miércoles, marzo 03, 2010

Niños

Vengo de pasar 4 días en casa de la familia de un viejo amigo. Vive bastante lejos de mi ciudad, así que se trata de un amigo que veo menos de lo que me gustaría. En este viaje lo vi algo desorientado; no parecía centrarse con facilidad. En una de nuestras múltiples y apretadas conversaciones me suelta a bocajarro: “sabes, mi hija me ha hecho una pregunta que no he sabido contestar. Me ha preguntado que por qué los niños son más listos que sus padres”. Claro, mi amigo se encontraba desconcertado, no tanto por la pregunta, que también, cuanto por no saber cuál podía (¿debía?) ser la respuesta.

Yo tampoco quise darle importancia en principio, pero cuanto más estirábamos la conversación más impotentes nos sentíamos. No tengo experiencia personal en la cría de niños pero sí es cierto que uso la observancia de todo cuanto me rodea para intentar aprender algo sobre el ser humano. Antes de que mi amigo me transmitiera sus cuitas yo ya había observado concienzudamente la relación de esa niña de 10 años con sus padres. Y mis conclusiones, en efecto, se parecían bastante a las de la propia niña.

En cualquier caso hice mío su problema, por lo que ya no me abandonó durante el resto de mi estancia en su casa. Yo miraba a la niña y pensaba en mis alumnos, que tienen 9 años más, con el fin de intentar atar cabos usando cierta conjetura asociativa y retrospectiva. Me preguntaba si mis alumnos fueron ya, hace 9 años, más listos que sus padres. Esto es, me preguntaba desde cuándo puede ser cierta esa afirmación que dice que los niños son más listos que sus padres. Porque lo que no me sale es refutar la afirmación de la niña: tengo para mí que, en cierto sentido, es verdadera.

Y no se trata de que sean listos en la medida en que sepan aprovecharse de unos padres minuciosamente estudiados por ellos con el fin de encontrar su debilidad, no, que eso lo vienen haciendo todos los menores desde siempre; de lo que se trata, es que por primera vez puede afirmarse que los niños son más listos que sus progenitores. Y que por lo tanto es la primera vez que los niños lo saben. Y lo usan. Tal situación es la consecuencia de la simultaneidad de cuatro factores que han coincidido en el tiempo y en el espacio debido a la obcecación frívola de unos adultos (padres) imbuidos de relativismo doméstico. A la obcecación y a la pereza.

Los cuatro factores son: la tecnología, la televisión, la inmadurez vital de los padres y su mala conciencia. En efecto, la tecnología hace tontos a unos padres que han tenido que aprender a los 30 años lo que los niños saben desde su estancia en el útero; la televisión les enseña a los niños todo lo que pueden hacer prescindiendo de ética alguna, por lo que el papel de los padres a este respecto es de los convidados de piedra; la inmadurez de los padres crea en los niños los primeros síntomas de desprecio hacia sus educadores; y las concesiones malcriadoras de los padres, devenidas de su mala conciencia, apuntillan el desprecio.

Un niño de 10 años llega y se pone a ver la serie televisiva Patito feo, que es un culebrón en el que los niños actúan como si el sexo fuera lo que para ellos aún no es; se ha conectado la televisión y puesto la serie televisiva que ha querido y cuando ha querido porque sus padres no tienen fuerza moral para dirigir la educación de unos niños crecidos y educados en una desproporcionada autoestima y en un individualismo feroz; cuando llega el fin de semana ve a sus padres haciendo las mismas cosas (estupideces) que hace su hermano de 18 años, como si el tiempo no hubiera actuado en ellos; y por si faltara poco se ve obligado a enseñar a sus padres a instalar el nuevo programa de software.

1 comentario:

Poussino dijo...

Asiento.