Hemos estado gobernados por unos mendas que han estado años comiendo en estrellas michelín y cruzando la calle en Audi. Pero lo que resulta verdaderamente grave es que lo hicieran mientras demostraban su atroz incompetencia. Estamos siendo gobernados por unos mendas que no sólo muestran a diario su atroz incompetencia sino que, además, se permiten el lujo de mentirnos cada vez que abren la boca. Por alguna ¿extraña? razón los políticos españoles han considerado que pueden mentir a diario. Y todo porque, como decía en el penúltimo post, les importamos una higa. Habrá quien vea en esta afirmación una simple y descarada bravuconada pero en realidad es exactamente ahí donde radica el quid de la cuestión, no lo suficientemente señalado. Sólo bastó con que todos los políticos cayeran en la trampa mortal del relativismo hace ya unos cuantos años. Ese relativismo que implantó la Cultura de la Queja y que confirió al ciudadano un falso protagonismo que lo mantuvo entretenido. Así, mientras los ciudadanos disfrutaban de un proteccionismo que les des-responsabilizaba de todo se fue creando un sistema estrictamente individualista. O por decirlo en otros términos: se fue construyendo un mundo al que le sobraban los Grandes Relatos. A los gobernantes les vino muy bien porque usaron la desmitificación como símbolo de pureza y los ciudadanos la acogieron con alegría porque vieron en ella la posibilidad de obtener rédito de la des-responsabilización que se les ponía en bandeja (la des-responsabilización que les llevó a aceptar créditos para comprar cosas que no necesitaban). En España se acrecentó el problema debido a dos factores endógenos: un extraño cainitismo autóctono y una demostrada ineptitud de la clase política respecto a la gestión de ese cainitismo. En España la política se ha ido reduciendo en estos últimos años al ya conocido, y no por ello menos patético, “y tú más”. Y así fue como a la clase política española dejó de importarle el ciudadano de la calle, que por otra parte y a su vez dejó a esa clase política campar a sus anchas mientras hubiera pan y circo. La incompetencia (mezcla de pereza y dejación) se alió con la corrupción simpática (mezcla de maldad y pusilanimidad) y los ciudadanos hicieron la vista gorda hasta que no habiendo cesado el espectáculo (oé, oé, oé, oé y “yo por mi hija mato”) faltó el pan. Pero la suerte estaba echada y los políticos ya campaban a sus anchas ignorando al ciudadano y ensanchando sus bolsillos. Y así fue como el ciudadano llegó incluso a convertirse incluso en un estorbo para quien, a partir de entonces, sólo actuaría para labrar su propio futuro.
Todos los que a la política se dedican desde hace unos años saben, antes que nada, lo que a través de ella se puede conseguir. Por eso aman tanto las componendas; las que saben que se buscan y encuentran igual en el palco del Bernabéu que en un club de golf que en una cumbre que en una contrata; las que se negocian (con el proveedor o el promotor etc.) en un descampado o en un garaje o en una gasolinera. Pero dentro del Audi, un Audi con ventanillas ahumadas. Aman las componendas y se recrean en una frase que cumplen a rajatabla y a costa de lo que sea: “ande yo caliente ríase la gente”. Han conseguido convencerse de que deben mentirnos a diario para preservar un bien supremo; así, nos mienten porque han llegado a convencerse de que es un deber.
Pero más allá de que pudiera existir algún político no corrupto en España lo que caracteriza a los políticos españoles, a todos, es que no saben absolutamente nada del ciudadano, no saben nada de la calle. Y eso, como decía en ese penúltimo post, sólo puede ser un signo de maldad. No saben lo que vale un café en la calle porque son malas personas. No saben nada del ciudadano que tiene que coger el metro a las 6 de la mañana porque son malas personas. Sólo viven pendientes de sus bolsillos porque son malas personas. Y los políticos que no (sólo) viven pendientes de sus bolsillos pero no saben nada de quien se levanta a las 6 de la mañana para coger el metro son malas personas. Y nosotros, los ciudadanos, responsables de nuestras elecciones afectivas.
Sin ir más lejos en el pueblo donde habito, desde las anteriores Municipales y después de dos legislaturas gobernadas por el PP (uno de los partidos mayoritarios), gobierna el PSOE (uno de los dos partidos mayoritarios). Después de su salida del poder el PP ha decidido hacer pública una lista en la que aparecen los sueldos (abusivos, claro) del actual alcalde socialista, así como el de todos sus ayudantes y asesores. Viene de lejos el asunto: el PSOE hizo lo mismo cuando gobernó el otro. Por fin, todos juntos y en perfecta armonía, pronunciando el sofisticado grito de guerra “y tú más”. Pero lo que resulta más curioso en todo este embrollo “teledirigido” es que ¡ninguno de los aludidos demuestra que el espontáneo chivato esté mintiendo! Así, no deja de ser cierto que los políticos que nos gobiernan, TODOS, tanto los que gobiernan en micro como los que lo hacen en macro (en la España cainita), ganan una pasta gansa, nos mienten con desfachatez a diario y sólo dicen la verdad cuando destapan las vergüenzas de sus oponentes. Así, no deja de ser cierto que los políticos que nos gobiernan, tanto los que gobiernan en micro como los que lo hacen en macro, son gente sin escrúpulos. Gente votada por… NOSOTROS y que mantenemos NOSOTROS. Siento ser poco creativo en el final de este panfleto pero no se me ocurre otra solución que mandarlos a la mierda en las urnas, con un voto nulo. A todos.
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