jueves, junio 26, 2008

El roquefort y los toros

“¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”, repetía mi amigo todos los viernes.

Hará de eso unos 22 años pero lo recuerdo por las veces que me regresa como recuerdo. Tres amigos nos reuníamos los viernes para cenar. Vivíamos en Ibiza y habíamos localizado un restaurante en San Antonio donde servían una ensalada por la que valía la pena desplazarse a San Antonio, que como es sabido es una ciudad que estaba acondicionada, sólo, para las vacaciones de los mineros de Yorksire. La ensalada en cuestión estaba compuesta por unos ingredientes cuya combinación hacía las delicias de dos de nosotros, que no del tercero. Una ensalada tibia por uno de sus ingredientes, el beicon, servido en tiras muy finas y crujientes. El resto de los ingredientes: lechuga, pasas, manzana, tostas rebañadas con ajo en los laterales y, claro, queso roquefort. Y cada viernes, y aproximadamente a la misma hora, mi amigo repetía como un autómata “¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”, mirándonos con una cara que mezclaba envidia y rabia. Y nosotros, mientras disfrutábamos del único motivo que nos hacía llegar a San Antonio, observábamos de cerca la desgracia que se traslucía del lamento de nuestro amigo. Nos envidiaba por el placer que obteníamos degustando esa combinación de materias y se retorcía en su asiento mientras comía algo que verdaderamente le gustaba. Era tal su obsesión por nuestro manifiesto placer que seguro que no disfrutaba de lo que “verdaderamente” le gustaba y por eso repetía todos los viernes “¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”.

Cada vez que veo una de esas imágenes de José Tomás que están dando la vuelta al mundo de forma persistente me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Pero nada, se me resiste. Hay veces en que me gustan cosas que no entiendo, pero no es este el caso. No entiendo eso de los toros, pero cuando oigo a algún intelectual al que admiro haciendo su particular panegírico me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Menos aún entiendo que lo asocien al concepto de arte, pues la muerte sólo cabe en el arte a modo de alegoría, de símbolo, de metáfora. Todo lo demás es tradición ancestral, esto es, barbarie. Pero cada vez que veo una de esas imágenes de José Tomás, enhiesto, con una cornada de 20 cm. en su pierna y apartando a sus colegas me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Pero nada, se me resiste, no soy capaz de ver el valor como una forma de arte. Los movimientos del torero que se juega la vida ante la bestia sí me parecen dignos de la estética, de cierto concepto de la estética. Si bien es cierto que cualquier positividad ante los toros se me evapora cuando compruebo que la verdadera bestia se encuentra encima de un caballo que le clava una estaca a un ser noble (según dicen los amantes de los toros), y en ese otro que le clava arpones en la espalda a un ser noble al que van debilitando para conducirlo a su fin último, y en ese otro que con la cara ensangrentada como signo de su valor le incrusta a un ser noble y debilitado una espada buscando su corazón para que el ser noble debilitado se derrumbe a los pies del valiente. Veo la imagen de José Tomás saludando al tendido con toda la cara ensangrentada y me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros!

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mi me gustan los Toros (como espectáculo,pero no sé porqué).
Me anoto receta de ensalada (También me gusta el roqufort, tampoco sé porqué)

gracias