En muchas ocasiones se trata de ir a ver exposiciones de Arte Contemporáneo con independencia de que sepamos (o no) que van a producirnos un gran sopor cuando no un tremendo aburrimiento. Es el precio que tenemos que pagar por ser tan sumamente libres. Y no se trata de una recriminación ni que una queja. El Arte Contemporáneo, es decir, el Arte de nuestro presente continuo no puede ser otra cosa que un bazar. Y en todo bazar hay sorpresas. Pero son la excepción.
Podríamos ir más lejos: casi todas las exposiciones de Arte Contemporáneo son un tostón. Pero no tanto por lo que en ellas se muestra cuanto por la imposibilidad de que pudiera ser de otra forma. El hecho de que pudieran ser masivamente extraordinarias nos conduciría a las mismas consecuencias que un orgasmo de media hora: a la muerte. Así, ir a ver exposiciones de Arte Contemporáneo no es mas que una muestra de interés, del interés que muestran quienes las frecuentan. Un interés que puede (o no) estar recubierto de deseo.
En contra de lo que promulgan los bienintencionados y los bienpensantes, no puede haber placer estético sin prejuicios. Lo que se requiere para disfrutar de una Obra de Arte presentada como tal (a instancias de la Institución); o mejor, lo que se requiere para poder extraer jugo a la experiencia artística es poseer una dosis importante de prejuicios (sentido crítico, que lo llamarían algunos). No hay verdadero placer estético sin prejuicios. El mal endémico del mundo del arte es haberle negado al espectador la posibilidad del disfrute sin mediatización; haberle negado el verdadero disfrute: el verdaderamente personal, el (s)electivo: el libre. Sin embargo, lo que desde la Institución se demanda es que el espectador nade en un mar de piedras. Y que además diga públicamente todo lo que le gusta nadar en tales condiciones.
No hay Arte más autentico que otro, se nos dice desde hace años desde la Institución que reparte éxitos basados en la pura contingencia, y por tanto nadie es, en puridad, mejor artista que nadie. Así Joseph Beuys: “todos somos artistas”. El todos somos artistas proclamado por el Dios Beuys se ha hecho realidad. Y lo ha hecho realidad, como era de prever, la falta de criterio de excelencia que ha impuesto la exigencia de Libertad Total. Ya no hay Arte, pues, sólo artistas como diría el infravalorado Gombrich. Aunque, como en todo aserto verdadero, pueda funcionar perfectamente su contrario.
Podríamos ir más lejos: casi todas las exposiciones de Arte Contemporáneo son un tostón. Pero no tanto por lo que en ellas se muestra cuanto por la imposibilidad de que pudiera ser de otra forma. El hecho de que pudieran ser masivamente extraordinarias nos conduciría a las mismas consecuencias que un orgasmo de media hora: a la muerte. Así, ir a ver exposiciones de Arte Contemporáneo no es mas que una muestra de interés, del interés que muestran quienes las frecuentan. Un interés que puede (o no) estar recubierto de deseo.
En contra de lo que promulgan los bienintencionados y los bienpensantes, no puede haber placer estético sin prejuicios. Lo que se requiere para disfrutar de una Obra de Arte presentada como tal (a instancias de la Institución); o mejor, lo que se requiere para poder extraer jugo a la experiencia artística es poseer una dosis importante de prejuicios (sentido crítico, que lo llamarían algunos). No hay verdadero placer estético sin prejuicios. El mal endémico del mundo del arte es haberle negado al espectador la posibilidad del disfrute sin mediatización; haberle negado el verdadero disfrute: el verdaderamente personal, el (s)electivo: el libre. Sin embargo, lo que desde la Institución se demanda es que el espectador nade en un mar de piedras. Y que además diga públicamente todo lo que le gusta nadar en tales condiciones.
No hay Arte más autentico que otro, se nos dice desde hace años desde la Institución que reparte éxitos basados en la pura contingencia, y por tanto nadie es, en puridad, mejor artista que nadie. Así Joseph Beuys: “todos somos artistas”. El todos somos artistas proclamado por el Dios Beuys se ha hecho realidad. Y lo ha hecho realidad, como era de prever, la falta de criterio de excelencia que ha impuesto la exigencia de Libertad Total. Ya no hay Arte, pues, sólo artistas como diría el infravalorado Gombrich. Aunque, como en todo aserto verdadero, pueda funcionar perfectamente su contrario.
El caso es que, siendo el Arte un simple y puro Bazar, sigue existiendo ese conjunto de encuentros y procedimientos simbólicos destinados a conferir sentido al inexistente por eliminado mito (¿). Ciertamente el mito ha desaparecido, pero, curiosamente no lo ha hecho el rito, ese procedimiento simbólico a través del cual el mito obtiene su pleno sentido. Es decir, por ejemplo: se nos asegura que todos somos artistas, pero después se obliga a los espectadores a nadar en un mar de piedras. Y a tener que decir públicamente lo reconfortante y tonificante que resulta.
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