La suma de afirmaciones sensatas no siempre conduce a una verdad. O por decirlo de otra manera: los argumentos inteligentes no siempre son premisas suficientes para generar una afirmación verdadera. La explicación es muy sencilla: los argumentos inteligentes (entendidos como premisas) nunca son suficientes si con el fin de generar una conclusión (pre) determinada escamoteamos los argumentos que pueden cuestionar la misma conclusión.
Por otra parte, la verdad deja de ser un concepto inescrutable cada vez que alguien hace una afirmación categórica. Basta firmar una opinión para que los fantasmas del relativismo hagan mutis por el foro. Todas las columnas de opinión, por ejemplo, son en este sentido víctimas de un fundamentalismo melifluo, o de un antirrelativismo furibundo en cualquier caso. Y siempre, una vez más, con independencia de todo voluntarismo apriorístico. Así: la verdad existe, y emerge cada vez que alguien hace una afirmación concluyente.
La cuestión es que ayer leí una columna del impulsivo Arcadi Espada expresando una opinión contundente. Como siempre, sus argumentos eran casi incontestables, entre otras cosas debido a la sensatez que de ellos se desprendía. Espada es sin duda uno de los mejores periodistas de nuestro país y posiblemente el único que haya teorizado acerca de su profesión con unos resultados más que encomiables. El único defecto que podría achacársele a Espada podría ser entendido también como una virtud: su miedo a la vulgaridad. Así, Espada es un gran pensador (sí, pensador) que se esfuerza demasiado en tener enemigos. Entre otras cosas porque sabe que los amigos le “entenderán”.
La columna era una defensa apasionada, cómo no, de Internet; sobre todo de Internet como forma superior de acceso al conocimiento. Y digo superior porque precisamente se trataba de eso: de defender Internet ante las acusaciones de los para él agoreros tradicionalistas. En efecto, para Espada los críticos con la Red son los que cumplen el papel de conservadores frente a los que, como él, cumplen el papel de modernos. Para el visceral periodista nada ha cambiado desde hace dos siglos, por una parte están los latifundistas y por otra los revolucionarios. Y no es que Espada defienda revolución alguna, sino que se esfuerza por imponer la suya propia. Le encantan los enemigos. Y no es que Espada renuncie a la razón, al revés, sino que a veces le puede la pasión.
Mucho me temo que, una vez más, esta posición respecto a Internet no es más que el fruto de una desmesurada necesidad de confrontación. Espada, repito, le tiene un miedo horroroso a la vulgaridad y, ciertamente, resulta bastante vulgar despreciar las nuevas tecnologías. Pero una cosa es despreciar las nuevas tecnologías, cosa que no hace ninguno de sus posibles enemigos, y otra bien distinta ser crítico con ellas. Me recuerda ésta la vieja polémica nacida con la televisión (o con la imprenta). No hace falta ser muy lúcido para saber que el medio sólo es el mensaje cuando éste se encuentra monopolizado por la estulticia incontrolable o la ambición descontrolada. Así, carece de sentido la defensa de un “hecho”, Internet, que en realidad no tiene enemigos (serios). O por decirlo de otra forma: realmente no hay nadie contra quien luchar, por lo que defender apasionadamente Internet se convierte inevitablemente en una chiquillada.
Internet no puede ser, en este sentido, ni bueno ni malo, por lo que su defensa apasionada sólo puede conducir a mostrar los ases que el defensor guarda bajo la manga. Y si no, ¿contra quién lucha Espada cuando parece molesto? No lo sé. En todo caso se me antoja que lucha contra algún imbécil, pero Espada no busca imbéciles contra los que luchar. ¿Entonces, contra quién? No lo sé, quizá con el enemigo inventado que le gustaría tener. La cuestión es que en el mismo periódico de ayer aparecía, ya en la sección cultural, un artículo que comentaba el último libro del ensayista Nicolas Carr. Su tesis, tan spengleriana ella, es que Internet está resultando una forma precaria de acceso al conocimiento y por tanto nociva en alguna medida. No sé si Carr sería (o es) un “enemigo” intelectual de Espada, pero por lo que a mí se refiere, no tengo nada que objetar ante los argumentos que esgrime Carr. Por mucho que yo use Internet y por muy interesante (y productivo) que me resulte ese uso.
Porque, en efecto, si algo ha quedado claro de las consecuencias de Internet es la incapacidad que demuestra tener su usuario en cuanto a la concentración se refiere. Es absolutamente cierto, por demostrado, que el usuario de Internet no es capaz de mantener una lectura prolongada sobre un tema y que por lo tanto su aprendizaje se encuentra basado en lo fragmentario y en lo epidérmico, y no en lo profundo. Yo, como profesor que analiza día a día a unos alumnos que cada año tienen la misma edad (mientras uno suma años), lo afirmo rotundamente. Esta peculiaridad de uso hace a los usuarios de Internet más hábiles para el corto plazo por cuanto están mejor informados sin realizar grandes esfuerzos. El usuario de Internet es, en este sentido, una persona bien preparada para unos tiempos que corren en la inmanencia. Pero el usuario de Internet que no ha leído textos que requieren concentración (como los que sí ha leído, y en cantidad, Espada) será irremediablemente una persona ligeramente hilvanada al mundo. Eso sin tener en cuenta el uso “inadecuado” que pueda hacerse del medio, que es por otra parte aquél al que más tiempo se le dedica. Otra cosa es que queramos imaginarnos a un usuario de Internet ideal, que es lo que parece hacer el periodista en un curioso ataque de ingenuidad. Pero la verdad es que con un soplido te cargas a la mayoría de internautas.
Podrá argüirse en mi contra que la felicidad la busca cada uno donde le da la gana. Pues vale, pero yo, que soy el que ahora afirmo algo haciendo un inevitable alarde de antirrelativismo, digo que Internet es, respecto al asunto de la adquisición de conocimiento, muy precario. Sobre todo si me atengo a los resultados cotejables y no a sus potencialidades. No puedo salvar el concepto Internet ni por sus posibilidades ni por el uso que de él hacen unos cuantos conversos. Siempre he sentido un cierto rechazo por la literatura de aforismos. Me ha parecido siempre efectista, pretenciosa y demasiado vanidosa: odiosa. En todo caso, si de lo que se trataba era de decir que nadie es quién para hablar de la felicidad de nadie, tampoco habría hecho falta expresar opinión ninguna. Espada es, en definitiva, un loco del hipervínculo. Yo no.
1 comentario:
espada defiende su sueldo y, sí, tmbn cita como esos intelectualoides de los años 90 q pululaban el programa de Dragó. Después de pasarse los años 90 haciendo como q su capitalismo daba lo q la gente quería y q había q ser permisivo con la demanda, el internet les pilló con el culo al aire. donde hace una década hablaban de competitividad, ahora hablan de moral, porque al fin y al cabo siempre jugaban con significantes y significados para defender sus míseros sueldos en grandes mastodontes de medios de desinformación.
Publicar un comentario