jueves, julio 08, 2010

Misantropía (e intenciones de uso)

Vengo de pasar unos cuantos días retirado. De eso se trataba cuando hace unos días salí de mi casa, de mi ciudad: de retirarme. Para hacer prácticamente lo mismo que hago gran parte del día en mi ciudad y en mi casa, pero en un sitio más aislado, más tranquilo. Sin internet, sin prensa, sin televisión… sin cobertura. Hay gente a la que le gusta viajar para conocer nuevos mundos, a mí me gusta hacerlo para vivir en otro sitio con la misma rutina de siempre. Porque lo que más me gusta del mundo es la rutina. Repudio las ansiedades que generan los viajes y me desagradan el bullicio, la fiesta, “la noche”, el ruido y el ajetreo en general. No me gusta viajar (en sentido literal) precisamente por eso, porque todo viaje lleva incluido ruido, desasosigo, ajetreo. Lo que me gusta es estar en otro lugar, estar unos días en otro sitio. El mismo viaje es el precio que hay que pagar para poder estar en otro lugar. Retirado. Para hacer lo mismo de siempre.

Esta vez me ha bastado un lugar cercano a San Sebastián, rodeado de abrumadora vegetación y de, quizás, demasiados animales. Todo, lo suficientemente apacible como para poder hacer lo que apenas es nada, siendo para mí el todo. Esto es, lo suficientemente apacible como para poder hacer prácticamente lo mismo que hago todos los días en mi ciudad, en mi casa. Hay gente a la que le gusta ir a sitios apacibles para hacer senderismo, rafting, montar a caballo, subirse a una bicicleta, conducir quads, o para, simplemente, reconciliarse con la naturaleza. Son gente a la que, generalmente, le gusta, también, el bullicio y la fiesta, la noche y el baile. Y por eso, cuando viajan a un pueblo acarician a un ternero, pero cuando viajan a una gran ciudad compran souvenirs en la tienda del museo. Siempre, eso sí, pertrechados con una cámara omnipresente que registra todo.

El lugar (leku) escogido esta vez ha sido perfecto por lo bien que representaba mi más incorregible contradicción. Se trataba, por una parte, de un lugar muy solitario (en carretera cortada), pero por otra, muy cercano a Donosti (la gran ciudad). Lo que nos permitía, a M y a mí, salir en búsqueda de la alimentación más oportuna dependiendo del momento y de nuestro estado de ánimo. Sin M nada sería lo mismo.

Me gusta ir de vez en cuando a un nuevo lugar, ciertamente un verdadero “no lugar” dadas mis intenciones de uso. Y no para moverme más sino para estar más quieto. Salgo de mi casa y de mi ciudad, no para conocer más cosas, sino para dedicarme más a las mías propias, a las mías de siempre. Pero guarecido. Con M. Para hacer lo mismo de siempre, pero guarecido. Cada vez me siento más alejado del lugar donde he pasado gran parte de mi vida, mi ciudad. Pero no debido a ella sino debido a mi particular percepción de ella. Cada vez encuentro más confortable los no lugares. Que me guarecen. No es el ruido de mi ciudad lo que me irrita, sino el sórdido silencio con el que ella responde al mío; un ruido, el mío, que me iguala a mis odiosos vecinos, los que abandono cada vez que me traslado a un nuevo lugar. Desprecio a mis vecinos (de siempre) porque todos ven el mismo “programa”, el mismo “partido”. Yo viajo, fundamentalmente, para olvidarme de todo lo que les caracteriza y define: sus chanclas pordioseras, sus lecturas catedralicias, sus malditas aficiones deportivas, sus vulgares fantasías, sus veraneos sudorosos, su pasión por las fiestas populares y sus conversaciones pandilleras. Sólo cuando me encuentro alejado de quienes no saben dónde estoy me siento guarecido. Y además siempre me siento alejado de quien no me conoce (aunque también calce chanclas de goma). Quizá por la ilusión de irresponsabilidad que me genera vivir casi sin ser; por la ilusión de libertad, pues. Pero para que eso suceda, repito, debo hacer, en ese otro lugar, prácticamente lo mismo que hago gran parte del día en mi ciudad, en mi casa. Me gusta estar en mi casa, pero mi casa debería estar siempre en otra ciudad, en otro lugar que no fuera “mío”. Como éste de las afueras de San Sebastián, sin internet, sin cobertura. Con M.

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