“Mientras que la mujer procesa información incesantemente, y de forma simultánea, el hombre no y, a veces, tiene dificultades para ver qué sucede a su alrededor [...] Ellos son literales y explícitos, por tanto es más factible que una mujer descubra a un hombre mentiroso que viceversa [...] Está claro que el hombre no domina en absoluto el sentimiento amoroso [...] Ellos son mucho más simples que nosotras”. Éstas son sólo unas cuantas afirmaciones de las cientos que discurren a lo largo del libro Hombres. Modo de empleo de la periodista Teresa Viejo. Las afirmaciones del género suelen ir acompañadas de un comentario de tono paternalista (¿maternalista?) del que se colige en todos los casos un mensaje: los hombres no son tan malos como muchas feministas promulgan; son tan sólo son un poco burdos y primitivos, burdos y primitivos, claro, por comparación hacia ellas, las mujeres, con más y mejores cualidades. Y después de cada afirmación, el consejo: “Ellos son literales y explícitos, por tanto es más factible que una mujer descubra a un hombre mentiroso que viceversa. Si un hombre busca mantener las manos ocupadas mientras habla, esté segura de que eso que le está diciendo no será muy convincente. La conversación cara a cara es la prueba del algodón para que el varón se sincere sobre sus auténticos sentimientos. Siéntele frente a usted y aguante su mirada; su rostro le dirá todo”.
No es éste un ejemplo rebuscado, y por tanto parcial, de lo que podemos encontrarnos publicado en torno al tema de la cuestión de los géneros. Se corresponde exactamente con la norma. En este caso concreto se trata de un texto “menor” desde el punto de vista intelectual, pero no por ello menos relevante respecto a su influencia en la sociedad, pues no podemos olvidar que es este tipo de libros y no otros los que se venden masivamente. Da igual que se trate de Teresa Viejo (Hombres. Modo de empleo) o de Carmen Posadas (Ese veneno llamado amor), de Rosa Villacastín (Querido imbécil), Carmen Alborch (Malas, Libres y Solas), Margarita Rivière o de alguna reputada periodista bienvenida del extranjero, como Maureen Dowd (¿Son necesarios los hombres?). Todas ellas habrán sido superventas en su momento y habrán ocupado espacios privilegiados en las grandes superficies. Y lo que es más significativo: habrán sido leídas por legiones de mujeres. Textos todos ellos perfectamente complementados con otros miles de artículos que, con iguales intenciones, son machaconamente publicados en dominicales y revistas de divulgación (QUO, Psicologies, Muy interesante, Mujer de Hoy, Cosmopolitan, Dona, Ana Rosa, Mary Claire, Elle y un largo etc.) desde hace muchos años. Y perfectamente apoyados por el pensamiento de elite, el académico, tan bien avenido con una suerte de estudios culturales obsesionados con todo victimismo (la literatura feminista es el centro neurálgico de miles de tesis doctorales. En este sentido conviene recordar que en la literatura feminista de ensayo no existe hombre que no sea sospechoso).
No podemos ignorar, por otra parte, que lo que se publica y se vende masivamente tiene su correlato en los distintos niveles intelectuales. No hay más que buscar en otro lugar para encontrarnos con más de lo mismo, ahora dicho desde la tribuna y no desde las gradas. Germaine Greer, catedrática de Inglés y Literatura Comparada en Warwick dice en La mujer completa, “Es que los hombres son unos inútiles. Yo misma he vivido con varones que podían haber sacado mucho más partido de sus cualidades y no lo han hecho”. Y esto es casi un piropo al lado de lo que expresa la totalidad del libro. La antropóloga y superventas norteamericana Helen Fisher afirma que el cerebro de cada sexo ha desarrollado diversas capacidades y que “la mujer tiene una visión más profunda de las cosas, un pensamiento de tipo contextual”; por lo que llega a la conclusión de que “el futuro es de las mujeres”.
En el tema del sexo siguen predominando los “informes Hite”, entendiendo por ellos toda esa literatura que suele centrarse en la insatisfacción de la mujer (en libros especializados y en artículos dominicales de difusión masiva). Y por si faltara poco, surgen con significativa periodicidad autores varones que casi reniegan de su condición con el fin de halagar a su “contrario” (a este respecto véase el libro Instinto de seducción de Sebastià Serrano, cuya conclusión podría expresarse en los siguientes términos sin traicionar un ápice el fondo del texto: los hombres serían simples “serecillos” al lado de los verdaderos seres, las mujeres).
Así, y por resumir: al margen de cual fuere la realidad a la que referencia todo lo publicado, nos encontramos con el hecho verificable e incuestionable de que nada puede ser dicho si no es para decir con ello lo único que se está dispuesto a dejar que se escuche. No podemos olvidar que vivimos en la Cultura de la Queja y que sólo tiene voz en ella la supuesta víctima, entre otras cosas (o quizá fundamentalmente por ello) porque se trata un negocio muy rentable.
El caso es que no se sabe muy bien por qué, pero en éste, como en tantos otros temas relacionados con la corrección política (ese método tan vinculado al control de lo dicho públicamente), no existen voces disonantes. No existen voces que puedan ser en alguna medida críticas respecto a un método que, como queda demostrado con pertinaz insolencia, no es capaz de acabar con el mal que tan vehemente pretende erradicar. La llamada violencia de género no para de aumentar y el otro día se nos avisaba en un periódico de que “más de un millón de trabajadoras sufre algún tipo de acoso sexual” mientras que en otro medio se hablaba de que “una de cada cuatro trabajadoras sufre acoso sexual”. ¡Una de cada cuatro! Quedaría demostrado de esta forma que la corrección política no es el método ideal para resolver el problema, pero nuestros paternalistas y globalizados dirigentes (hombres y mujeres en perfecta paridad) se niegan a buscar otro método, quizá porque como ya hemos apuntado a muy pocos de ellos les interese en el fondo cambiar esa situación.
