Espinoza diría que la ética es la ciencia que estudia los modos de existencia según lo bueno y lo malo.
El concepto de Bondad admite demasiadas definiciones. Quizá tantas como el de Sensatez, concepto que se roza con el anterior -si bien se rozan exclusivamente para producir chispas. La insensatez, que nadie reconoce poseer, puede ser la perfecta cuartada para justificar lo que no es sino simple maldad. Y la maldad más peligrosa, como ya nos avisaba cómicamente el economista Cipolla (Las leyes fundamentales de la estupidez humana), es la del insensato.
La bondad sería un carácter, concretamente el de aquellos que se esfuerzan por hacer el bien al otro, el de aquellos que se esfuerzan por evitar el sufrimiento del otro. La sensatez consistiría en reconstruir la inteligencia continuamente evitando creer firmemente en las ideas preconcebidas y en admitir que la bondad es necesaria para evitar la firme creencia en las ideas preconcebidas.
En estos tiempos posmodernos la bondad se encuentra en desuso. Y si no en desuso, sí al menos se encuentra menospreciada. La corrección política se ha mostrado siempre inflexible a la hora de promulgar y exigir la tolerancia cero, y lo ha hecho exaltando, a su vez, toda suerte de relativismo buenista. La consecuencia la conocemos: los sujetos tienden a un individualismo feroz fundamentado en una educación que les inculca el narcisismo como forma de prevención y defensa. Miedo al otro, pues, en vez de amor al prójimo.
La maldad tiene mucho más público. En efecto: si por una parte la bondad no se practica (por haberse demostrado poco rentable) y por otra la maldad es algo ajeno a todo ser sensato (narcisista), lo único que nos queda es el espectáculo; ahí en donde todos nos miramos. Y en el espectáculo la maldad reina. No hay más que echar un vistazo a los índices de audiencia en televisión.
El héroe clásico contenía unos valores positivos innegables y cotejables; la bondad era un arma, su arma. En tiempos preposmodernos se produce la sobrevalorada desmitificación: el héroe pierde su aura y se muestra humano; las dudas le consumen y sus actos le traicionan a pesar de su buena voluntad. En la era posmoderna, sin embargo, nada hay más cursi que la bondad, quizá por aburrida, que no por agotada. El doctor House es un héroe, como lo es un personaje que forma parte de un jurado musical destinado a la juventud, esa juventud que se siente fascinada por la mala educación del citado personaje. Dicen todos y cada uno de esos jóvenes: “me gusta ese tío porque dice lo que piensa, cosa que no hacen todos lo demás”. Asociando de esta forma el signo del narcisismo asertivo (y maleducado) a la (fuerte) personalidad, la valentía y el carácter (triunfador).
El concepto de Bondad admite demasiadas definiciones. Quizá tantas como el de Sensatez, concepto que se roza con el anterior -si bien se rozan exclusivamente para producir chispas. La insensatez, que nadie reconoce poseer, puede ser la perfecta cuartada para justificar lo que no es sino simple maldad. Y la maldad más peligrosa, como ya nos avisaba cómicamente el economista Cipolla (Las leyes fundamentales de la estupidez humana), es la del insensato.
La bondad sería un carácter, concretamente el de aquellos que se esfuerzan por hacer el bien al otro, el de aquellos que se esfuerzan por evitar el sufrimiento del otro. La sensatez consistiría en reconstruir la inteligencia continuamente evitando creer firmemente en las ideas preconcebidas y en admitir que la bondad es necesaria para evitar la firme creencia en las ideas preconcebidas.
En estos tiempos posmodernos la bondad se encuentra en desuso. Y si no en desuso, sí al menos se encuentra menospreciada. La corrección política se ha mostrado siempre inflexible a la hora de promulgar y exigir la tolerancia cero, y lo ha hecho exaltando, a su vez, toda suerte de relativismo buenista. La consecuencia la conocemos: los sujetos tienden a un individualismo feroz fundamentado en una educación que les inculca el narcisismo como forma de prevención y defensa. Miedo al otro, pues, en vez de amor al prójimo.
La maldad tiene mucho más público. En efecto: si por una parte la bondad no se practica (por haberse demostrado poco rentable) y por otra la maldad es algo ajeno a todo ser sensato (narcisista), lo único que nos queda es el espectáculo; ahí en donde todos nos miramos. Y en el espectáculo la maldad reina. No hay más que echar un vistazo a los índices de audiencia en televisión.
El héroe clásico contenía unos valores positivos innegables y cotejables; la bondad era un arma, su arma. En tiempos preposmodernos se produce la sobrevalorada desmitificación: el héroe pierde su aura y se muestra humano; las dudas le consumen y sus actos le traicionan a pesar de su buena voluntad. En la era posmoderna, sin embargo, nada hay más cursi que la bondad, quizá por aburrida, que no por agotada. El doctor House es un héroe, como lo es un personaje que forma parte de un jurado musical destinado a la juventud, esa juventud que se siente fascinada por la mala educación del citado personaje. Dicen todos y cada uno de esos jóvenes: “me gusta ese tío porque dice lo que piensa, cosa que no hacen todos lo demás”. Asociando de esta forma el signo del narcisismo asertivo (y maleducado) a la (fuerte) personalidad, la valentía y el carácter (triunfador).
Nota. Para quien se interese por este tema, yo recomendaría el libro de Jesús González Requena Clásico, manierista, postclásico. Los modos del relato en el cine de Hollywood (Castilla Ediciones). En él se hace un análisis extraordinario de estos tres momentos cinematográficos a través de tres películas con sus respectivos tres héroes: La diligencia con John Wayne, Vértigo con James Stwart y El silencio de los corderos con Anthony Hopkins.
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