En otra ocasión dije, “lo políticamente correcto es aquello de lo que indefectiblemente todo el mundo se desentiende”. Es decir, es aquello de lo que nadie cree participar y de lo que, al menos en público, todos quieren renunciar, precisamente, por lo que en última instancia es: una exquisita forma de censura, la que induce a la autocensura a todo aquel que quiera medrar. Por eso no debe extrañarnos que, después de todo, no haya otra cosa que corrección política en la práctica totalidad de lo publicado. Ni que, por eso mismo, el desaguisado sea terrible: la Opinión Pública (la que representa mediáticamente al pueblo) no coincide con la opinión ciudadana. O por decirlo de otra forma: la opinión real de la sociedad no coincide para nada con la única Opinión Real, la que conforman los medios de masas. Extraña pero comprensible paradoja devenida del uso de dos conceptos manipulados por la retórica hasta la extenuación: opinión y real.
Por eso, en su momento añadí: “Desengañémonos: la hiperasentada corrección política de los medios de comunicación y de los sistemas académicos no es una práctica, ni progre ni reaccionaria [...] es una práctica que se funda en las buenas intenciones, algo tan ambiguo –y tan magnífico- que sirve de igual forma para justificar lo reaccionario y lo progre. E incluso cosas peores. Práctica, pues, en la que la Opinión Pública siempre expresa (opina) lo que debe, con independencia de lo que la sociedad piense.
El pensamiento es, pues, único, en la medida en que no se permite que pueda ser de otra forma. Por lo tanto, la maleficiencia de ese pensamiento único se expone, tanto en lo que se expresa como en lo que no se permite expresar. Cuando por unas circunstancias o por otras (por unos intereses o por otros) ese sistema de funcionamiento basado en la corrección se fractura a partir de una fisura, lo que fundamentalmente queda en evidencia son las pruebas que demuestran la existencia del pensamiento único, un pensamiento que es único aun incluso a pesar de las disonancias que ha provocado la fracturación de un sistema rápidamente reconstruido”.
Por eso, en su momento añadí: “Desengañémonos: la hiperasentada corrección política de los medios de comunicación y de los sistemas académicos no es una práctica, ni progre ni reaccionaria [...] es una práctica que se funda en las buenas intenciones, algo tan ambiguo –y tan magnífico- que sirve de igual forma para justificar lo reaccionario y lo progre. E incluso cosas peores. Práctica, pues, en la que la Opinión Pública siempre expresa (opina) lo que debe, con independencia de lo que la sociedad piense.
El pensamiento es, pues, único, en la medida en que no se permite que pueda ser de otra forma. Por lo tanto, la maleficiencia de ese pensamiento único se expone, tanto en lo que se expresa como en lo que no se permite expresar. Cuando por unas circunstancias o por otras (por unos intereses o por otros) ese sistema de funcionamiento basado en la corrección se fractura a partir de una fisura, lo que fundamentalmente queda en evidencia son las pruebas que demuestran la existencia del pensamiento único, un pensamiento que es único aun incluso a pesar de las disonancias que ha provocado la fracturación de un sistema rápidamente reconstruido”.
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