Menos mal que me colaron por la puerta falsa. Aun existiendo un estricto control horario de grupos concertados, la cantidad de gente que se agolpaba en la puerta principal me habría hecho desistir con toda seguridad. Gente revoloteando en los derredores de la Fundación: espectadores a la espera, guardias de seguridad, personajes con pinganillo dando y recibiendo información del estado de las cosas, guías culturales, azafatas, despistados que no habían concertado cita, controladores de detección de armas y explosivos... y muchos vendedores de lotería.
Dentro las cosas no mejoraban: grupos de gente guiados por todas partes. Un guía para cada cuadro, un cuadro para cada grupo. Rotación de grupos. Nada de individuos, todo en colectivo, todo guiado, todo con guión. 14 enormes cuadros bajo el título Visiones de España traídos desde Nueva York para ser exhibidos por primera vez en España. 14 enormes cuadros que intentan reflejar la España de la época. 14 enormes cuadros que fueron encargados por un millonario americano amante de España. Me acerco a los guías y compruebo que dicen lo que no pueden dejar de decir y con los adjetivos adecuados por oportunos. Dicen, también, lo que se espera que digan. Algo así como “Viva Sorolla y viva España”.
La prensa que se ha hecho cargo de la noticia también ha circulado por esa misma línea; elogios hipebólicos y agradecimiento infinito a los rescatadores de estas “obras maestras”. Revisionismo enaltecido por todos, pues. Siete páginas en El País son perfectamente representativas de esta recuperación revisionista. Los elogios se muestran tanto de forma explícita como de forma implícita: “El conjunto es un trabajo de primer orden y varios de los paneles son auténticas obras maestras del arte vigésimo secular”. Y no parece haber vuelta atrás por parte de nadie, “viva Sorolla y viva España”. En cualquier caso, lo más sorprendente del evento se encuentra en el fin último de la empresa, que no es tanto reivindicar a Sorolla cuanto reivindicar éstas las llamadas obras maestras de su vida. O por decirlo de otra forma, la reivindicación del artista se produce, no tanto en función de su inmensa producción lúdica-festiva-lumínica cuanto por lo que emana del conjunto de los pretenciosos y ambiciosos murales exhibidos.
Y efectivamente, no debe confundirse el naturalismo pictórico con el tradicionalismo académico, pero por eso mismo es aquí donde mi opinión se vuelve agresiva. Porque son estos de aquí, precisamente, cuadros mucho más cercanos a Alisal, Carbonero y Gisbert que a los producidos por la primera gran vanguardia histórica. Sobre todo si sabemos que los citados pintores produjeron sus obras maestras más o menos en pleno estallido del Impresionismo. Pintar uno de estos murales (que ahora exhibe la Fundación) en los años veinte resulta infinitamente más rancio que pintar unos simples bañistas en los años ochenta del XIX. La temática no debe confundirnos, pues el tradicionalismo académico puede consistir en ordenar y el componer “objetos” de forma naturalista. Así, lo que está haciendo Sorolla con estos murales es, en todo caso, tradicionalismo naturalista: un aburrimiento.
Los guías, eso sí, se traicionaban a sí mismo constantemente cuando intentaban hacer ver a sus espectadores la calidad artística de muchos fragmentos. Se traicionaban a sí mismos, claro, sin darse cuenta. Todos los cuadros expuestos cuentan con extraordinarios fragmentos que dan cuenta de la genialidad del artista, un artista con don. Pero ese afán por reconocer al mejor Sorolla en los fragmentos nunca debió permitir (a estos sus juzgadores de ahora) que se confundieran los términos: una cosa es la técnica (visualizada en fragmentos) y otra lo que uno es capaz de hacer con ella (en la totalidad de una obra). Un cuadro de estas dimensiones y con estos fines debe ser juzgado, antes que nada, por su composición naturalista. Y Sorolla parece en estos murales un aprendiz.
Sorolla acertaba plenamente con la técnica, su técnica, cuando sus cuadros eran de temática intrascendente y LIBRE, pero no acertó en absoluto cuando quiso reconstruir (componer) “objetos” dispuestos con fines predeterminados. Todo resulta forzado y sin gracia, no en todos pero si en la totalidad. Porque los cuadros, y sobre todo si son enormes, ambiciosos y naturalistas, deberían contar con la composición como prioridad absoluta. Y contar, además y en el caso de Sorolla, pintor de la luz, con la gracia de su estilo, contar con aquello por lo que Sorolla es el mejor. Los cuadros, pues, en este sentido adolecen de esa misma impostura que caracteriza a los pintores académicos
Otra de las pruebas que confirman mi teoría de que los “elogiadores” (periodistas, guías y expertos en general) se traicionan a sí mismos cuando se exaltan es que todos ellos coinciden en señalar como el mejor de los cuadros aquel que representa a Huelva. Que es, curiosamente, el que más podría pasar por uno de sus maravillosos cuadros menos pretenciosos y tan denostados por tantos durante tantos años; el que más se parece al Sorolla lúdico y denostado; el que más recuerda al Sorolla Sorolla.
