Podría decirse, y de hecho se dice, que la sociedad no se merece a los políticos que la representan. Y podría deducirse de ello que los políticos en cuestión, los que nos representan en este nuestro presente continuo, son impresentables.
Así la opinión pública: “nuestra clase política no es buena; todos los políticos son unos...; no nos los merecemos”. Y quede claro que los dictámenes que expresa la opinión pública son los que son y son como son: genéricos y universales, por lo que no pueden ser rechazados en base a poderlos considerar poco argumentativos, simples o maniqueos. O por decirlo de otra forma: los argumentos que expresa la opinión pública los expresa con Convicción Plena, sin dudas y sin fisuras, por lo que no podemos ignorarlos. Así la opinión pública: “tenemos una clase política que no nos merecemos”.
Podría decirse también, y de hecho se viene diciendo desde hace un buen tiempo, que los medios de comunicación supuran perversión por los cuatro costados; que están enfermos desde que han hecho coincidir su primer objetivo, informar, con el fín último de sus amos, medrar. Podría decirse, por tanto, que los medios de comunicación de nuestro ahora no nos los merecemos, pero no tanto debido a algún deje ideológico cuanto a la forma que todos tienen de ser: partidistas, categóricos, asertivos, manipuladores, interesados, envenenadores y sobre todo, serviles a la voz de su amo, un amo que carece de piedad con los débiles.
Podría decirse que nuestra televisión, la televisión de nuestro ahora, es pura basura. Y podría decirse sin que faltaran argumentos que pudieran demostrarlo y confirmarlo. Etc., etc.
Y así sucesivamente con todo lo que podría decirse... y que de hecho se dice respecto a todo eso que al parecer no nos merecemos.
Mutatis mutandi. Podría decirse que un gordo (un obeso) no es mas que alguien que estuvo engordando. La posibilidad de no seguir engordando la tuvo mientras aún no era gordo, mientras engordaba. La posibilidad de no seguir engordando la tuvo a diario, y durante muchos días, el que “ahora” es gordo. Sin embargo fue engordando hasta llegar a ser aquello que más rápidamente serviría para describirlo físicamente: un gordo; un gordo que lo es por haber estado engordando.
Da capo. Una de las discusiones académicas más recurrentes de hace casi 30 años era aquella que consistía en plantear si la televisión que teníamos era la que queríamos o si, por el contrario, era la que nos imponía un ente tirano llamado Poder. Había mucha gente que, posicionándose claramente en el segundo grupo, defendía una televisión plagada de tertulias, documentales y buen cine. Ha pasado un tiempo y es la sección de lo shares televisivos de los periódicos la que, a mi modo de ver, mejor define nuestra sociedad, la que sin duda nos merecemos.
Da igual que hablemos de políticos, de los medios o de la televisión. A quienes verdaderamente no nos merecemos es, sólo y paradójicamente, a nosotros mismos. Ellos (los políticos, los media y la televisión) son nosotros.
Así la opinión pública: “nuestra clase política no es buena; todos los políticos son unos...; no nos los merecemos”. Y quede claro que los dictámenes que expresa la opinión pública son los que son y son como son: genéricos y universales, por lo que no pueden ser rechazados en base a poderlos considerar poco argumentativos, simples o maniqueos. O por decirlo de otra forma: los argumentos que expresa la opinión pública los expresa con Convicción Plena, sin dudas y sin fisuras, por lo que no podemos ignorarlos. Así la opinión pública: “tenemos una clase política que no nos merecemos”.
Podría decirse también, y de hecho se viene diciendo desde hace un buen tiempo, que los medios de comunicación supuran perversión por los cuatro costados; que están enfermos desde que han hecho coincidir su primer objetivo, informar, con el fín último de sus amos, medrar. Podría decirse, por tanto, que los medios de comunicación de nuestro ahora no nos los merecemos, pero no tanto debido a algún deje ideológico cuanto a la forma que todos tienen de ser: partidistas, categóricos, asertivos, manipuladores, interesados, envenenadores y sobre todo, serviles a la voz de su amo, un amo que carece de piedad con los débiles.
Podría decirse que nuestra televisión, la televisión de nuestro ahora, es pura basura. Y podría decirse sin que faltaran argumentos que pudieran demostrarlo y confirmarlo. Etc., etc.
Y así sucesivamente con todo lo que podría decirse... y que de hecho se dice respecto a todo eso que al parecer no nos merecemos.
Mutatis mutandi. Podría decirse que un gordo (un obeso) no es mas que alguien que estuvo engordando. La posibilidad de no seguir engordando la tuvo mientras aún no era gordo, mientras engordaba. La posibilidad de no seguir engordando la tuvo a diario, y durante muchos días, el que “ahora” es gordo. Sin embargo fue engordando hasta llegar a ser aquello que más rápidamente serviría para describirlo físicamente: un gordo; un gordo que lo es por haber estado engordando.
Da capo. Una de las discusiones académicas más recurrentes de hace casi 30 años era aquella que consistía en plantear si la televisión que teníamos era la que queríamos o si, por el contrario, era la que nos imponía un ente tirano llamado Poder. Había mucha gente que, posicionándose claramente en el segundo grupo, defendía una televisión plagada de tertulias, documentales y buen cine. Ha pasado un tiempo y es la sección de lo shares televisivos de los periódicos la que, a mi modo de ver, mejor define nuestra sociedad, la que sin duda nos merecemos.
Da igual que hablemos de políticos, de los medios o de la televisión. A quienes verdaderamente no nos merecemos es, sólo y paradójicamente, a nosotros mismos. Ellos (los políticos, los media y la televisión) son nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario