miércoles, julio 14, 2010

Autobiografía sin vida (Félix de Azúa)

Una breve historia de la humanidad (o del ser humano) es lo que nos propone humildemente Félix de Azúa en su libro más preclaro. Un historia que nace de la visión particular (sentida) de otra historia, la de la producción simbólica de los seres humanos habitantes de la Tierra. Una historia que avanza al compás de cierto terror, pues cada paso que damos en el control del mundo a través de las representaciones simbólicas nos va despegando de la tierra. Del terror, pues una vez dejadas claras las diferencias que median entre “lo de dentro” y “lo de afuera” (pág 32 y sucesivas) sólo podemos concluir, después de todo, con que “Ahí fuera ya no queda nada” (pág 112). Es la nada con la que se enfrenta de Azúa en su libro más desconsolador y desesperanzador. La vida es esplendor y nada.

En efecto, para de Azúa todo control provenido de un ejercicio representacional “exitoso” implica por fuerza una pérdida. Cada toma de posesión que acompaña todo éxito representacional nos va despegando de la Tierra. A través de la inevitable tendencia (humana) hacia la abstracción. La historia de la producción simbólica implica una historia de desencantamiento constante. Para un niño troglodita crecido rodeado de pinturas rupestres, un caballo (real) es la copia del original (la pintura cavernaria). A partir de ahí de Azúa va analizando todas esas abstracciones que han ido restando consistencia a eso que llamamos “nuestra vida”. La luz multicolor filtrada por las vidrieras de las construcciones góticas condena toda una forma de vida en la que ya no cabe vivir sin pensamiento. La luz gótica unida a la gramática renacentista hace que los espacios sean “cada vez más controlados, dominados, asfaltados y abstractos e intercambiables”. La pintura doméstica holandesa del XVII fue un “ataque feroz, despiadado contra lo más humilde”. Y aquí lo importante es el “contra”, pues convirtiendo un vaso de vino en un signo perfecto condenado a la eternidad se generaba una nueva abstracción que degradaba nuestra consistencia. Después sólo hubo que establecer un ritmo para el ejercicio de la abstracción. Y esa es la historia de la producción simbólica de la humanidad. Vale la pena leer el libro para que sea el propio de Azúa quien con su particular prosa erudita nos la cuente. Según el autor se comienza haciendo ejercicios de abstracción con los dioses, los signos celestes, la luz y los objetos cotidianos y se acaba haciéndolo con “cosas” tan dispares como las revoluciones, los sucesos, la soledad y el propio arte. Magistral, por cierto, la explicación del arte moderno a través del concepto “estado de ánimo único”, en el que el ánimo no puede ser otra cosa sino una mercancía.

Un libro, eso sí, de lectura necesariamente lenta y pausada pues el autor ha decidido no conceder ni un ápice. Autobiografía sin vida es un libro agónico surgido de la impotencia y el autor ha ido siendo devorado por las palabras surgidas (desde fuera) de su desbordante cultura (interior), la que encubre pero no disimula. En contra de lo que ha dicho algún despistado se trata de un libro difícil; es el libro de quien “sabe que la suya es una tarea imposible, pero que se empeña en ella porque es una tarea ética”. Pero no es difícil, por ejemplo, debido a una “gramática continental”, sino debido a la sustitución de ciertas palabras o ideas (que hubieran podido ser fácilmente reconocibles) por figuras retóricas muy selectas. Con una excéntrica adjetivación que además añade más (sin)sentido si cabe.

De la impiedad. Llegado el final del libro el autor expone, según un discurso estricto que lleva años elaborando, su más triste teoría. La literatura ha quedado separada de la poesía (única forma real de conocimiento) a través de, cómo no, un ejercicio de abstracción. La poesía es algo que queda SÓLO para quienes, como los adolescentes, AÚN no saben hablar, mientras que la literatura ha quedado inevitablemente en manos de Josef K.

Y, en efecto, cuando leo este grito sordo y ensordecedor que resuena de la lectura de este desesperanzado libro Autobiografía sin vida veo, sin mirar, a un hombrecillo que espantado se lleva las palmas de la mano a la cara provocando ondas inaudibles pero coloristas; es decir, veo, sin mirar, un munch. Quizá porque, entre otras cosas, todos mis recuerdos están fundamentados en mi imaginación. Y quizá también porque las imágenes que me han ido adviniendo desde mi nacimiento han forjado mi vida. Y para acabar, un consejo a mis pocos lectores: lo mejor que se puede hacer una vez acabada la lectura del libro es hacer un bucle volviendo a la página 11.

Nota. Quien haya cometido el error de comprar el libro de Félix de Azúa en la FNAC habrá recibido un CD de regalo. Pues bien, mi consejo es que, pase lo que pase, NO lo vea. Resulta sumamente más productivo leer algo sintiendo que uno no acaba de entender muy bien las intenciones del autor que escuchar (viendo), como diríamos en Valencia, la “explicación de la falla”.

1 comentario:

francesca dijo...

Reconforta saber que existen tipos por ahí, como Azúa o como usted mismo. Muchas gracias por sus escritos, por la inteligencia que transmiten. Es un placer leerlos a ambos.

Saludos,
francesca