Como apuntaba en otro post de este blog escribir no es ni duro ni requiere dosis de exigencia sacrífica. Otra cosa bien distinta es aceptar la dificultad que entraña configurar, a través del verbo escrito, el Verdadero Mundo (y no “otros mundos”, por mucho que estén en éste). Y otra cosa, también, es que debido a esa dificultad haya pocos escribientes dedicados a la verdadera escritura.
Muchos son los que lo intentan, pero pocos son los elegidos. Muchos lo hacen con sabiduría, otros con cierto talento, otros con genio, y otros con ingenio, pero casi nadie con maestría, la maestría que conjuga excelencia y todo lo anteriormente apuntado. Hay veces que leyendo a Azúa me pasa lo que sólo me pasa en tan raras como infrecuentes ocasiones: que lloro. Lo expresé de otra forma hace tiempo en una reseña que hice de un libro suyo para la revista Archipiélago. Dije: “con Azúa uno no dice me muero de risa; dice más bien, me muero, qué risa”. Te ríes, pues. Llorando. Te aproximas a la muerte (Nada) riendo y llorando (puro esplendor).
No es este el momento de revisar su excelsa producción (soy lector compulsivo, no crítico), sólo es momento de analizar una minúscula parte de la misma (como forma de aprendizaje de la decepción). Una cualquiera. Sin ir más lejos: la última, la que me ha hecho tomar la decisión de hablar de Azúa. “Te voy a dar una lección”, extraño título para venir de quien viene, pero perfecto para los efectos.
Una vez más no es de Hegel de lo que nos habla Azúa, ni de los hegelianos, ni de sus intérpretes, ni de sus traductores, ni de filosofía, ni de traducción, ni de historia, ni de la muerte, ni del pensamiento, ni de literatura. “Simplemente” nos incita a pasar dignamente por este valle de lágrimas. Con elegancia soberana; es decir, con sentido del humor.
Para remitirnos a la “normativa” romántica, la que consistía en descreer de la tangible dimensión humana dice Azúa:
La obra maestra, como Ícaro, ha de terminar hundiéndose en el mar tras haber divisado la orla del sol.
LA comparación (Ícaro), con su hundimiento, pero con avistamiento previo. Perfecto
Para transmitirnos las sensaciones que le producen la fragmentariedad de sus lecturas dice Azúa:
La impresión del lector es similar a la del turista que pasea por el foro romano y va sorteando columnas verdaderas, trozos de escultura, reconstrucciones, imitaciones, sin acabar de distinguir the "real thing".
Turistas de Hegel. En cualquiera de los casos. Perfecto.
Para explicar lo excesivo de quien además es fragmentario dice Azúa:
Como tantas obras excesivas, la Estética de Hegel es un campo de ruinas, un sendero de fragmentos. Eso sí, con cada uno de esos fragmentos podemos edificar palacios.
Campo de ruinas, sí, pero con advertencia: como no todo el mundo ve lo mismo en una ruina, lo que podamos hacer con ella es cosa de cada uno. “Podemos” edificar palacios, pero también “podemos” tropezar con los deshechos de la herencia.
Para hablar de fidelidad al origen, nos remite Azúa a la Música y nos conculca la sobriedad. Minimalismo hermenéutico pues.
Así como los musicólogos de 1960 limpiaron a Bach de sus adherencias burguesas y le libraron de aquella grasa wagneriana que lo había convertido en un elefante trompetero, así también los actuales investigadores están reconstruyendo la Estética de Hegel a partir de manuscritos más discretos y fiables que el de Hotho.
Adherencias burguesas; grasa wagneriana; elefante trompetero (sin citar a Gould). En fin, discreción y fiabilidad ante la aventura de interpretar
Allí aparece de un modo más inmediato la lejana voz de Hegel, aunque con acento francés, lo que siempre le añade un fondo de acordeón.
Lo del acordeón no tiene precio. Pero, insisto, lo del acordeón se repite en todos sus textos.
Elegancia, sabiduría, precisión y sutileza frente a magalomanía, culturalismo, concreción e ironía, características todas estas últimas, comunes a la práctica totalidad de opinadores mediáticos.
Juraría que una vez, seguramente por despiste, me pasé al blog de unos de sus compañeros de boomeran. Uno de los comentaristas le decía a otro algo así como “déjate de opinar en este blog, que donde se cuece todo es en el de Azúa”. Y es cierto:
Cada vez más reaccionario Azúa no es de los que hipoteca el presente ante un futuro siempre incierto. Como buen reaccionario (no sé si a él le gustaría este calificativo) no es optimista. Ser optimista sería algo parecido a ser idiota, algo por cierto de lo que Azúa sabe mucho.
Me parece estar oyendo a Azúa en su última conferencia: “Reíd, reíd, pero cuando yo me muera todos desapareceréis”.
