lunes, julio 19, 2010

A 9 de Julio de 2011 (la Guerra)

+Ayer la prensa volvía a la carga para decir exactamente lo mismo que ya lleva dicho en otras muchas ocasiones. Mejor: volvió a la carga diciendo lo que en torno al asunto siempre ha dicho. Un extenso reportaje publicado en El Mundo concluía con lo que, a tenor de lo publicado por las estadísticas desde hace ya muchos años, viene siendo COMÚN en la prensa aún a pesar de los matices que cada vez diferencian la noticia devenida del estudio estadístico; ayer: “una de cada cuatro adolescentes tiene posibilidades reales de ser maltratada por un hombre”. Una de cada cuatro, como siempre, pues. (Ver "Lógico odio al hombre en De un espectador cansado, Krausse, pág. 219). Podría decirse que en la noticia el mensaje es perfectamente unívoco y sus objetivos se cumplen ante la falta de verdadera reflexión y análisis. Así, lo que se trasluce de esta noticia, en este “decir lo mismo de siempre” o en este "decir siempre lo mismo", es un mensaje que nadie se atreve a cuestionar: la mujer es (sólo y siempre) una víctima, pues aún cuando 3 de cada 4 mujeres se libren del mal ninguna se librará del hombre, única causa posible del mal. Así pues sabemos, en definitiva y gracias a la prensa y a las encuestas, que una de cada cuatro niñas de ahora sufrirá en el futuro, con toda probabilidad, maltratos en su relación afectiva con un hombre. Sabemos, por tanto, que el hombre acechará y que la mujer será sólo su víctima.

+Ayer una de esas periodistas sin rostro y con cámara al hombro que tan de moda están la televisión entrevistaba a una mujer/paciente en pleno momento de atención “médica”. El programa se dedica a recorrer centros de estética para saber de los motivos que inducen al individuo a acudir a ellos. La paciente es una mujer de entre 45 y 50 años y se encuentra haciéndose una reducción de grasas. La invisible pero locuaz periodista le pregunta acerca de sus motivaciones y la mujer, que se encuentra tumbada y medio somnolienta, gira la cabeza cortésmente para contestar, “lo hago para gustar a mi marido, quiero seguir gustándole a mi marido”. La respuesta parece ofender a la entrevistadora pues como un resorte replica a la entrevistada, “¿así que esto lo haces para gustarle a él, lo haces por él y no por ti misma?”. Ante la contundente ideología manifestada en la réplica la paciente duda, balbucea, no sabe qué decir, se siente acorralada, pasan apenas unos segundos que parecen una eternidad, no sabe si ser Mujer o ser la mujer de su marido, la cámara sigue ahí y ella opta por confirmar su verdad. La mujer se está quitando grasa del cuerpo porque quiere seguir gustándole al hombre que ama.

+El domingo pasado era entrevistada Isabel Allende en el programa televisivo Página 2. Después de explicar la trama de su última novela el simpático presentador le dice algo así como que en el fondo se trata, una vez más, de una novela de amor. A lo que la best seller Allende responde, “por supuesto, en todas mis novelas hay siempre amor porque a la mujer la moviliza el amor, si hay algo que movilice a la mujer es el amor; al hombre lo movilizan otras cosas, la ambición y cosas así, pero lo que moviliza siempre a la mujer es el amor”.

Mutatis mutandi. Todo el mundo conoce la historia de Tiger Woods, uno de los mejores deportistas de todos los tiempos. Poco después de descubrírsele un affaire amoroso extramatrimonial el mundo comenzó a caérsele encima. Comenzaron a salir por todos sitios mujeres que decían y demostraban haber mantenido relaciones sexuales con el deportista. Desde la aparición de la noticia, en menos de una semana ya eran 13 las mujeres que habían contado a los medios de formación de masas sus intimidades con el deportista. La prensa, cómo no, trató a esas mujeres casi como a heroínas que se atrevían a contar una verdad. Y por todos los lados del mundo las mujeres se mostraban satisfechas ante el desenmascaramiento de un traidor. Nada se decía sobre todas esas mujeres que pasado un tiempo “denunciaban”. Nada sobre todas esas mujeres que antes de "denunciar" quisieron (y lo consiguieron) acostarse con un deportista famoso; nada se decía acerca de todas esas mujeres que por deseo propio habían querido mantener relaciones sexuales con un deportista famoso y millonario.

Nada se dijo acerca de todas esas mujeres que en su momento se acostaron con el objeto de su deseo, que era, casualmente (¿), un hombre famoso, millonario, casado y padre de familia, y nada se dijo sobre los motivos que habían inducido a todas esas mujeres a contar después y públicamente sus relaciones íntimas, las relaciones derivadas de su deseo y voluntad. Nada se dijo sobre las motivaciones que pueden llevar a una mujer a acostarse con un famoso millonario casado (al que después podrían denunciar), nada se dijo sobre las motivaciones que pueden llevar a una mujer a contar sus intimidades sexuales con un hombre después de haber mantenido con él unas voluntarias y desinteresadas relaciones sexuales. Nada acerca del deseo (tan extendido, como puede verse en el caso) de tantas mujeres hacia hombres famosos o hacia hombres millonarios. Nada se dijo sobre la, a todas luces monstruosa, necesidad de contar públicamente unas relaciones sexuales íntimas que habían sido el producto del deseo, la voluntad y el ejercicio de la libertad, sobre todo cuando NADA se gana en la narración. Nada se dijo acerca de las mujeres que, sin un porqué sensato, se sumaban al linchamiento público de un hombre público con el que habían mantenido relaciones privadas (por voluntad propia).

Primero comenzaron siendo tres las mujeres que comentaron al mundo sus relaciones íntimas con el tigre, tres que “denunciaron” al tigre. Pero, ¿qué es exactamente lo que “denunciaban”? Nadie nunca nos lo dijo. Después fueron trece. Y cuando superaron la veintena el número pasó a ser lo de menos. La Mujer, una vez más, era la víctima. Pero no la mujer del propio Woods, sino la Mujer. Tal fue el planteamiento del linchamiento. Así, cuando se interpretaban como “denuncias” las narraciones de todas y cada una de las mujeres que iban surgiendo, lo que se iba cavando no era la tumba del pobre tigre sino la de los hombres todos.

Por cierto, de la noticia y su desarrollo sólo supimos una parte, la que precisamente nos fue dada por lo noticiado. Y dejamos de saber todo lo que no “trascendió”, que coincide con ser, además, eso de lo que nunca se hacen eco las estadísticas. Es decir, sólo supimos de las mujeres que “denunciaron” al tigre por ...? y sólo supimos a través de ellas; no de las que no “denunciaron”. ¿O es que el tigre sólo aceptaba tener relaciones sexuales con mujeres solteras?

Da capo. Creer que la Realidad es la que definen los medios es la Única Realidad posible hoy en día. No se trata de creer, como ciertos analistas sicotécnicos del lenguaje, que el acontecimiento no existe sin el señalamiento del mismo lenguaje. Pero tampoco podemos ignorar la retroalimentación que media entre la noticia y la configuración del individuo del hoy. Si el amor se encuentra fuera de los intereses de ese individuo del hoy es debido a lo lejano que se encuentra de sus particulares y zafios intereses, pero también debido al acoso y derribo que sufre desde todos los medios de comunicación que no escapan a una demoledora corrección política.

Si a alguien (una periodista, por ejemplo) le ofende la incontrovertible muestra de amor de un ser (una mujer, por ejemplo) a otro ser (un hombre, por ejemplo) es porque, por fin, ha triunfado el Mal. Si la prensa publica la noticia, cualquier noticia, sólo desde su posibilidad más rentable es porque el Mal se ha instalado (a través de la Opinión Pública) en una sociedad que reclama rentabilidad hasta de sus particulares emociones. Si las mujeres no se sorprenden ante la monstruosidad que emana de una afirmación (sobre los hombres, en este caso) pronunciada por una sensible y amorosa escritora de best sellers (pongamos Isabel Allende) es porque, efectivamente, están en Guerra contra los hombres. La normalidad con la que masivamente se aceptan frases como la de Isabel Allende sólo demuestra que el Horror se ha instalado definitivamente en el imaginario popular.

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