lunes, noviembre 27, 2006

Violencia Terrible

No vienen al caso los motivos, pero tenía que hacer unas fotos a una niña que rondara los diez años. Corrí la voz en conocidos y amigos hasta que me llamó la amiga de una amiga ofreciéndose para que se las hiciera a su hija. Después de llegar a un acuerdo con ella concerté la cita. Llaman al timbre de mi puerta el día señalado y a la hora en punto, abro la puerta y aparece la madre con dos niños que, en un visto y no visto, desaparen a mis espaldas. Ella me saluda al tiempo que se disculpa, primero por haber venido con otro niño no previsto para la sesión y después por el uso del mando a distancia de la televisión que el susodicho hijo ya estaba haciendo sin permiso alguno (lo había buscado, encontrado y usado en el tiempo que su madre me daba los dos besos del saludo). Le lanza un aviso verbal pero el niño la ignora con una elegancia pavorosa. La niña, por su parte, se encontraba desaparecida. Al oir su nombre de modo reiterado aparece de entre la penumbra del final de la casa. Supongo que ya se la conocía entera.
Mi perplejidad, he de confesarlo, era total. Jamás había visto una actitud tan salvajemente irrespetuosa en una visita social de estas caraterísticas. La madre era exactamente lo contrario de los niños: dulce, educada y sumamente agradable (y todos, “ de buena familia”, como se decía antes). Les estuvo llamando la atención mientras ellos usaban mi casa como si fuera un salón de recreo. En menos de dos o tres minutos la niña descubrió la pequeña escalera por donde se accede al altillo donde yo trabajo y sin preludios de ningún tipo se dispuso para la subida. Los reflejos de una madre prevenida consiguieron atajar la escalada sujetando a su hija por los tobillos. Yo aproveché para ponerme serio por primera vez y dije que a hí no se podía subir, entre otras cosas, porque era peligrosa la escalera y no quería disgustos. Caso omiso de la pequeña. Estampa: la madre sujetando a su hija por los tobillos y suplicándole que renunciara a su intención, la hija pidiendo ser soltada para conseguir su objetivo. Duración: dos o tres minutos en la misma posición. Eternos y desconcertantes minutos.
Voy a saltarme la narración de lo sucedido durante la sesión fotográfica pero he de reconocer que lo pasé mal porque no hubo forma de tener al niño presente. Así, mientras intentaba controlar a la rebelde niña para la foto, yo imaginaba al niño abriéndome todos los cajones de la casa. Por supuesto: oídos sordos a las reiteradas llamadas de la madre. Acaba, pues, la sesión. El niño se había colocado un canal de dibujos animados (del que yo no era siquiera conocedor) y se encontraba absolutamente absorto. Al ver a su hermanito plácidamente sentado la niña se lanza a su vera apartando los cojines del sofá. La madre comienza a pedirles que se levanten y que se pongan los abrigos para poderse ir a cenar a casa. Los niños ni la miran. Tal y como se habían desarrollado los acontecimientos comienzo a temerme lo peor. Pero me quedo corto. La madre, con el abrigo puesto y suplicándoles que se levantaran, parecía casi casi un payaso.
Cuando con la voz un poquito más firme dijo “me estáis haciendo quedar mal ante Alberto, así que haced el favor de levantaros que nos vamos”, la ñiña respondió, “yo me quiero quedar y tengo hambre”. Salí yo en ayuda de la madre diciendo, “no me parece bien esto que les estáis haciendo a vuestra madre; está pasándolo mal y no sois nada comprensivos con ella” (como no tengo experiencia con niños no se me ocurrió nada mejor). A mí sí me miraba la niña pero con una mueca de adulta.
La madre coge entonces a la niña por las muñecas con algo más de energía y ésta se tira al suelo gritando su hambre. Así la madre: “pues vamos a cenar a casa”. Así la niña: “yo quiero cenar aquí”. En vista del éxito obtenido se dirige al absorto hermano, para quien ninguno de nosotros parecía existir. Intenta la misma estrategia con él: le coge de las muñecas y estira. Entonces el niño hace un gesto de dolor (grandilocuente y exagerado, pero medido sin duda), la madre lo suelta e, imediatamente, le pide disculpas. Así la madre dos veces consecutivas: “No te he querido hacer daño cariño, perdona”. Pero él ya está absorto de nuevo con los dibujos animados. Yo no sé qué hacer y ya no sé qué decir. El tiempo pasa y allí estamos la madre y yo de pie... esperando. Y allí están los dos niños sentados en el sofá, ignorándonos... en pariencia. Parecemos los dos casi casi unos payasos. En fín, violencia extrema. Soterrada si se quiere, pero extrema, sobrecogedora.
Esto sucedió no hace más de una semana y el motivo que me ha incitado a contarlo es lo leído en prensa en el día de hoy, Día Mundial Contra la Violencia de Género: de una parte el editorial sobre el tema en cuestión y de otra una entrevista a Pilar Elías. En el editorial (que además expresa lo que vox populi piensa) se dice, “...sería un error no empezar a mirar con preocupación cómo la viloencia acampa allá donde más debería estar proscrita: la familia y la escuela”. No sé exactamente qué quiere decirnos el periodista, lo que sí sé es que, muy probablemente, los niños de mi experiencia no sufran ninguna violencia en la familia y que también es muy probable que no la sufran en la escuela. Pero también es muy probable que esos niños sí vivan alguna violencia en la escuela porque lo que es seguro es que la viven en su familia. La que ellos practican. Y los que la practican son los que más saben de ella.
En la entrevista, Pilar Elías, viuda a la que “le ha tocado convivir” con el asesino de su marido dice “...cada vez es peor el odio con el que me miran muchos jóvenes por la calle. ¡No sé cómo se puede mirar con tanta rabia!”

2 comentarios:

juan diez del corral dijo...

Ha muerto el rey, pero por suerte vivimos en democracia.
Loado seas por comentario tan estupendo. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Maravilloso Post.
Alberto, desde luego tienes
un punto y eso de un tiempo a esta parte es mucho.

Salud