de edad).

Mi pregunta, que responde a una curiosidad sumamente intrigante, sería ¿qué piensan esos cascos azules pillados fuera de juego respecto a su actitud? Conjetura: es muy probable que ante la acusación recibida muchos (¿) de ellos se acabaran exculpando. Y más probable aún que lo hicieran encontrando motivos y argumentos para justificar sus actos, unos actos surgidos de la desesperación, de la impotencia ante el absurdo.

Y es aquí donde se encuentra el signo verdadero de la maldad; en la falta de arrepentimiento de quien desde un punto de vista ético indiscutible cree no haber cometido errores ni infracciones. Yo podría ser comprensivo con quien dijera que no duerme desde que volvió de la misión y con quien describiera con nitidez los insufribles dolores de cabeza que le producen las imágenes que le devuelven el horror que infligió. Pero no con quien me dijera “vosotros no sabéis lo que es estar allí, odiado incluso por la gente misma por la que tú te juegas la vida”.

No reconocer un error cometido, un error que además ha causado daños y por tanto puede considerarse error grave, es un evidente signo de maldad; una maldad basada en la insensatez. Y la maldad más peligrosa, como ya nos avisaba cómicamente el economista Cipolla (Las leyes fundamentales de la estupidez humana), es la del insensato.

Repeat: La bondad, por contraposición a la maldad, sería un determinado carácter, concretamente el de aquellos que se esfuerzan por hacer el bien al otro, el de aquellos que se esfuerzan por evitar el sufrimiento del otro. La sensatez, por su parte, consistiría en reconstruir la inteligencia continuamente evitando creer firmemente en las ideas preconcebidas y en admitir que la bondad es necesaria para evitar la firme creencia en las ideas preconcebidas. Sobre todo cuando éstas se han demostrado erróneas por nocivas.

Addenda. He de decir que una de las pocas veces en las que mi concepto de los políticos ha vislumbrado una posibilidad de redención fue el día en el que el PP perdió las elecciones debido a causas extravagantes y confusas. Un político del partido perdedor dijo algo así como “este fracaso debe de tener sus causas, así que algo mal habremos hecho”. Un político rara vez suele demostrar esa humildad que proporciona un sentido de la ética. Obvió en todo momento el atentado como causa de la derrota y miró hacia adentro. Eso sí que es talante. Los de su partido aún no se lo han perdonado y prefirieron culpar “al otro”, que nunca se sabe muy bien quién es.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sócrates debía de ser quien decía aquello de que el "bueno" es aquél que, sabiendo que no está en su mano hacer el Bien, se esfuerza por evitar hacer el mal y que, cayendo en él en ocasiones, se lamenta y sufre y trata de tender al bien. Eso sería, ¿no?, un hombre bondadoso, y no aquél -de quien dios nos libre- que crea saber qué es eso de "hacer el bien". Ya decía el Sócrates aquél que todos esos sofistas bien podían educar a la juventud ateniense en el bien... a condición de que no supieran lo que era ese bien, con lo que los condenaba -a ellos, que vivían de hacer lo que sabían y de saber lo que hacían- a la indeterminación.

Lo peor de todo ello ha de ser, me parece, la sustitución de eso que llamas "ética" por la ley y el derecho.

Alegría leerte de nuevo. maxhina@gmail.com