jueves, marzo 28, 2013

Holy Motors


Holy Motors

Lo cierto es que la película Holy Motors cuenta con todos los ingredientes para gustar a los intelectuales, y quizá por eso es situada por ellos como la mejor película del año y una de las mejores de la última década. Afirmación que sólo se hace cargo de una realidad cotejable; en efecto, a los intelectuales les ha gustado mucho Holy Motors. De hecho, es quizás por eso por lo que todas las críticas que se han producido en los medios especializados se parecen tanto entre sí. Y no crean ustedes que los críticos de cine serios se ponen tan fácilmente de acuerdo. Son pocas las películas que logran tanta unanimidad y con los mismos argumentos. Pero cuando eso sucede se debe, casi con toda seguridad, no tanto a la emergencia del lado cinéfilo que todo crítico lleva dentro cuanto a la emergencia de su lado intelectual.

No se trata de defender extemporáneamente el grado cero del “texto”, simplemente me asaltan las dudas: ¿hubiera sido posible abordar la crítica de Holy Motors sin que el autor cobrara tanta importancia? O dicho de otra manera: ¿acaso no era posible ser eficaz en la crítica orillando un poco más al creador?

Quizá, después de todo y dadas las circunstancias, haya sido imposible obviar algunas de esas circunstancias para abordar la crítica: en verdad resulta difícil ignorar los 13 años de inactividad del que aún (¿) se denomina y considera enfant terrible del cine francés. A pesar de que tenga ya más de 50 años. Pero más allá del cansino y cursi apelativo, también ha sido recurrente en todas las críticas el repaso de los encuentros y desencuentros padecidos en el pasado por el autor en base a su relación con el éxito. Ya no cursi, pero igual de cansino.

En cualquier caso todos “saben” de lo que hablan cuando hablan de Holy Motors, pero ¡también cuando hablan de Leos Carax!: todos los críticos aluden a la reciente y traumática muerte de la mujer de Leos Carax, todos saben que el mismo Carax es el personaje del hotel que rompe la pared, todos saben que la niña que aparece detrás de la ventana es su hija, todos reconocen al Señor Mierda porque –al parecer- han visto el capítulo que filmó para Tokio, todos saben del guiño cinéfilo que supone la elección de la actriz que representa a la conductora de la limousine, todos saben de la significancia de la aparición de los viejos almacenes Samaritane, y todos saben que cuando Lavant hace de padre (en una película en donde representa 11 papeles distintos) lo hace disfrazado de Carax. Todo eso y más es lo que saben cuando van a ver la película y eso es de lo que no han podido dejar de hablar cuando después han tenido que opinar.

Es cierto que resulta verdaderamente difícil salirse de todo ese magma de “datos” que sirven para recalentar la opinión. Pero no estaría mal hacer un esfuerzo por librarse de ellos, aunque sólo sea porque sabemos que no resulta necesario. Y aunque después de todo no podamos realmente librarnos de ellos.

La opinión de quien esto suscribe podría resumirse de la siguiente manera: Holy Motors parte de una gran idea, tiene un extraordinario comienzo, su guión está bien estructurado y desarrollado (salvo en alguna secuencia), y la interpretación es impecable. Y a pesar de todo ello creo que se trata de una película que ni alcanza las cotas que pretendía ni alcanza la excelencia que se le atribuye. ¿Qué habría pasado entonces? ¿Cómo podría explicarse esa decepción de la experiencia estética? Una respuesta que no por sencilla deja de ser suficiente es que la película carece de alma. O si se quiere de gracia, que sería lo mismo. Lo que no quiere decir que carezca de interés. Se trata sin duda de una buena película a la que, bajo mi punto de vista, le falla lo esencial del gran cine.

Holy Motors es desde luego una película difícil en la medida en la que las cosas que en ella suceden no son demasiado comprensibles con independencia de su posible significado. O dicho de otra forma: es una película difícil en la medida en que las cosas que en ella suceden carecen de sentido, o al menos de su sentido más previsible o complaciente. Y éste es sin duda el factor más interesante de la película; y también lo que a través del tratamiento concreto de la estructura narrativa la convierte en una buena película. Pero no tratándose de una película que pueda medir sus fuerzas con un blockbuster, las debe medir en cualquier caso con algo. Y ese algo es lo que podríamos denominar eficacia fílmica.  Que vendría a ser la capacidad sensible de conectar adecuadamente la idea con su propia materialización. Y en este sentido Holy Motors promete más de lo que ofrece debido a que su director no ha sido capaz más que de hacer una buena película cuando contaba con uno de los mejores materiales de los posibles.

¿Por qué resulta de alguna forma fallida? Pues precisamente por no haber sabido adecuar el fantástico contenido a una forma sensible superior. O por decirlo de forma rápida: porque las claves de una película onírica –fantástica- no pueden ser claves intelectuales y porque a Carax le ha faltado genialidad. Parece como si todas las escenas y secuencias tuvieran la explicación concreta que se encuentra en posesión del director que las animó; como si todo, en definitiva, tuviera la explicación que el director se hubiera trabajado en la elaboración del guión. Y quizá por ello esa extenuante necesidad de la crítica por recurrir al autor para encontrar/ofrecer explicaciones.

Se habla de película abierta, pero en realidad se trata de una película sumamente cerrada en la medida en que su autor conoce perfectamente sus intenciones (y con independencia de que después el espectador sea capaz de ver más allá de lo ofertado por el yo/autor). Ciertamente la experiencia estética del espectador se encuentra al margen de esas intenciones, pero por eso mismo resulta interesante medir sus logros al margen de la autoría, y en este sentido la película se muestra débil si eliminamos esa figura que ha basado la eficacia del film en su omnipresencia.

Mi experiencia estética no ha podido liberarse de la figura de un autor que sabía lo que hacía, y eso la ha debilitado en la medida en que nada dejaba realmente abierto. Todo lo contrario de lo que sucede en los films de David Lynch, que muchas veces se iban construyendo a base de escenas que ni el mismo Lynch entendía (como él mismo está cansado de explicar). Ese no entender que nada tiene que ver con el no saber. Cuando Lynch genera una narración ininteligible por onírica sabe que algo pasa aunque no sea capaz de entenderlo. Y en ese no entender lo que sucede –tan alejado del saber que todo tiene una explicación concreta- es donde Lynch se ha mostrado como el genio indiscutible que es. Este es el punto de vista que en cada secuencia me evidencia la falta de gracia de Carax en tanto que director y guionista. Hay una evidente falta de adecuación al género que no ha sabido suplir con genialidad alguna. Sí lo ha hecho con eficacia narrativa y con conocimiento del medio, pero sin genialidad.

Como bien sabemos, muchas veces la grandeza de una película se encuentra en aquello que escapa a las intenciones del autor, y de ahí que la crítica haya jugado siempre un papel tan importante. El hecho de que todas las críticas hayan hecho interpretaciones tan parecidas y previsibles no dice precisamente mucho de la película en cuanto al valor por el que se la ensalza, el de la multiplicidad de lecturas posibles. Las que sin duda ofrece cualquier película onírica, pero las que también pueden ser bloqueadas por un exceso de intelectualidad. En definitiva: Holy Motors, una buena película.

Coda. Bajo mi punto de vista, la secuencia del Señor Mierda es sin duda un lastre para el visionado del resto de la película que ya no te abandona hasta el final. Una secuencia absolutamente prescindible si nos atenemos –sólo- a la forma en la que ha sido abordada. La referencia de La Bella y la Bestia no resulta suficiente. Ni las referencias ni los guiños son nunca suficientes, como tampoco los es la búsqueda de complicidades pandilleras.

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