En todo texto artístico (fílmico, literario, etc.) existe la enunciación de una verdad. O mejor, todo texto fílmico, literario, etc., debe contener la posibilidad de una verdad si lo que quiere es ser artístico. De hecho esa es la diferencia que distingue los textos artísticos de los meramente informativos. No se trata de una simple paradoja; es la paradoja sobre la que se constituye el arte. El encuentro con una verdad es lo que otorga sentido a la experiencia estética, a su existencia. Esa verdad, claro, no tiene porqué tener una existencia previa a la misma experiencia. Es decir, no se trata de confrontarse a las intenciones de un determinado autor (de un YO), ya que todo autor se constituye, sin poder evitarlo, de espaldas a la verdad de su deseo. Una cosa es el Yo enunciador y otra el Sujeto de la enunciación, que es también sujeto del inconsciente, del suyo y del colectivo. Por decirlo de otra forma, las bondades artísticas de una película como Providence, por ejemplo, no se infieren de las intenciones del autor, sino de la lectura que hace el espectador. No es Resnais el atormentado, somos nosotros.
Así la experiencia estética nos confronta con una verdad de magnitud variable; puede ponernos en contacto con una verdad o puede, en según qué ocasiones, confrontarnos con algo que no es privativo del arte: LO REAL. Si lo primero se asienta sobre el concepto de Placer, lo segundo se asienta sobre conceptos más movedizos y displacenteros.
Dicho esto me referiré a la excelente película Hechizo de luna haciendo, sólamente, un pequeño comentario de algunas escenas, evitando demasiados juicios analíticos y dejando que el lector saque sus por otra parte particulares conclusiones. Como es sabido se trata de una de esas películas que parecen no tener cabida ni en la filmografía americana ni en la filmografía del propio autor. Podría decirse, si consideráramos la filmografía del autor y aun aceptando algún acierto en ella, que Hechizo de luna le ha salido al bueno de Norman (Superstar) Jewison por casualidad. Si eso fuera posible.
No vale la pena resumirla pues quien la ha visto, la “conoce” y quien no, debería verla. Vale la pena describir las tres primeras secuencias, las que de forma magistral sitúan al espectador ante una trama que se encuentra viciada por el aspecto social en el que se enmarca, el del patriarcalismo. Un patriarcalismo, claro, en el que las mujeres son amas y señoras de sus hogares, es decir, dueñas de la familia.
En la primera secuencia vemos a Loretta en su trabajo: es contable de una funeraria. Es la contable de alguien (su jefe) que, seguramente con razón, se considera y autodeclara un genio a partir de su última intervención mortuoria. Acaba de terminar un trabajo de amortajamiento que al parecer le ha salido tan bien como de costumbre. Ante la vanidosa afirmación del funerario Loretta le replica que su negocio es un auténtico caos desde el punto de vista administrativo y que él es un desastre en el tema de la gestión. Acto seguido a él se le cae la tostada al suelo y Loretta tiene que ayudarle a hacerse el nudo de la corbata. Por si faltara poco (respecto a la información que vamos obteniendo de ella) aparece el repartidor de coronas mortuorias con su producto y Loretta dice no comprender el excesivo gasto que conlleva la compra de algo que nadie aprovecha. Ante la incomprensión del repartidor por el desprecio de las flores Loretta le insta a no equivocarse, “no te equivoques, que las flores le encantan”.
En la segunda secuencia se encuentran Loretta Castorini y Johny Cammareri en un restaurante donde él ha decidido pedirle la mano a ella. Ante la petición ella le cuenta, con cierta sangre fría evidente, que su viudez se debió a no haber seguido el protocolo reglamentario, así se declara supersticiosa y le exige que se arrodille para pedirle la mano formalmente, como mandan los cánones. Él le contesta que el traje es muy caro y se va a estropear si se arrodilla, a lo que ella replica que ya lo sabe porque fue ella la que le acompañó a elegirlo. Antes se ha producido un pequeño incidente en el restaurante que va a resultar sintomático a lo largo del film: un señor discute con una mujer mucho más joven que él y que termina yéndose del restaurante no sin antes haberle arrojado el plato de pasta en la entrepierna. Ante el espectáculo ofrecido Jonhy le dice a Loretta, “un hombre que no puede controlar a su mujer, es gracioso”.
En la tercera secuencia Loretta se despide de Johny en el aeropuerto, que se va a Roma porque su madre está agonizando, de hecho pospone la boda por ello. Cuando se acerca a la ventana para ver despegar el avión una vieja le avisa de que el avión va a estallar porque le ha echado un maleficio. Por lo que cuenta la misma vieja, su hermana viaja en ese avión y fue ella quien le robó a su marido 40 años antes y se casó con él. Una hermana que además le acaba de confesar que en realidad nunca quiso a su marido y que sólo se lo robó para sentirse más fuerte. Loretta le contesta que no cree en los maleficios a lo que la vieja replica, “yo tampoco”. Casi inmediatamente después de las tres secuencia comentadas Loretta le cuenta sus intenciones de casarse a su madre, ésta le pregunta, “¿le amas?” y Loretta contesta “no”, “eso está bien- continúa la madre- si les amas , lo saben y entonces te vuelven loca”.
Como hemos visto, las tres primeras secuencias de la película dejan claro ya los roles de los personajes aparecidos. Ella es una simple trabajadora y trabaja para un hombre que es el dueño de la empresa además de jefe. Roles previsibles de una sociedad antigua por patriarcal, donde los jefes son ellos y ellas súbditas de sus jefes. Él es un genio (como queda expresado a través de una afirmación que no puede comprobarse pero que no tenemos por qué dejar de creer) pero no sería nadie (como queda claro, también por expresado y visto) sin la discreta colaboración de Loretta. Él es un genio, pero es torpe (casi bobo) y no podría hacer nada sin la ayuda “silenciosa” de Loretta, que se nos muestra generosa en su estatus. Por otra parte el extraordinario guión deja claro su taxativo pragmatismo a través de la escena con el repartidor de flores funerarias. Loretta sería capaz de renunciar a un placer (su gusto por las flores) por cuestiones administrativas, ¿racionales? Es la forma en la que ella ha decidido vivir, anteponiendo lo que “debe ser” a lo que sus pasiones le reclaman. No le importa los conflictos que ello genere, pues como hemos visto el deber de no dilapidar en cosas innecesarias (controlar administrativamente) se impone sobre el del placer que le otorgan la contemplación de las flores. Algo que choca con su defensa supersticiosa del protocolo, ya que las coronas de flores no son otra cosa que puro protocolo. La cuestión es que todos sus actos responden (como comprobaremos más tarde) a su decisión de renunciar a lo que su deseo reclama por miedo a averiguar quién es verdaderamente. Con el miedo (manifestado con asertividad) despista sus deseos.
En la segunda secuencia Loretta controla con auténtica seguridad la pedida de mano del que para nosotros es un nuevo personaje: Johny Cammareri, un hombre 15 años mayor que ella, inseguro, dubitativo, repeinado y algo rancio (no sabe ni elegir sus propios trajes). Ante la propuesta de casamiento Loretta decide que sólo aceptará casarse si Johny se arrodilla ante ella y cumple con el protocolo, con lo que deja claro, a través de la exigencia del gesto sumiso por excelencia, quién es quién en la pareja, o mejor, quién será qué. El incidente de la mesa contigua resulta clarificador en la medida en la que provoca la frase de Jonhy, “un hombre que no puede controlar a su mujer, es gracioso”, justo unos minutos antes de que éste estropee su traje arrodillándose ante una mujer que fríamente le exige unas pautas que comienzan con un gesto sumiso.
La tercera secuencia sirve para introducir un nuevo elemento informativo sobre el asunto de la película, el de la imposibilidad comunicacional y por tanto el de incomprensión que genera esa (in)comunicación. El que resulten difíciles de entender ciertas cosas no significa que carezcan de explicación. La anciana, que tuvo que superar en su momento la experiencia de cómo su hermana le robaba “su hombre” acaba de enterarse de que después de todo nunca le amó. Si bien lo que resulta del todo esclarecedor, por poco comprensible que pueda parecer, es la explicación de la hermana: que lo hizo para sentirse fuerte. Así la fortaleza de la mujer proviene de un triunfo animal, el basado en la ley del más fuerte.
Hasta aquí las tres primeras secuencias. Demos un salto y situémonos en la escena en la que Loretta decide ir a convencer a Ronny para que vaya a la boda. Los previos los conocemos: sabemos que Loretta no ama a Johny pero se quiere casar con él, sabemos que ella sabe que nunca será feliz con él pero sin embargo quiere acelerar la boda. Y sabemos, ya, que realmente va a casa de Ronny porque el fuego del deseo ha entrado en ella; o mejor: ha emergido. La extraordinaria conversación que mantiene con él se desarrolla con la ambigüedad propia de quien está sintiéndose poco a poco abrasada; sus manifiestas ansias conciliadoras no son otra cosa que la exaltación de un deseo reprimido. Aquí es cuando se produce una de las escenas más antológicas del cine americano, una escena con la que se mereció (como así quedo reconocido por la Academia) el Oscar al mejor guión. Ronny la levanta en brazos con decisión (dirigiéndose hacia la cámara) y ella le pregunta “¿qué haces?”, a lo que él contesta “te voy a follar hija de puta”. Ella responde descolgando la cabeza en gesto de aceptación y sumisión. Y confirma: “no dejes nada para cuando se case (Jonhy) conmigo, sólo piel y huesos”. De esta forma tan atípica se resuelve lo que en otra película habría sido resuelto de forma estandard y poco relacionada con una verdad: a través de la determinación (la de Ronny) que necesita de firmeza y de un vocabulario que no lleve a engaños (como el que vive Loretta con Johny), ni necesite eufemismos cursis (que serían disuasorios para Loretta), ni perífrasis innecesarias (cuando el fuego requiere ser extinguido sobra el verbo, tan humano él). No es el amor lo que triunfa, es la animalidad que la anciana sólo conoció a través de su hermana, de la experiencia de su hermana. No sólo se conforma Johny con usar el término follar sino que además lo hace apoyado en el insulto agresivo. Loretta merece un castigo y hasta ahora ella era la única que lo sabía, ahora ha encontrado alguien que en unos segundos lo ha averiguado y ha actuado como debía.
Son muchos más los aspectos interesantes que contiene la película, sobre todo si tenemos en cuenta la perfección con los que están trazados los perfiles de los personajes secundarios. Por no hablar del asunto que en paralelo va discurriendo al de la in-comunicación: el de la muerte. Lo dejaremos para otro momento.
Así la experiencia estética nos confronta con una verdad de magnitud variable; puede ponernos en contacto con una verdad o puede, en según qué ocasiones, confrontarnos con algo que no es privativo del arte: LO REAL. Si lo primero se asienta sobre el concepto de Placer, lo segundo se asienta sobre conceptos más movedizos y displacenteros.
Dicho esto me referiré a la excelente película Hechizo de luna haciendo, sólamente, un pequeño comentario de algunas escenas, evitando demasiados juicios analíticos y dejando que el lector saque sus por otra parte particulares conclusiones. Como es sabido se trata de una de esas películas que parecen no tener cabida ni en la filmografía americana ni en la filmografía del propio autor. Podría decirse, si consideráramos la filmografía del autor y aun aceptando algún acierto en ella, que Hechizo de luna le ha salido al bueno de Norman (Superstar) Jewison por casualidad. Si eso fuera posible.
No vale la pena resumirla pues quien la ha visto, la “conoce” y quien no, debería verla. Vale la pena describir las tres primeras secuencias, las que de forma magistral sitúan al espectador ante una trama que se encuentra viciada por el aspecto social en el que se enmarca, el del patriarcalismo. Un patriarcalismo, claro, en el que las mujeres son amas y señoras de sus hogares, es decir, dueñas de la familia.
En la primera secuencia vemos a Loretta en su trabajo: es contable de una funeraria. Es la contable de alguien (su jefe) que, seguramente con razón, se considera y autodeclara un genio a partir de su última intervención mortuoria. Acaba de terminar un trabajo de amortajamiento que al parecer le ha salido tan bien como de costumbre. Ante la vanidosa afirmación del funerario Loretta le replica que su negocio es un auténtico caos desde el punto de vista administrativo y que él es un desastre en el tema de la gestión. Acto seguido a él se le cae la tostada al suelo y Loretta tiene que ayudarle a hacerse el nudo de la corbata. Por si faltara poco (respecto a la información que vamos obteniendo de ella) aparece el repartidor de coronas mortuorias con su producto y Loretta dice no comprender el excesivo gasto que conlleva la compra de algo que nadie aprovecha. Ante la incomprensión del repartidor por el desprecio de las flores Loretta le insta a no equivocarse, “no te equivoques, que las flores le encantan”.
En la segunda secuencia se encuentran Loretta Castorini y Johny Cammareri en un restaurante donde él ha decidido pedirle la mano a ella. Ante la petición ella le cuenta, con cierta sangre fría evidente, que su viudez se debió a no haber seguido el protocolo reglamentario, así se declara supersticiosa y le exige que se arrodille para pedirle la mano formalmente, como mandan los cánones. Él le contesta que el traje es muy caro y se va a estropear si se arrodilla, a lo que ella replica que ya lo sabe porque fue ella la que le acompañó a elegirlo. Antes se ha producido un pequeño incidente en el restaurante que va a resultar sintomático a lo largo del film: un señor discute con una mujer mucho más joven que él y que termina yéndose del restaurante no sin antes haberle arrojado el plato de pasta en la entrepierna. Ante el espectáculo ofrecido Jonhy le dice a Loretta, “un hombre que no puede controlar a su mujer, es gracioso”.
En la tercera secuencia Loretta se despide de Johny en el aeropuerto, que se va a Roma porque su madre está agonizando, de hecho pospone la boda por ello. Cuando se acerca a la ventana para ver despegar el avión una vieja le avisa de que el avión va a estallar porque le ha echado un maleficio. Por lo que cuenta la misma vieja, su hermana viaja en ese avión y fue ella quien le robó a su marido 40 años antes y se casó con él. Una hermana que además le acaba de confesar que en realidad nunca quiso a su marido y que sólo se lo robó para sentirse más fuerte. Loretta le contesta que no cree en los maleficios a lo que la vieja replica, “yo tampoco”. Casi inmediatamente después de las tres secuencia comentadas Loretta le cuenta sus intenciones de casarse a su madre, ésta le pregunta, “¿le amas?” y Loretta contesta “no”, “eso está bien- continúa la madre- si les amas , lo saben y entonces te vuelven loca”.
Como hemos visto, las tres primeras secuencias de la película dejan claro ya los roles de los personajes aparecidos. Ella es una simple trabajadora y trabaja para un hombre que es el dueño de la empresa además de jefe. Roles previsibles de una sociedad antigua por patriarcal, donde los jefes son ellos y ellas súbditas de sus jefes. Él es un genio (como queda expresado a través de una afirmación que no puede comprobarse pero que no tenemos por qué dejar de creer) pero no sería nadie (como queda claro, también por expresado y visto) sin la discreta colaboración de Loretta. Él es un genio, pero es torpe (casi bobo) y no podría hacer nada sin la ayuda “silenciosa” de Loretta, que se nos muestra generosa en su estatus. Por otra parte el extraordinario guión deja claro su taxativo pragmatismo a través de la escena con el repartidor de flores funerarias. Loretta sería capaz de renunciar a un placer (su gusto por las flores) por cuestiones administrativas, ¿racionales? Es la forma en la que ella ha decidido vivir, anteponiendo lo que “debe ser” a lo que sus pasiones le reclaman. No le importa los conflictos que ello genere, pues como hemos visto el deber de no dilapidar en cosas innecesarias (controlar administrativamente) se impone sobre el del placer que le otorgan la contemplación de las flores. Algo que choca con su defensa supersticiosa del protocolo, ya que las coronas de flores no son otra cosa que puro protocolo. La cuestión es que todos sus actos responden (como comprobaremos más tarde) a su decisión de renunciar a lo que su deseo reclama por miedo a averiguar quién es verdaderamente. Con el miedo (manifestado con asertividad) despista sus deseos.
