sábado, julio 12, 2008

Miedo

I. Ni siquiera el miedo es lo que era. Antes se trataba de algo que te advenía, generalmente a tu pesar, ahora es algo que se te exige. Una sociedad sin miedo es una sociedad libre y nada hay más temido para los gobernantes (que no son necesariamente políticos) que una sociedad libre. Por eso nos imponen el miedo, o mejor, por eso nos imponen la necesidad de padecerlo. Los valientes han sido marginados por anacrónicos. El Sistema vuelve a ser tan coherente como implacable. El miedo nos iguala y ahora estamos en la supuesta defensa de las igualdades. Los héroes no tienen sentido en un mundo en donde todo es relativo, y aun cuando pudieran ser nuestra única esperanza, o precisamente por ello, se les relega.

Que vivamos con miedo es la principal prioridad de todo partido que quiera medrar. Un miedo, claro conculcado de forma disimulada, un miedo encubierto. Un miedo que subyace ante todos los ejercicios de distracción con los que estamos acostumbrados a vivir. Un miedo que subyace a la posible felicidad de quien tenga las claves de su posible posesión. El miedo está ahí, acechando siempre, persistente, conculcado desde las altas instancias para hacernos iguales, porque es el miedo lo que verdaderamente y después de todo, nos iguala. Así, repito, el que no tiene miedo es marginado, pero no tanto desde el ejercicio del Poder, cuanto por el vecino que no quiere verse avergonzado por el valiente.

Tal es la estrategia del Sistema, perfecta: nos conculca el miedo y después nos deja en sus brazos para que seamos nosotros mismos, los ciudadanos, los que marginemos al valiente. Todos los cobardes arropados por el corporativismo igualatorio. Así es como se nos ha abandonado a un mundo perverso en el que la “seguridad” es garantizada, sólo, por el miedo. Quien tenga miedo y lo demuestre será respetado; quien demuestre no tenerlo, será ninguneado cuando no humillado. El valiente es un excéntrico, es decir, un ser situado fuera del centro, y el centro, como veíamos en el post anterior, es algo que se disputan todos los execrables; para dar pábulo al miedo, lo único que, una vez asimilado por el ciudadano, garantizará el éxito de los que quieren medrar. El valiente no puede estar, por definición, ubicado en ningún centro, pues es en el centro y desde el centro donde no existe ni puede existir la lucha. En el centro sólo puede existir el centro, ese lugar que equidista de todo.

II. El miedo conculcado, cuando se convierte en la clave del éxito de todo aquel que quiera medrar, carece de ideología. La ideología no existe en la estrategia del Control. La ideología no tiene cabida en un mundo dirigido por la BMW, la Deutsch Bank y la Coca Cola (y no por Bush, ¡idiota!). El miedo es, simplemente, un arma, el arma por antonomasia del siglo XXI. Avance con retroceso, pues: estamos en una nueva Edad Media. El miedo es el perfecto salvoconducto que garantiza el Control, es decir, el Poder.

El miedo conculcado nace parejo a la Corrección Política, una perfecta y sofisticada forma de censura, la que se fundamenta en la autocensura. El miedo es, pues, conculcado en la medida en que es exigido. Desde que se impusiera la insuficientemente valorada Corrección Política nadie se encuentra a salvo si no tiene miedo. Da igual que se piense en política que en cultura; será el miedo quien rija el destino de todo el quehacer humano. No es un miedo a lo desconocido sino un miedo a conocer. El des-conocimiento nos iguala, aunque sea por la parte de abajo y por la puerta falsa. Y no exime, cierto, pero irresponsabiliza, infantiliza, elimina cargas. Y nos iguala. Y aunque la igualdad que proporciona el miedo sea una igualdad canalla no deja de ser una forma de igualdad, la perfectamente acorde con la Cultura de la Queja. El miedo, es sabido, paraliza e impide el desarrollo del argumento; lógicamente, pues nada más alejado del miedo que la Razón. En la Era del Miedo, los razonamientos carecen de valor, pues lo importante es la igualdad que produce el acobardamiento. Edad Media.