Dentro las cosas no mejoraban: grupos de gente guiados por todas partes. Un guía para cada cuadro, un cuadro para cada grupo. Rotación de grupos. Nada de individuos, todo en colectivo, todo guiado, todo con guión. 14 enormes cuadros bajo el título Visiones de España traídos desde Nueva York para ser exhibidos por primera vez en España. 14 enormes cuadros que intentan reflejar la España de la época. 14 enormes cuadros que fueron encargados por un millonario americano amante de España. Me acerco a los guías y compruebo que dicen lo que no pueden dejar de decir y con los adjetivos adecuados por oportunos. Dicen, también, lo que se espera que digan. Algo así como “Viva Sorolla y viva España”.
La prensa que se ha hecho cargo de la noticia también ha circulado por esa misma línea; elogios hipebólicos y agradecimiento infinito a los rescatadores de estas “obras maestras”. Revisionismo enaltecido por todos, pues. Siete páginas en El País son perfectamente representativas de esta recuperación revisionista. Los elogios se muestran tanto de forma explícita como de forma implícita: “El conjunto es un trabajo de primer orden y varios de los paneles son auténticas obras maestras del arte vigésimo secular”. Y no parece haber vuelta atrás por parte de nadie, “viva Sorolla y viva España”. En cualquier caso, lo más sorprendente del evento se encuentra en el fin último de la empresa, que no es tanto reivindicar a Sorolla cuanto reivindicar éstas las llamadas obras maestras de su vida. O por decirlo de otra forma, la reivindicación del artista se produce, no tanto en función de su inmensa producción lúdica-festiva-lumínica cuanto por lo que emana del conjunto de los pretenciosos y ambiciosos murales exhibidos.
Y efectivamente, no debe confundirse el naturalismo pictórico con el tradicionalismo académico, pero por eso mismo es aquí donde mi opinión se vuelve agresiva. Porque son estos de aquí, precisamente, cuadros mucho más cercanos a Alisal, Carbonero y Gisbert que a los producidos por la primera gran vanguardia histórica. Sobre todo si sabemos que los citados pintores produjeron sus obras maestras más o menos en pleno estallido del Impresionismo. Pintar uno de estos murales (que ahora exhibe la Fundación) en los años veinte resulta infinitamente más rancio que pintar unos simples bañistas en los años ochenta del XIX. La temática no debe confundirnos, pues el tradicionalismo académico puede consistir en ordenar y el componer “objetos” de forma naturalista. Así, lo que está haciendo Sorolla con estos murales es, en todo caso, tradicionalismo naturalista: un aburrimiento.
Los guías, eso sí, se traicionaban a sí mismo constantemente cuando intentaban hacer ver a sus espectadores la calidad artística de muchos fragmentos. Se traicionaban a sí mismos, claro, sin darse cuenta. Todos los cuadros expuestos cuentan con extraordinarios fragmentos que dan cuenta de la genialidad del artista, un artista con don. Pero ese afán por reconocer al mejor Sorolla en los fragmentos nunca debió permitir (a estos sus juzgadores de ahora) que se confundieran los términos: una cosa es la técnica (visualizada en fragmentos) y otra lo que uno es capaz de hacer con ella (en la totalidad de una obra). Un cuadro de estas dimensiones y con estos fines debe ser juzgado, antes que nada, por su composición naturalista. Y Sorolla parece en estos murales un aprendiz.
Sorolla acertaba plenamente con la técnica, su técnica, cuando sus cuadros eran de temática intrascendente y LIBRE, pero no acertó en absoluto cuando quiso reconstruir (componer) “objetos” dispuestos con fines predeterminados. Todo resulta forzado y sin gracia, no en todos pero si en la totalidad. Porque los cuadros, y sobre todo si son enormes, ambiciosos y naturalistas, deberían contar con la composición como prioridad absoluta. Y contar, además y en el caso de Sorolla, pintor de la luz, con la gracia de su estilo, contar con aquello por lo que Sorolla es el mejor. Los cuadros, pues, en este sentido adolecen de esa misma impostura que caracteriza a los pintores académicos
Otra de las pruebas que confirman mi teoría de que los “elogiadores” (periodistas, guías y expertos en general) se traicionan a sí mismos cuando se exaltan es que todos ellos coinciden en señalar como el mejor de los cuadros aquel que representa a Huelva. Que es, curiosamente, el que más podría pasar por uno de sus maravillosos cuadros menos pretenciosos y tan denostados por tantos durante tantos años; el que más se parece al Sorolla lúdico y denostado; el que más recuerda al Sorolla Sorolla.
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