Addenda a los pocos lectores de mi blog. Si ustedes tienen verdaderamente poco tiempo para dedicar lecturas a través de una pantalla, no se lo piensen: dejen de leer este y lean a Azúa.
Muchos son los que lo intentan, pero pocos son los elegidos. Muchos lo hacen con sabiduría, otros con cierto talento, otros con genio, y otros con ingenio, pero casi nadie con maestría, la maestría que conjuga excelencia y todo lo anteriormente apuntado. Hay veces que leyendo a Azúa me pasa lo que sólo me pasa en tan raras como infrecuentes ocasiones: que lloro. Lo expresé de otra forma hace tiempo en una reseña que hice de un libro suyo para la revista Archipiélago. Dije: “con Azúa uno no dice me muero de risa; dice más bien, me muero, qué risa”. Te ríes, pues. Llorando. Te aproximas a la muerte (Nada) riendo y llorando (puro esplendor).
No es este el momento de revisar su excelsa producción (soy lector compulsivo, no crítico), sólo es momento de analizar una minúscula parte de la misma (como forma de aprendizaje de la decepción). Una cualquiera. Sin ir más lejos: la última, la que me ha hecho tomar la decisión de hablar de Azúa. “Te voy a dar una lección”, extraño título para venir de quien viene, pero perfecto para los efectos.
Una vez más no es de Hegel de lo que nos habla Azúa, ni de los hegelianos, ni de sus intérpretes, ni de sus traductores, ni de filosofía, ni de traducción, ni de historia, ni de la muerte, ni del pensamiento, ni de literatura. “Simplemente” nos incita a pasar dignamente por este valle de lágrimas. Con elegancia soberana; es decir, con sentido del humor.
Para remitirnos a la “normativa” romántica, la que consistía en descreer de la tangible dimensión humana dice Azúa:
La obra maestra, como Ícaro, ha de terminar hundiéndose en el mar tras haber divisado la orla del sol.
LA comparación (Ícaro), con su hundimiento, pero con avistamiento previo. Perfecto
Para transmitirnos las sensaciones que le producen la fragmentariedad de sus lecturas dice Azúa:
La impresión del lector es similar a la del turista que pasea por el foro romano y va sorteando columnas verdaderas, trozos de escultura, reconstrucciones, imitaciones, sin acabar de distinguir the "real thing".
Turistas de Hegel. En cualquiera de los casos. Perfecto.
Para explicar lo excesivo de quien además es fragmentario dice Azúa:
Como tantas obras excesivas, la Estética de Hegel es un campo de ruinas, un sendero de fragmentos. Eso sí, con cada uno de esos fragmentos podemos edificar palacios.
Campo de ruinas, sí, pero con advertencia: como no todo el mundo ve lo mismo en una ruina, lo que podamos hacer con ella es cosa de cada uno. “Podemos” edificar palacios, pero también “podemos” tropezar con los deshechos de la herencia.
Para hablar de fidelidad al origen, nos remite Azúa a la Música y nos conculca la sobriedad. Minimalismo hermenéutico pues.
Así como los musicólogos de 1960 limpiaron a Bach de sus adherencias burguesas y le libraron de aquella grasa wagneriana que lo había convertido en un elefante trompetero, así también los actuales investigadores están reconstruyendo la Estética de Hegel a partir de manuscritos más discretos y fiables que el de Hotho.
Adherencias burguesas; grasa wagneriana; elefante trompetero (sin citar a Gould). En fin, discreción y fiabilidad ante la aventura de interpretar
Allí aparece de un modo más inmediato la lejana voz de Hegel, aunque con acento francés, lo que siempre le añade un fondo de acordeón.
Lo del acordeón no tiene precio. Pero, insisto, lo del acordeón se repite en todos sus textos.
Elegancia, sabiduría, precisión y sutileza frente a magalomanía, culturalismo, concreción e ironía, características todas estas últimas, comunes a la práctica totalidad de opinadores mediáticos.
Juraría que una vez, seguramente por despiste, me pasé al blog de unos de sus compañeros de boomeran. Uno de los comentaristas le decía a otro algo así como “déjate de opinar en este blog, que donde se cuece todo es en el de Azúa”. Y es cierto:
Cada vez más reaccionario Azúa no es de los que hipoteca el presente ante un futuro siempre incierto. Como buen reaccionario (no sé si a él le gustaría este calificativo) no es optimista. Ser optimista sería algo parecido a ser idiota, algo por cierto de lo que Azúa sabe mucho.
Me parece estar oyendo a Azúa en su última conferencia: “Reíd, reíd, pero cuando yo me muera todos desapareceréis”.
Addenda a los pocos lectores de mi blog. Si ustedes tienen verdaderamente poco tiempo para dedicar lecturas a través de una pantalla, no se lo piensen: dejen de leer este y lean a Azúa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario