He podido tirar a la basura lo que celosamente llevaba acumulando y guardando desde hace algunos años: unos cuantos papeles fotocopiados y varias revistas. Y todo gracias a una novedad editorial. En efecto, el material que guardaba en lugar de fácil acceso en mi biblioteca estaba compuesto por artículos de José Luis Pardo que había ido consiguiendo de manera demasiado azarosa. Todos vinculados de alguna manera al arte o a la estética. Ahora todos esos artículos forman parte del libro recientemente publicado La estética de lo peor. He podido liberar espacio en mi biblioteca y he tenido la oportunidad de releer sus textos de corrido. Doble placer debido a mis circunstancias actuales, las que no vienen al caso.
He de decir, para dejar las cosas claras, que la estética y el arte son materias extraordinariamente difíciles de tratar. Tanto es así que, de hecho, muchos de los filósofos más prestigiosos de ámbito mundial parecen adolescentes cuando se ponen a hablar de arte. No creo que se trate de dar nombres, pero podría decirse que, por ejemplo, tenemos aquí en España maravillosos filósofos (pensadores, mejor) capacitados para hablar de casi cualquier cosa, pensadores que siempre han demostrado poseer grandes conocimientos y mucha sensatez. Sin embargo, cuando les ha tocado hablar de arte han escrito sus textos más arenosos, los más prescindibles. Pensadores expertos en ética y educación, en filosofía de la ciencia, en epicureísmo, en los derechos de los animales, en la historia de la música se han estrellado contra un vidrio traslúcido cuando han querido hablar de esos artefactos que denominamos arte.
Por eso resultan tan bienvenidas dos novedades editoriales: la ya citada de Pardo y la reedición revisada del Diccionario de las artes de Félix de Azúa. Dos libros que podrían por sí mismos eliminar otra buena porción de metros lineales de mi biblioteca. Porque, insisto, son muy pocos los libros sobre arte que verdaderamente puedan aportar verdadero pensamiento a un mundo (el del arte) que, curiosamente, se encuentra dirigido por unos cuantos ricachones snobs y una pandilla de intelectuales sabihondos. Bueno, y por unos cuantos consejeros de cultura calvos y grasientos. Porque, como digo, quienes dirigen los museos, quienes hacen lo propio con la enseñanza del arte y quienes viven de señalar con el verbo; esto es, quienes gobiernan la idea del arte son, en su aplastante mayoría, especímenes evolucionados de un ser posmodernamente rastrero: el becario. La Institución (del arte) sobrevive gracias a su estructura funcionarial, la que sólo exige estrategias y burocracia. Y por eso no hay apenas verdaderos pensadores. Y sí muchas comadrejas bien relacionadas.
En este sentido Pardo resulta más comedido a la hora convertir sus conocimientos en opiniones y Azúa le gana la partida por cuanto consigue convertir sus opiniones en argumentos incuestionables. El valor que le falta al primero -quizá debido a que su pensamiento no lo necesita- es lo que ha hecho del último Azúa el pensador más interesante de los últimos tiempos en lo que respecta a su confrontación con algo que sólo puede ser pensado (desde hace ya mucho tiempo, por cierto) desde su acabamiento. Por tanto, no opiniones sobre los artefactos (de hecho los textos de Pardo que hacen referencia a artefactos artísticos concretos se salvan sólo por su elevada capacidad filosófica), que son precisamente las que no nos hacen falta, sino opiniones que sólo pueden devenir de haber asimilado verdaderamente el acabamiento. Y desde el acabamiento ser original en la lectura que se pueda hacer de la Historia del Arte. Algo que al parecer no están dispuestos a hacer quienes han decidido ganarse la vida en base a mostrar una fe (que a lo mejor ni siquiera poseen) mortecina y agónica, la que les hace parlotear de forma tan torticera como innecesaria. En cualquier caso, ya sólo el primer capítulo del libro de Pardo vale por varios miles de esos libros que se encuentran habitualmente en los anaqueles de la sección de arte de cualquier librería del mundo.
domingo, junio 05, 2011
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1 comentario:
Estupenda reseña, Alberto: me apunto el nuevo de Pardo, que no conocía. Coincidirás conmigo en que el de Azúa, además de lúcido e implacable con la materia que aborda, es, por momentos, divertido hasta la carcajada...
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