No es éste un ejemplo rebuscado, y por tanto parcial, de lo que podemos encontrarnos publicado en torno al tema de la cuestión de los géneros. Se corresponde exactamente con la norma. En este caso concreto se trata de un texto “menor” desde el punto de vista intelectual, pero no por ello menos relevante respecto a su influencia en la sociedad, pues no podemos olvidar que es este tipo de libros y no otros los que se venden masivamente. Da igual que se trate de Teresa Viejo (Hombres. Modo de empleo) o de Carmen Posadas (Ese veneno llamado amor), de Rosa Villacastín (Querido imbécil), Carmen Alborch (Malas, Libres y Solas), Margarita Rivière o de alguna reputada periodista bienvenida del extranjero, como Maureen Dowd (¿Son necesarios los hombres?). Todas ellas habrán sido superventas en su momento y habrán ocupado espacios privilegiados en las grandes superficies. Y lo que es más significativo: habrán sido leídas por legiones de mujeres. Textos todos ellos perfectamente complementados con otros miles de artículos que, con iguales intenciones, son machaconamente publicados en dominicales y revistas de divulgación (QUO, Psicologies, Muy interesante, Mujer de Hoy, Cosmopolitan, Dona, Ana Rosa, Mary Claire, Elle y un largo etc.) desde hace muchos años. Y perfectamente apoyados por el pensamiento de elite, el académico, tan bien avenido con una suerte de estudios culturales obsesionados con todo victimismo (la literatura feminista es el centro neurálgico de miles de tesis doctorales. En este sentido conviene recordar que en la literatura feminista de ensayo no existe hombre que no sea sospechoso).
No podemos ignorar, por otra parte, que lo que se publica y se vende masivamente tiene su correlato en los distintos niveles intelectuales. No hay más que buscar en otro lugar para encontrarnos con más de lo mismo, ahora dicho desde la tribuna y no desde las gradas. Germaine Greer, catedrática de Inglés y Literatura Comparada en Warwick dice en La mujer completa, “Es que los hombres son unos inútiles. Yo misma he vivido con varones que podían haber sacado mucho más partido de sus cualidades y no lo han hecho”. Y esto es casi un piropo al lado de lo que expresa la totalidad del libro. La antropóloga y superventas norteamericana Helen Fisher afirma que el cerebro de cada sexo ha desarrollado diversas capacidades y que “la mujer tiene una visión más profunda de las cosas, un pensamiento de tipo contextual”; por lo que llega a la conclusión de que “el futuro es de las mujeres”.
En el tema del sexo siguen predominando los “informes Hite”, entendiendo por ellos toda esa literatura que suele centrarse en la insatisfacción de la mujer (en libros especializados y en artículos dominicales de difusión masiva). Y por si faltara poco, surgen con significativa periodicidad autores varones que casi reniegan de su condición con el fin de halagar a su “contrario” (a este respecto véase el libro Instinto de seducción de Sebastià Serrano, cuya conclusión podría expresarse en los siguientes términos sin traicionar un ápice el fondo del texto: los hombres serían simples “serecillos” al lado de los verdaderos seres, las mujeres).
Así, y por resumir: al margen de cual fuere la realidad a la que referencia todo lo publicado, nos encontramos con el hecho verificable e incuestionable de que nada puede ser dicho si no es para decir con ello lo único que se está dispuesto a dejar que se escuche. No podemos olvidar que vivimos en la Cultura de la Queja y que sólo tiene voz en ella la supuesta víctima, entre otras cosas (o quizá fundamentalmente por ello) porque se trata un negocio muy rentable.
El caso es que no se sabe muy bien por qué, pero en éste, como en tantos otros temas relacionados con la corrección política (ese método tan vinculado al control de lo dicho públicamente), no existen voces disonantes. No existen voces que puedan ser en alguna medida críticas respecto a un método que, como queda demostrado con pertinaz insolencia, no es capaz de acabar con el mal que tan vehemente pretende erradicar. La llamada violencia de género no para de aumentar y el otro día se nos avisaba en un periódico de que “más de un millón de trabajadoras sufre algún tipo de acoso sexual” mientras que en otro medio se hablaba de que “una de cada cuatro trabajadoras sufre acoso sexual”. ¡Una de cada cuatro! Quedaría demostrado de esta forma que la corrección política no es el método ideal para resolver el problema, pero nuestros paternalistas y globalizados dirigentes (hombres y mujeres en perfecta paridad) se niegan a buscar otro método, quizá porque como ya hemos apuntado a muy pocos de ellos les interese en el fondo cambiar esa situación.
Así pues, y por lo que se ve, nadie parece querer analizar las causas reales de ese desastre del que la realidad da cuenta. O dicho de otra forma, a tenor de lo publicado parece que nadie contempla analizar el estado actual –el desastre- como consecuencia de algo distinto a la maligna predisposición del macho (varón heterosexual). La misoginia y la homofobia, como no podía ser de otra forma, son patologías exclusivamente masculinas. Las mujeres no odian (a pesar de que los miles de textos que se publican en el presente continuo SÓLO expresan un tremebundo resentimiento en el mejor de los casos), sólo son víctimas. Y al decir de todos (al decir de la opinión publicada), el futuro.
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