Es de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia, si bien el recuerdo es nítido, quizá por cotidiano y reincidente: recuerdo a mi madre como el auténtico corazón de la casa, del hogar.
Eran otros tiempos. Tiempos de patriarcalismo; un patriarcalismo furibundo y machista.
Es cierto que quien traía el dinero a casa era mi padre y no es menos cierto que era él quien lo traía porque era él quien debía trabajar para sacar adelante a la familia. Él, quisiera o no, le gustara o no, era quien DEBÍA trabajar para que la familia pudiera sobrevivir. Ésa era su función.
Sin embargo, una de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia, si bien el recuerdo es nítido (quizá por cotidiano y reincidente) es a mi madre como el auténtico corazón de la casa, del hogar. Todo giraba en torno a ella: las decisiones importantes de la familia, la administración de todos los recursos, la educación de todos nosotros... Por no decir que sin ella nada habría sido posible en aquella familia tan patriarcal en la que el hombre ejercía un poder que ahora se siente como tirano y despótico por anacrónico respecto a la actualidad.
Es otra de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia, si bien el recuerdo es nítido, quizá por frecuente y reincidente: recuerdo a todas y cada una de las madres de todos mis amiguitos siendo, como mi madre, los auténticos corazones de sus respectivas casas, de sus hogares.
Es cierto que eran sus padres quienes traían el dinero a casa y no es menos cierto que eran ellos quienes lo traían porque era ellos quienes debían trabajar para sacar adelante a sus familias, les gustara o no. Pero cuando yo iba a sus casas eran ellas, las madres, las verdaderas dueñas de SUS casas. Eran ellas, las madres, la personificación auténtica del Poder, con todo lo que ello conlleva. Eran ellas quienes controlaban la economía y la salud de todos los componentes de la familia. Y donde se encuentra el control de la salud y la economía se encuentra el verdadero poder.
El recuerdo es nítido, quizá por cotidiano y reincidente: recuerdo a mi madre como el auténtico corazón de la casa, del hogar. Tanto es así, y tanto me ha marcado aquella época patriarcal en la que los hombre dominaban el mundo (según cuentan), que las madres de ahora me parecen unas pobres infelices. O mejor, unas víctimas de su merecido éxito reivindicativo.
Addenda. Mi buena amiga R. ha tenido un hijo hace un par de meses. Ella, que se considera feminista, está acabando una tesis doctoral que, cómo no, se encuentra vinculada a un tipo de feminismo concreto (y por tanto se conoce toda la bibliografía habida y por haber respecto al tema). Ante una pregunta nada ingenua, me contaba ayer que no había podido comprarle nada a su hijo que no fuera azul (de ropa, se entiende); que ella misma se sorprendía ante el hecho de que le resultara prácticamente imposible comprarle algo rosa pero, y esto es lo verdaderamente revelador, que tampoco la cosa era para darle demasiada importancia.
Si yo hace unos meses hubiera querido quitar importancia a cosas relativas a lo educacional (convenciones socio-culturales), como vestir a los niños de azul y a las niñas de rosa o el regalar pelotas a unos y muñecas a otras, mi amiga me habría acribillado a insultos (supongo que cariñosos pero insultos al fin y al cabo). Pero había tenido un hijo, lo tenía en sus brazos y sólo podía ir... de azul. “La sociedad sigue siendo machista -dice mi amiga R.-, el que yo vista de azul a mi niño y le regale un balón no tiene importancia alguna, porque lo que hace machista a la sociedad es el lenguaje, los medios, los magnates, etc.”
De esta forma, el perfecto paradigma de mujer feminista que hacía “unos días” achacaba todo el mal a la perpetuación de unas costumbres (convenciones socio-culturales) machistas restaba importancia a un tema que ahora carecía, según sus propias palabras, de “trascendencia real”. Dejaba el testigo del mal, eso sí, a los otros, siempre hombres, por supuesto. Y lo hacía quitando importancia a todas esas cosas que tanta importancia tenían cuando podían ser usadas contra alguien. Ella era (seguía siendo), como todas las demás mujeres -según sus palabras-, víctima del poder, que es masculino.
R. Ha decidido, dada su coyuntura, que el verdadero problema (ya) no se encuentra en la educación, puesto que la educación abarca cuestiones en su mayoría superadas por gente de su generación. No se encuentra en la educación, claro, porque si así fuera ella debería considerarse culpable. Así pues, repito, para mi amiga el verdadero problema (ya) no se encuentra en la educación. Se encuentra, porque sigue encontrándose... en el hombre, en el hombre que controla el mundo, en el hombre que tiraniza a la mujer, en la sociedad, que no es más que lo que el hombre ha constituido a su imagen y semejanza, en el lenguaje, que el hombre ha construido para dominar el mundo, su mundo.
Eran otros tiempos. Tiempos de patriarcalismo; un patriarcalismo furibundo y machista.
Es cierto que quien traía el dinero a casa era mi padre y no es menos cierto que era él quien lo traía porque era él quien debía trabajar para sacar adelante a la familia. Él, quisiera o no, le gustara o no, era quien DEBÍA trabajar para que la familia pudiera sobrevivir. Ésa era su función.
Sin embargo, una de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia, si bien el recuerdo es nítido (quizá por cotidiano y reincidente) es a mi madre como el auténtico corazón de la casa, del hogar. Todo giraba en torno a ella: las decisiones importantes de la familia, la administración de todos los recursos, la educación de todos nosotros... Por no decir que sin ella nada habría sido posible en aquella familia tan patriarcal en la que el hombre ejercía un poder que ahora se siente como tirano y despótico por anacrónico respecto a la actualidad.
Es otra de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia, si bien el recuerdo es nítido, quizá por frecuente y reincidente: recuerdo a todas y cada una de las madres de todos mis amiguitos siendo, como mi madre, los auténticos corazones de sus respectivas casas, de sus hogares.
Es cierto que eran sus padres quienes traían el dinero a casa y no es menos cierto que eran ellos quienes lo traían porque era ellos quienes debían trabajar para sacar adelante a sus familias, les gustara o no. Pero cuando yo iba a sus casas eran ellas, las madres, las verdaderas dueñas de SUS casas. Eran ellas, las madres, la personificación auténtica del Poder, con todo lo que ello conlleva. Eran ellas quienes controlaban la economía y la salud de todos los componentes de la familia. Y donde se encuentra el control de la salud y la economía se encuentra el verdadero poder.
El recuerdo es nítido, quizá por cotidiano y reincidente: recuerdo a mi madre como el auténtico corazón de la casa, del hogar. Tanto es así, y tanto me ha marcado aquella época patriarcal en la que los hombre dominaban el mundo (según cuentan), que las madres de ahora me parecen unas pobres infelices. O mejor, unas víctimas de su merecido éxito reivindicativo.
Addenda. Mi buena amiga R. ha tenido un hijo hace un par de meses. Ella, que se considera feminista, está acabando una tesis doctoral que, cómo no, se encuentra vinculada a un tipo de feminismo concreto (y por tanto se conoce toda la bibliografía habida y por haber respecto al tema). Ante una pregunta nada ingenua, me contaba ayer que no había podido comprarle nada a su hijo que no fuera azul (de ropa, se entiende); que ella misma se sorprendía ante el hecho de que le resultara prácticamente imposible comprarle algo rosa pero, y esto es lo verdaderamente revelador, que tampoco la cosa era para darle demasiada importancia.
Si yo hace unos meses hubiera querido quitar importancia a cosas relativas a lo educacional (convenciones socio-culturales), como vestir a los niños de azul y a las niñas de rosa o el regalar pelotas a unos y muñecas a otras, mi amiga me habría acribillado a insultos (supongo que cariñosos pero insultos al fin y al cabo). Pero había tenido un hijo, lo tenía en sus brazos y sólo podía ir... de azul. “La sociedad sigue siendo machista -dice mi amiga R.-, el que yo vista de azul a mi niño y le regale un balón no tiene importancia alguna, porque lo que hace machista a la sociedad es el lenguaje, los medios, los magnates, etc.”
De esta forma, el perfecto paradigma de mujer feminista que hacía “unos días” achacaba todo el mal a la perpetuación de unas costumbres (convenciones socio-culturales) machistas restaba importancia a un tema que ahora carecía, según sus propias palabras, de “trascendencia real”. Dejaba el testigo del mal, eso sí, a los otros, siempre hombres, por supuesto. Y lo hacía quitando importancia a todas esas cosas que tanta importancia tenían cuando podían ser usadas contra alguien. Ella era (seguía siendo), como todas las demás mujeres -según sus palabras-, víctima del poder, que es masculino.
R. Ha decidido, dada su coyuntura, que el verdadero problema (ya) no se encuentra en la educación, puesto que la educación abarca cuestiones en su mayoría superadas por gente de su generación. No se encuentra en la educación, claro, porque si así fuera ella debería considerarse culpable. Así pues, repito, para mi amiga el verdadero problema (ya) no se encuentra en la educación. Se encuentra, porque sigue encontrándose... en el hombre, en el hombre que controla el mundo, en el hombre que tiraniza a la mujer, en la sociedad, que no es más que lo que el hombre ha constituido a su imagen y semejanza, en el lenguaje, que el hombre ha construido para dominar el mundo, su mundo.
1 comentario:
Las madres con hijos varones empiezan por no darle importancia al hecho de no poder vestir a sus hijos de rosa y terminan siendo matriarcas que educan en el machismo.
Yo creo que a estas alturas dónde se han perdido muchas cosas y tanto hombres como mujeres no saben cúal es su papel o función dentro de la familia y la sociedad, la que sigue llevando el peso de la educación es la madre, y esas mismas madres ahora muy feministas y liberales, enseñan por ejemplo a hacer las tareas domésticas y presumen de ello: “mi hijo se hace la cama”, “mi hijo friega los platos”, etc. (todo esto en el caso que ellas sepan hacerlo, y no tengan una persona a sueldo en su casa que lo haga por toda la familia, claro). Resumiendo enseñan todas esas cosas con las que uno debe saber defenderse cuando va sólo por la vida, sin su madre, claro, pero eso no significa que la madre les enseñe a compartir esas mismas tareas con una mujer que no sea ella.
Enseñar todo eso está muy bien, ¡que feminitas son las madre!, pero esa misma madre, trabajadora además fuera de casa, nada le enseña a su hijo de la desigualdad que existe por ejemplo ante el mismo puesto de trabajo entre el salario de un hombre y el de una mujer, nada le enseña sobre el respeto hacia la pareja, porque se impone por narices la igualdad.
En fin ya me he cansado de escribir porque empiezo y no tendría fin sobre todo en este tema. Es cierto que el hombre ha sido el causante del machismo durante muchos siglos pero mientras no se me demuestre lo contrario seguiré pensando que si las nuevas generaciones son machista es por culpa de las madres.
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