En la segunda secuencia Loretta controla con auténtica seguridad la pedida de mano del que para nosotros es un nuevo personaje: Johny Cammareri, un hombre 15 años mayor que ella, inseguro, dubitativo, repeinado y algo rancio (no sabe ni elegir sus propios trajes). Ante la propuesta de casamiento Loretta decide que sólo aceptará casarse si Johny se arrodilla ante ella y cumple con el protocolo, con lo que deja claro, a través de la exigencia del gesto sumiso por excelencia, quién es quién en la pareja, o mejor, quién será qué. El incidente de la mesa contigua resulta clarificador en la medida en la que provoca la frase de Jonhy, “un hombre que no puede controlar a su mujer, es gracioso”, justo unos minutos antes de que éste estropee su traje arrodillándose ante una mujer que fríamente le exige unas pautas que comienzan con un gesto sumiso.
La tercera secuencia sirve para introducir un nuevo elemento informativo sobre el asunto de la película, el de la imposibilidad comunicacional y por tanto el de incomprensión que genera esa (in)comunicación. El que resulten difíciles de entender ciertas cosas no significa que carezcan de explicación. La anciana, que tuvo que superar en su momento la experiencia de cómo su hermana le robaba “su hombre” acaba de enterarse de que después de todo nunca le amó. Si bien lo que resulta del todo esclarecedor, por poco comprensible que pueda parecer, es la explicación de la hermana: que lo hizo para sentirse fuerte. Así la fortaleza de la mujer proviene de un triunfo animal, el basado en la ley del más fuerte.
Hasta aquí las tres primeras secuencias. Demos un salto y situémonos en la escena en la que Loretta decide ir a convencer a Ronny para que vaya a la boda. Los previos los conocemos: sabemos que Loretta no ama a Johny pero se quiere casar con él, sabemos que ella sabe que nunca será feliz con él pero sin embargo quiere acelerar la boda. Y sabemos, ya, que realmente va a casa de Ronny porque el fuego del deseo ha entrado en ella; o mejor: ha emergido. La extraordinaria conversación que mantiene con él se desarrolla con la ambigüedad propia de quien está sintiéndose poco a poco abrasada; sus manifiestas ansias conciliadoras no son otra cosa que la exaltación de un deseo reprimido. Aquí es cuando se produce una de las escenas más antológicas del cine americano, una escena con la que se mereció (como así quedo reconocido por la Academia) el Oscar al mejor guión. Ronny la levanta en brazos con decisión (dirigiéndose hacia la cámara) y ella le pregunta “¿qué haces?”, a lo que él contesta “te voy a follar hija de puta”. Ella responde descolgando la cabeza en gesto de aceptación y sumisión. Y confirma: “no dejes nada para cuando se case (Jonhy) conmigo, sólo piel y huesos”. De esta forma tan atípica se resuelve lo que en otra película habría sido resuelto de forma estandard y poco relacionada con una verdad: a través de la determinación (la de Ronny) que necesita de firmeza y de un vocabulario que no lleve a engaños (como el que vive Loretta con Johny), ni necesite eufemismos cursis (que serían disuasorios para Loretta), ni perífrasis innecesarias (cuando el fuego requiere ser extinguido sobra el verbo, tan humano él). No es el amor lo que triunfa, es la animalidad que la anciana sólo conoció a través de su hermana, de la experiencia de su hermana. No sólo se conforma Johny con usar el término follar sino que además lo hace apoyado en el insulto agresivo. Loretta merece un castigo y hasta ahora ella era la única que lo sabía, ahora ha encontrado alguien que en unos segundos lo ha averiguado y ha actuado como debía.
Son muchos más los aspectos interesantes que contiene la película, sobre todo si tenemos en cuenta la perfección con los que están trazados los perfiles de los personajes secundarios. Por no hablar del asunto que en paralelo va discurriendo al de la in-comunicación: el de la muerte. Lo dejaremos para otro momento.
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