III. Pero insisto, el miedo conculcado, es decir, el miedo asentado en el ciudadano a instancias de una estrategia, es un miedo que se da en todos los ámbitos e incide desde todos los flancos. Nada construye mejor la carrera de un artista, por ejemplo, que el miedo. Todo aspirante a artista sabe mejor qué es lo no debe hacer que lo que debe hacer para triunfar, y eso no es más que la máxima expresión del miedo. Y hablo del artista porque él es el paradigma de la Libertad. Que nadie se lleve a engaño, si hay alguna clave del triunfo para un aspirante a artista, ésta se encuentra en la estrategia, una estrategia en la que debe tenerse muy en cuenta a los profesores, los críticos, los comisarios, las modas, las tendencias, los galeristas, los museos, el mercado en definitiva. Y si uno se equivoca en uno de sus pasos echa al traste todo; así pues, se impone el miedo, el miedo a no equivocarse. Hay que llevarse bien con éste, hay que conseguir hablar con aquél, a éste tengo que decirle esto, a aquél tengo que decirle esto otro, tengo que estar a buenas con ese, sólo conseguiré algo si hablo con aquél, al que además no puedo caerle mal, tengo que cubrirme las espaldas, no puedo decir lo que pienso a esos… Si algo falla en la cadena todo esfuerzo será vacuo. Y sin miedo el fallo está asegurado. Y fíjense ustedes que en ningún momento se hace referencia al producto arte y mucho menos a éste asociado a conceptos como el de calidad, talento, estilo, etc. El miedo es la clave del éxito por encima del propio producto que da nombre a la disciplina. Así, un aspirante artista sin miedo no dejará nunca de ser aspirante. Se verá por el Sistema como prepotente y soberbio, y será marginado sin acritud ninguna.

IV. El del arte era sólo un ejemplo que pretendía demostrar, mediante lo que es entendido por todos como el paradigma de la Libertad, que el miedo está instalado en una sociedad que lo ha recibido con los brazos abiertos. Vivir con miedo es vivir con seguridad, valga la paradoja. Además el miedo es un método de igualamiento, decíamos, perfectamente acorde con la Cultura de la Queja. Así que la Era del Miedo es la era de los victimistas y de ahí el éxito de las minorías y de lo diferente. Son ellos los que marcan las pautas de igualación. Por debajo, claro. En las escuelas, que es por donde empieza a instalarse la cultura del miedo, el nivel lo imponen lo más torpes, los más perezosos, los más atrasados. De ahí en adelante todo quedará marcado por un entendimiento de la igualdad cuyo único fin es empobrecernos… con todo el miedo posible metido dentro del cuerpo. Por tener, hasta tienen miedo ya muchos padres de sufrir denuncias por parte de sus hijos.

El miedo conculcado, cuando se convierte en la clave del éxito de todo aquel que quiera medrar, carece de ideología. La ideología no existe en la estrategia del Control. Viven del miedo (del que provocan y del que tienen) los de derechas y los de izquierdas. Porque el miedo lo padecen también quienes lo conculcan; es la llave maestra que abre posibilidades. Era eso de lo que se trataba, de encontrar una llave que abriera igual una puerta blindada que una puerta falsa. Y el miedo permite ciertas negociaciones que son concesiones cobardes encubiertas.

El miedo no sabe del honor debido a su carácter irracional. Otro de los motivos éste por el que los valientes deben ser erradicados en la Era del Miedo: por el anacronismo que a muchos suscita el tema del honor, ligado al de la dignidad. Ya lo decíamos, en un mundo relativista hay actitudes que han quedado obsoletas y han sido sustituidas por otras que toman su prestigio a través de la pereza y la cobardía. Serían las actitudes buenistas, que encubren una desmesurada ansia de poder. El buenismo sería la consecuencia de la pereza, la cobardía y la ambición. Y si para mi algo define a la clase política actual (que no está compuesta sólo de políticos) es esto. Unido a una ignorancia que cotidianamente se demuestra abisal.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tan bien escribe y mejor piensa.

Poussino dijo...

Rogaría que nos informase de alguna de sus fuentes "bibliográficas" sobre el miedo.

Yo suscribo su artículo excepto en confundir el centro como ámbito del miedo. El centro es utopía, por ello es también valiente; es la sensatez de la que ud. hala en ocasiones, si no le he entendido mal. Las utopías no existen en los artistas de los que ud. habla, que serían paradigna de la Libertad. Es por ello que tal vez, no son de obstinada moral (ni de ingenuidad natural al modo de Schiller), sino cultivadores del desaliño y la pereza moral (relativismo desorientante).