sábado, enero 02, 2016

Belleza y X

Eso de la “belleza interior” lo llevo escuchando toda mi vida, pero qué quieren que les diga, me resulta empalagoso. Más que eso: baboso. Me da a mí que quien hace referencia a ese concepto, claro está por oposición al de belleza, se encuentra en superficie resbaladiza. Y en plano inclinado.

O no. O simplemente se trata de un idiota.

“La belleza del alma”... ¡hay que ser idiota!

La belleza es una primera instancia que nos aborda y nos desborda. Y tal instancia sólo puede ser inmediata. Y percibida por los sentidos.

“Belleza exterior y belleza interior”... ¡definitivamente idiota!

La belleza atrae por su luz propia. Podría decirse que la belleza es luz pura. Y el interior de eso que irradia luz pura es, por definición, oscuro, por mucha “bondad” que pueda contener. Ya hagamos referencia a un valle, una escultura o una persona. El término oscuridad no contendría en este caso ningún aspecto peyorativo y debería entenderse como la otra necesaria y complementaria cara de la dualidad. La belleza es una aparición y sólo remite a la propia belleza en tanto que virtud. Que para eso están las otras, verdad y bondad. El interior de las montañas que conforman un valle es tan oscuro como el subfondo del mismo valle. Y el interior de esa bella actriz está compuesto de vísceras que viven en viscosa oscuridad.

La belleza de un esclavo de Miguel Ángel me desborda y empequeñece al tiempo que me inunda y me eleva. Sólo un papanatas hablaría de belleza interior. Y ya puedes mirarlo una y mil veces que su belleza permanecerá intacta, irradiando la misma luz.
Las personas, en tanto cosas opuestas a las obras de arte, son otro mundo. Su belleza sólo puede ser, a lo sumo, anecdótica. Por lo que puede ser a su vez engañosa. O fatua. Pero hablar de belleza interior es, sobre todo, una cursilada.

Por eso estoy más de acuerdo con Marsilio Ficino que con Ovidio. Y no es más que una cuestión de nomenclatura. No hay dos tipos de belleza, interna y externa, pero sí dos tipos de perfección, la interna y la externa, la bondad y la belleza. Aunque pienso que se trata, al fin y al cabo, de una simple forma de hablar.

Me gustaría saber por qué tanto pensador se emperra en confundir bondad y belleza; conocer las causas de ese empeño en llamar belleza interior a la bondad. Qué metáfora tan facilona, ¿no? ¡Y tan poco propia de aquel cuyo principal cometido es pensar!, ¡y ceñir los conceptos!

¿Qué tiene que ver el amor con un esclavo de Miguel Ángel? Yo se lo diré: nada. ¿Y la bondad? Nada. Sin embargo, en una persona buena el amor se irradia. Hacia afuera, claro. Así, esa bondad no es interior ni exterior, esa bondad se encuentra en los actos, en la acción. En aquello que existe en la medida que repercute.

En cualquier caso, y para acabar: es cierto que siempre me ha fascinado la belleza; o mejor; siempre me dejado fascinar por la belleza, pero si he de ser sincero y conforme pasa el tiempo (años y años), ya cada vez me interesa menos. Incluso por mucho que, ya sin pasión, la disfrute a diario. Lo que verdaderamente me emociona y conmociona es conocer a una buena persona. Eso, eso sí que me produce un inmenso placer. X

No hay comentarios: